Chinos en la guerra civil PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - I República
Escrito por Maite Mtnez. Blanco   
Domingo, 28 de Julio de 2013 05:36

AC43E43D-A8A6-8C8D-CA9302C09DF6BBACMao en 1937: «De no ser porque tenemos enfrente al enemigo japonés, iríamos con toda seguridad a integrarnos en vuestras tropas»

 Bi Daowen «ejercía de médico, pero era más bien un asceta», por eso este indonesio de padres chinos, cogió un día su botiquín y se enroló en las Brigadas Internacionales. Su imagen, posando junto a un coronel búlgaro y un médico austriaco, en el Centro de Reeducación Física y Profesional de Mahora, es uno de los testimonios gráficos que acredita la presencia de brigadistas chinos en la guerra civil española. Una presencia que ha salido a la luz pública gracias al arduo trabajo de investigación de dos científicos taiwaneses residentes en Estados Unidos.

 

Los autores han podido recomponer como si de un rompecabezas se tratase la historia de este callado médico, que estudió en Holanda y a cuyo Partido Comunista estuvo muy vinculado. Al parecer llegó a Mahora en septiembre de 1937, con apenas 28 años y trabajó en este centro sanitario que no era un hospital militar al uso. Los heridos de guerra, sobre todo aquellos que perdían algún miembro, tenían que enfrentarse además de a su recuperación física, a graves problemas psicológicos. «Pensaban, acomplejados, que se habían convertido en una carga para la sociedad, en inútiles parásitos sociales» y les preocupaba qué sería de ellos al acabar la contienda. Para eso se creó este Centro de Mahora, donde además de aparatos de rehabilitación se ofrecían cursos para capacitar a los pacientes como carpinteros, sastres, zapateros o herreros y cursos especiales para los que habían perdido la vista. El objetivo, dar a los soldados mutilados un medio para ganarse la vida.

A este hospital fue destinado Bi Daowen, un joven comunista entregado a la lucha contra al fascismo, tuvo una vida muy azarosa; la guerra española, la contienda China contra la invasión japonesa, años de trabajos forzados en Praga y una batalla contra la lepra en su Indonesia natal, son algunos de los capítulos vitales que escribió este teniente, hombre de pocas palabras, que llegó a España enviado por la Internacional Comunista.

La historia de Bi Daowen es solo una de las 13 vidas que documenta la monografía Los brigadistas chinos en la guerra civil, un libro que se acaba de editar en España gracias al apoyo prestado por el Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales (Cedobi) de la Universidad de Castilla-La Mancha. La obra es fruto de diez años de investigaciones de Hwei-Ru Tsou y Len Tsou, que recorrieron tres continentes para apaciguar la curiosidad que les despertó la foto de un soldado oriental en un álbum editado por la Brigada Lincoln por su 50 aniversario. Este es el origen de su investigación.

Mao Tse-tung se dirigía al pueblo español el 15 de mayo de 1937: «De no ser porque tenemos enfrente al enemigo japonés, iríamos con toda seguridad a integrarnos en vuestras tropas». Es lo singular del caso. China tenían bastante con plantarle cara al Japón militarista del momento, con una guerra en su territorio, ¿qué hacían los chinos enrolados en las Brigadas Internacionales o luchando en el Ejército Repúblicano? La mayoría vinieron por propia voluntad, otros casi por accidente y algunos otros enviados por alguna organización política. El caso es que vinieron. Con certeza no se sabe cuántos chinos combatieron en la guerra civil, los autores hablan de cerca de un centenar. Un centenar entre miles, pues entre 1936 y 1938 llegaron a España casi 35.000 voluntarios de 53 países para luchar contra Franco, fueron las Brigadas Internacionales, nacidas por decisión de la Internacional Comunista.

Algunos de estos brigadistas chinos vivían ya en España, como Zhang Zhangguan un vendedor ambulante asentado en Barcelona o Zhang Shusheng un traductor sin grandes ideales políticos.

Huagong, de Francia. La mayoría, sin embargo, estaban ya asentados en países europeos, como el periodista Xie Weijin afincado en Suiza que llegó a Albacete, donde encontró una ciudad que «era un hervidero de razas y colores, de gentes de diferentes naciones entre las que había marineros, carpinteros, chóferes, mineros… y también estudiantes, profesores, escritores, artistas, periodistas, médicos, enfermeras…, gentes procedentes de todas las partes del mundo que venían a ayudar al pueblo español». Una buena parte de los brigadistas chinos eran obreros (huagong) reclutados en su día para trabajar en Francia durante la Primera Guerra Mundial y que al terminar la gran contienda se instalaron en el país galo, en lugar de volver a su país, es el caso del electricista Li Fengning, el masajista Yan Jiazhi, que trabajó como tal en el hospital de Villanueva de la Jara, y los obreros de la fábrica de Renault en París Zhang Ruishu, Liu Jingtian y Yang Chunrong.

También los hubo llegados de Estados Unidos, como Zhang Ji, de 37 años, ingeniero de minas formado en Berkeley que un día se tropezó cerca de Almansa con un antiguo compañero de estudios de Minnesota, también enrolado en las Brigadas Internacionales. Este ingeniero, que tuvo que superar mil penurias para estudiar su carrera en Estados Unidos, harto de las desigualdades, decidió responder a la campaña de solidaridad con la República Española lanzada por el Partido Comunista y aquí estuvo como conductor con la Brigada Lincold.

Solo uno de los 13 brigadistas localizados vino directamente desde China, Chen Agen, y éste vino a España no por convicciones políticas, sino para librarse de la muerte. Huyendo del Kuomintang, que le perseguía por haber creado un sindicato con unos amigos comunistas, se enroló como pinche de cocina en un barco francés. El jefe de la cocina, un vietnamita, fue el que lo convenció para luchar contra el fascismo en la guerra civil española de la que hasta entonces no había oído hablar. Estuvo en Asturias y cayó preso, sufriendo presidio y trabajos forzados hasta 1942.

Algunos se dejaron la vida en el campo de batalla español, como Chen Wenrao que murió en el frente de Gandesa; otros terminaron en campos de internamiento franceses y otros volvieron a China a seguir luchando en la guerra contra Japón. Triste es que algunos terminasen siendo castigados por el régimen comunista chino, «la Revolución Cultural no les perdonó el hecho de haberse relacionado con extranjeros». Le sucedió a Weijin, que terminó arrastrando dos cajas llenas de recuerdos de su guerra española hasta su confinamiento en Nanchong, jubilado forzosamente con 60 años.

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Fuente:latribunadetoledo.es