Casilda, la miliciana Imprimir
Nuestra Memoria - I República
Escrito por Itsaso Álvarez   
Sábado, 12 de Julio de 2014 00:00

Con este apelativo ha pasado a la historia la donostiarra Casilda Hernáez Vargas, a pesar de que ella nunca terminó de aceptarlo y prefería ser considerada como combatiente o revolucionaria

“Yo nací, como tantas personas en este mundo, de padre desconocido. Mi madre me dio a luz en un sitio de esos oficiales, técnicos, según me ha dicho mi hermana. Una casa fría que descomponía a todas las pobres madres que hacían hijos sin permiso de la autoridad. Además, yo creo que la vida no la hacemos nosotros mismos, que surge a pesar nuestro. Nos creemos algo importante y que decidimos todo. Yo no lo creo.

 

De recién nacida debía salir de Fraisoro (casa-cuna de Zizurkil, Gipuzkoa) a los dos meses, pues a las madres que dan a luz a hijos de parte de padre desconocido las hacen trabajar varios meses gratis para pagar los gastos ocasionados durante su estancia en la casa cuna”. El testimonio anterior corresponde a la donostiarra Casilda Hernáez Vargas (1914-1992), que ha pasado a la historia como 'Casilda, la miliciana', a pesar de que ella nunca terminó de aceptar ese apelativo y prefería ser considerada como combatiente o revolucionaria. De hecho, explica Luis Jiménez de Aberasturi, autor de la biografía de esta mujer, editada por Txertoa dentro de la recopilación 'Los anarquistas y la guerra en Euskadi', “la de miliciana no fue sino una de sus facetas, pues también destacó como activa sindicalista, pionera del feminismo y propagandista de una vida en contacto con la naturaleza”. Tras mucho insistir, el autor de este libro consiguió que esta mujer accediese a desgranar algunos de sus recuerdos. Un escueto testimonio recogido en poco más de cien páginas sobre una trayectoria vital que la ha convertido en una figura mítica. El libro es, por decirlo de alguna manera, el diario de Casilda.

Nacida de madre soltera (“mi madre tuvo la suerte o la mala suerte, quiero decir, de tropezarse con un 'raspabarbas'”), con todo lo que ello representaba entonces, se fue haciendo a sí misma conforme a la educación que le había dado su progenitora. No se vio condicionada en casa por ningún valor político, pero sí despertó pronto en ella la rebeldía y la resistencia de los suyos. “En mi hogar no había ideas políticas. Todo lo que he conocido en mi vida ha sido antipolítico o apolítico. A mi madre y a mis tíos, a todos, ya desde niña, yo les veía venir a casa a discutir y animarte mutuamente. Además, siempre he confiado en las gentes de paso (… ) Nuestra rebeldía o resistencia familiares no venían de cualquier ramita que nos había salido con la República. No. Ya venía desde hacía tiempo. Venimos de abolengo con ese carácter específico. Mi abuela, gitana, vivía en un carromato (…) Era una familia magnífica, de esas que tienen todos los colores”, explica ella misma. Casilda fue la joven valiente que había desafiado a su época haciendo nudismo en la playa de Gros en 1935. Y con esta faceta se formó como mujer y como persona y protagonizó las dos grandes luchas de su vida: la defensa de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y la de los valores sociales en los que creía. “Pronto se fue introduciendo en un ambiente anarquista y de lucha. Exploró el Partido Comunista pero, como le pareció autoritario, finalmente optó por entrar en las Juventudes de la CNT. Y desde ellas actuó, no como una militante más, sino como una feminista implicada y activa. Trabajó intensamente para lograr que se equiparasen los derechos entre ambos sexos”, explica Jiménez de Aberasturi sobre los primeros pasos de la Casilda reivindicativa.

Sus intervenciones se fueron multiplicando y se saldaron con dos detenciones. Una, por una pequeña huelga con otras mujeres que apenas le causó problemas. La otra, por la huelga revolucionaria de octubre de 1934, en la que participó de manera intensa y que sí le provocó consecuencias. Un tribunal de guerra la condenó a nueve años de cárcel por repartir pasquines y 20 más por transportar explosivos en una cesta. “Estábamos en estado de guerra y las penas se multiplicaban por un coeficiente elevado”, señala la afectada en el texto editado por Txertoa. Casilda estuvo prisionera en el fuerte de Guadalupe, situado en el monte Jaizkibel, en Hondarribia. En su 'diario' recuerda cómo reaccionó el comandante del fuerte: “¿Para qué tenéis que traerme a una mujer? (…) ¡A esta niña habrá que ponerla a dormir con los niños!”. Pero no, la pusieron a dormir con tres guardias de asalto. Nueve años después Casilda la miliciana fue conducida a la cárcel de mujeres de Madrid. Al pasar el tren por la estación de San Sebastián, numerosas personas salieron a despedirla y aclamarla. “Me estimaban, no era una heroína, sino una mártir (…) Se habían hecho de mí una figura mítica. El pueblo siempre tiende a ampliar los hechos, porque va pasando de boca en boca”. Tras pasarlas canutas, fue amnistiada en 1936. Volvió a Donostia y, recuperado el anonimato, a su vida anterior: la de la CNT. Participó activamente en la defensa de su ciudad y, tras la caída de Irún, cruzó a Hendaya y de ahí partió a Cataluña y, más tarde, al frente de Aragón.

“Que haya habido gente del campo republicano diciendo que las mujeres en la montaña éramos poco menos que rameras, eso es mentira, y no les perdonaré nunca. Es echar una mancha a la mujer nada más que por el hecho de disminuirla. No es nada glorioso, sino tristemente repugnante (…) Sólo malas lenguas pueden hablar así y esa clase de gente es mediocre, aunque se vista de corbata o lleve pantalón de mendigozale. Todos quienes dicen que la mujer participó en la guerra nada más por el afán de... ¡mentira! Son cerdos, nada más”, se rebela Casilda al recordar sus vivencias. Antes de finalizar la guerra volvió a cruzar la frontera por Francia y estuvo retenida en el campo de concentración de Gurs (en la región de la Béarn, en la carretera de Oloron a Bayona), por el que de 1939 a 1943 pasaron más de 60.000 personas, 6.550 de ellas vascas. De hecho, fue construido a marchas forzadas en apenas 42 días para acoger a refugiados vascos. No obstante, sus 382 barracas de madera, aptas, en principio, para 18.000 personas, quedaron desbordadas desde el mismo día de la inauguración, y albergaron no sólo a vascos, sino a otros exiliados republicanos y miembros de las Brigadas Internacionales. Cuando Francia fue ocupada por el Ejército alemán, Gurs se convirtió en campo de concentración para judíos procedentes de diversas partes de Europa. Casilda se instaló en Loirent, en la Bretaña francesa, y colaboró con quienes apoyaban la resistencia francesa.

Falleció el 31 de agosto de 1992, fue enterrada en el cementerio de Biarritz. Por iniciativa de su amiga Begoña Gorospe se colocó la siguiente inscripción en su lápida: 'Andra! Zu zera bukatzen ez den sua! (mujer, tú eres el fuego que no se apaga). En el testimonio recogido por Luis Jiménez de Aberasturi, Casilda Hernáez Vargas resta importancia a su historia. “En cuanto al balance de mi vida, me veo en un compromiso para poder responder. ¿Qué balance? ¿Puede tener un valor determinado la actuación de una persona a través de su vida? Es posible. Pero en una guerra como la nuestra, en que lo popular se mezcló íntimamente a lo particular, me parece difícil. No sé. No lo creo. De todos modos, este punto litigioso lo deben resolver los demás”.

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Fuente: elcorreo.com