Ayamonte, 1936. Historia de un fugitivo’ PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - El exilio republicano
Escrito por María Serrano   
Sábado, 03 de Agosto de 2019 03:31

Se publica ‘Ayamonte, 1936. Historia de un fugitivo’, unas memorias que detallan el exilio en el Norte de África de miles de onubenses que se lanzaron al abismo, sin pensar que nunca más podrían regresar.

“Algunas veces me pongo a pensar en mi situación. La intranquilidad de mi vida se acentúa. Salir a la calle es exponerme a ser reconocido por alguien; la denuncia sería inevitable. Cualquier persona uniformada me causa pavor: un músico, un bombero…”. Sirvan estas palabras, recogidas en la cita que abre Ayamonte, 1936. Historia de un fugitivo (Editorial Aconcagua), para entender el drama de Miguel Domínguez Soler, fugitivo y superviviente de la España de 1936.

Un relato único, el de sus memorias, que ha salido a la luz en una especie de novela autobiográfica y que detalla el inexplicable desconocimiento del exilio en el Norte de África de miles de onubenses que se lanzaron al abismo, sin pensar que nunca más podrían regresar.

Soler partía del municipio de Ayamonte a los 26 años de edad el 28 de julio de 1936 iniciando un largo periplo que lo llevaría desde este municipio de la provincia de Huelva a ciudades como Tavira, Olhâo, Lisboa, Sintra, Casablanca, Bouarfa, Kenadsa, Rabat, Agadir y Safi huyendo de los fascistas. Soler era obrero e intelectual, trabajaba en la Diputación y lo cierto es que la descripción de sus vivencias evidencia que contaba con una capacidad narrativa notable. Tuvo que dejar para siempre su vida por alejarse de las venganzas y asesinatos que en su pueblo natal ocurrían a diario. No regresaría a España hasta los años 80 prácticamente para morir aquí.

El historiador Francisco Espinosa destaca la necesidad de aquellos vecinos de la provincia de Huelva por huir sin tener una grave significación política. Desde el pueblo de Ayamonte, frontera natural con Portugal, “muchos vecinos, empezando por el alcalde y varios concejales, partieron de Ayamonte en el pesquero Guadiana cuando los fascistas llegaron a Huelva”. Domínguez Soler sabía que tenía que huir. No había otro remedio. “Es la Falange ayamontina la que asalta y saquea la sede socialista a la que pertenece y es esa misma Falange la que se apropia de toda la documentación e incorpora a Miguel al sumario 95/37”.

Una huida hacia el exilio bajo cadáveres de sangre seca

Francisco Espinosa y Manuel Ruiz Romero, ambos historiadores, analizan en profundidad el manuscrito de sus memorias que se conserva oculto hasta finales de los 90. Ruiz Romero relata a Público de qué modo su viuda, Abouch Mohaiti Gaugui, lo trae hasta España en una vieja carpeta. Era un manuscrito redactado a máquina. Ruiz Romero encontraría las señas de este onubense fugitivo a través de un escrito, que el mismo Soler envío al vicepresidente de Andalucía, Rafael Escuredo en 1980. “El dato hubiera sido intrascendente de no ser por las alusiones que aquél señor, entonces desconocido para mí, realizaba sobre Blas Infante”. Y prosigue; “la carta se encontraba en el archivo mientras yo estaba escribiendo mi tesis en el Archivo General de Andalucía. Nunca pensé que me encontraría con tal hallazgo y aquella información tan valiosa que no dudé en fotocopiar y que logramos publicar en el año 2001 por primera vez”.

Las memorias de Miguel Domínguez Soler se leen como una novela y rápidamente se agotaron en la primera edición. No daba lugar a dudas, Ruiz Romero señala que han sido de tal nivel las vivencias recopiladas en el diario de un fugitivo que “la Universidad de Wisconsin las editó en 2015 como lectura obligatoria para los alumnos que estuvieran estudiando Historia de España” en Estados Unidos.

Se trata del relato de una huida lleno de matices. Va conociendo poco a poco la noticia de la muerte de muchos de sus vecinos y amigos. Soler narra con realismo que aquel primer mes de agosto solo encuentra en su camino “cadáveres de sangre seca, sin familiares que los recojan”. Cuenta también cómo a los muertos se los llevan en camiones a los pueblos limítrofes de Villablanca, San Silvestre o Lepe.

Espinosa también ve en un segundo plano la historia del chófer; un hombre de su pueblo que lo obligan a ir con un camión a los pinares para recoger cadáveres de cráneos agujereados y depositarlos en cementerios en el más absoluto secreto. Soler detalla “cuál no sería la sorpresa del chófer de referencia cuando encontró entre los muertos a su hermano Ángel, al que habían ejecutado” .

Miguel no olvidaría en vida la historia del alcalde y maestro de su pueblo, Manuel Moreno Ocaña. Y de cómo supo de su muerte. “Lo tuvieron todo el día expuesto al público, sentado en una silla en la calle Real. A Ocaña le habían colgado un cartel “Yo soy el alcalde del pueblo”. Los vecinos lo insultaban. “Ahora vas a pagar cuanto has hecho”.

Huido en Portugal: “Donde tenías que ir es al cementerio de tu pueblo”

Este fugitivo onubense dejó atrás su pueblo, Ayamonte, llenó de venganzas y muerte, un viejo amor y un puesto como empleado de la Diputación Provincial de Huelva, del que fue cesado el 4 de agosto de 1936, días después de su huida. En el documento oficial se certifica bajo un membrete el motivo: “Por no ser conforme al movimiento nacional”.

Su vida de fugitivo le permite sobrevivir por su fuerte instinto de supervivencia. “Mientras algunos de sus amigos y paisanos volvían al pueblo a los pocos días cansados de la vida del huido, Miguel prefirió aguardar un poco más”. Saldría finalmente hacia Portugal el 1 de septiembre del 36.

Cruzaría la conocida raya entre España y Portugal en barca y conoció al otro lado de la frontera a personajes de la calle como José Papa, al que Soler se referirá enn el relato como “O Papa”. “Fue el hombre que yo encontré en mi primera noche de fugitivo”. Miguel nunca olvidaría que aquel viaje hacia la libertad solo fue posible gracias a la ayuda desinteresada de muchos izquierdistas portugueses que sabían lo que estaba ocurriendo en España.

ardaría casi tres años en partir hacia Marruecos por la dificultad de un viaje seguro hacia el otro continente. “Lo último que Miguel Domínguez escuchó al dejar Lisboa fueron las terribles palabras de un policía salazarista, quien al escuchar que deseaba llegar a México, le espetó: “Donde tenías que ir es al cementerio de tu pueblo”. “En ese momento, después de tres años de huido, Miguel Domínguez se derrumbó y lloró amargamente”, relata Francisco Espinosa. Probablemente sabía que había estado en las listas de saqueos en aquel trágico mes de agosto en su pueblo, lo que obligaba a ser un fugitivo de por vida.

Batallones en medio del desierto: preso para la construcción de Transahariano

La estabilidad le dura poco tiempo a Soler. Cuando llega a Casablanca el 11 de abril de 1939 y comienza a trabajar en una fábrica de conservas, no tarda en producirse la segunda ocupación alemana en junio de 1940: “Como muchos españoles refugiados fue detenido y enviado a la 2ª Compañía de Trabajadores Extranjeros en Mengoub (Marruecos)”, campamento situado entre los de Bou-Arfa (Marruecos) y Colomb-Bechar (Argelia). Participaría la construcción del ferrocarril transahariano.

En sus memorias habla del diálogo con aquel policía que lo detiene por primera vez y cómo después de identificarse un oficial le encajó la terrorífica frase: “Queda usted detenido”. “¿Yo? —respondí— ¿Y por qué? Ah, amigo, —respondió el policía—. No nos eche usted la culpa, son órdenes de la Comisaría Alemana”.

En aquellos batallones, en medio del desierto, Soler recuerda que su trabajo consistía en partir piedras para la creación de las vías. El sol era sofocante y sus compañeros hacían el trabajo prácticamente desnudos. “Medio cuerpo sin ropa y a trabajar. Yo también lo hice. El calor, de pronto, era insoportable. Millares de moscas del desierto mordían nuestro lagrimal, en los bordes de los labios… Era terrible aquel suplicio”. Meses más tarde llegaría la inauguración de aquel tramo del Transahariano “hecho, soldado y regado en ocasiones por lágrimas de los apátridas españoles”, relata Miguel.

Miguel no regresaría a España hasta 1983

Los días de Miguel continuaron en la población pesquera de Safi. En aquel pueblo marroquí encontró la estabilidad que buscó durante toda su vida y sus amigos de “refugilandia”, como los llamaría, lo escuchaban en el Cine Rif hacer mítines contra la dictadura española. Soler destaca de aquella etapa “aquí estaba el Círculo García Lorca, el Club Hispano Portugués y un valioso número de organizaciones que trabajaban por la reconquista de España”. Pronto fue elegido miembro del Comité Nacional de la Liga Marroquí de Derechos del Hombre.

Miguel no llegó a pisar España de nuevo hasta septiembre de 1983 y regresaría de nuevo a su tierra marroquí. Se quedaría en su segunda patria junto a la que fue su mujer Abouch Mohaiti Gaugui.

“Este exilio al Marruecos francés ha quedado en la odisea del exilio republicano en un plano muy secundario, reducido en buena medida por la sombra del exilio francés”, relata Cecilio Gordillo, coordinador del grupo de memoria de CGT Andalucía. Y es que aquellos refugiados españoles que también lograron marchar hacia el sur de Europa y buscarse la vida sin volver su lugar de origen no se conoce, más bien se queda en el limbo de la historia sus días como fugitivos.

 

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Fuente: Público