Moscú: La penúltima batalla de los Niños de la Guerra PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - El exilio republicano
Escrito por Pablo Jiménez Arandia   
Sábado, 18 de Agosto de 2018 04:38

<p>Luis García, oriundo de Bilbao, y Julia Sanz, viuda de un Niño de la Guerra, en el Centro Español de Moscú / Pablo Jiménez Arandia. </p> El 15 de junio venció el contrato de alquiler del histórico Centro Español de Moscú, lugar de encuentro desde hace décadas de los menores exiliados en 1937 durante la Guerra Civil

El Centro Español en Moscú tiene aspecto de accidente en pleno centro de la capital rusa. Doblando la esquina del número 18/7 de Ulitsa Kuznetsky Most uno se encuentra con un enorme Zara. Un poco más allá, un moderno café sirve “comida orgánica”. Al lado, un pub inglés se va llenando antes del próximo partido.

Mientras tanto, y como si casi nada hubiera cambiado en el último medio siglo, Luis, Nicolás, Herminio, Conchita, María Teresa y varios más rematan el pollo asado y la tortilla de patatas con ensalada que hay sobre la mesa. Es viernes a mediodía. El día de encuentro para los niños de la guerra que siguen vivos y sus descendientes. Los nonagenarios, que se disponen a recoger las migas y las copas de vino prácticamente vacías, fueron en 1937 los primeros refugiados de la Guerra Civil española en llegar a la Unión Soviética, pocos meses después del levantamiento fascista del general Franco.

Desde los años 60 del siglo pasado este es su lugar de reunión. Un extenso local que el gobierno soviético cedió a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, para las reuniones del Partido Comunista (PCE) en Moscú. Con los años se convirtió simplemente en punto de encuentro para exiliados, primero, y para españoles residentes o moscovitas interesados en la cultura hispana –desde hace años se imparten clases de baile español, entre otras actividades–.

Hoy lo primero que se observa al cruzar la puerta son los cuadros de ciudades y pueblos de España colgados en la pared. A la izquierda está la barra del bar y al fondo, con una estatua de Don Quijote como testigo, la mesa donde cada semana se disputa la tradicional partida de tute, que hoy está a punto de comenzar.

Además de las múltiples referencias taurinas, una especie de altar pagano adorna la sala principal con fotografías de los ‘niños’ cuando todavía lo eran, recortes de prensa y un libro dedicado a los fallecidos en la II Gran Guerra (la Mundial, o Patriótica, como se la conoce en Rusia), que padeció esta generación de españoles, olvidados durante décadas por su país de nacimiento u origen.

Los registros cifran en prácticamente 3.000 los niños españoles de entre 5 y 15 años que llegaron a través de diferentes rutas a la Unión Soviética. Hijos de familias republicanas, muchos de ellos ya huérfanos tras los primeros meses del conflicto, las dos expediciones más numerosas zarparon desde los puertos de Santurce (Vizcaya) y El Musel (Gijón) con dirección a Leningrado (hoy San Petersburgo). Las autoridades soviéticas habilitaron hasta quince casas repartidas por las actuales Rusia y Ucrania para dar cobijo, educación y cuidados a los niños.

Fin del alquiler 

Con las migas y el vino ya recogido, María Teresa Casero se sienta de nuevo en la mesa. Ella pertenece a esa segunda generación de niños de la guerra que nacieron en suelo soviético. Hija de un ovetense y una rusa, ejerce desde el invierno pasado como presidenta del Centro Español en Moscú tras la muerte de Francisco Mansilla, ‘niño de la guerra’ y figura clave en la defensa de la memoria de este colectivo. En 2013, con Mansilla de presidente, el Centro recuperó parte de la pequeña subvención que el Gobierno español había segado con el estallido de la crisis.

El dinero que hoy reciben desde Madrid y las pequeñas aportaciones de particulares –que cuelgan de un papel en el hall: apenas 4 o 5 anotaciones en lo que va de año– son el sustento económico de este lugar. Pero en los últimos meses, explica María Teresa con su marcado acento ruso, las cosas se han vuelto a complicar.

Partida de Tute de los viernes en el Centro Español de Moscú.

Partida de Tute de los viernes en el Centro Español de Moscú.

El 15 de junio, un día después de que las calles de Moscú comenzaran a llenarse de banderas, camisetas de fútbol y cánticos de hinchas, el contrato de alquiler del Centro venció. La fecha estaba en el calendario desde hacía tiempo. Pero la esperada prórroga todavía no ha llegado. “Estamos esperando el documento oficial de la alcaldía. (…) No sabemos cómo pedir una prolongación al gobierno municipal”, lamenta María Teresa. 

Como todo lo que tiene que ver con este lugar y sus protagonistas, la historia del alquiler está llena de vericuetos. Cedido inicialmente de manera gratuita por las autoridades soviéticas a la disidencia franquista en Moscú, la irrupción del consumismo más salvaje cambió de arriba abajo esta zona de la ciudad, a tiro de piedra del mítico Teatro Bolshói y a escasos diez minutos a pie de la Plaza Roja.

Bajo las nuevas reglas capitalistas, el Ayuntamiento moscovita estableció hace 25 años un contrato de alquiler que se ha renovado en varias ocasiones –con la consiguiente subida de renta– mientras la zona se revalorizaba. Siempre, eso sí, con unas condiciones más ventajosas que las de un local comercial, lo que les ha permitido sobrevivir durante todo este tiempo. Al menos, hasta el pasado 15 de junio.

Parálisis diplomática

Dolores Cabra, presidenta de la Asociación Guerra y Exilio (AGE) y portavoz oficiosa del Centro fuera de Rusia, explica que un cúmulo de circunstancias, algunas de ellas arrastradas desde hace tiempo, ha impedido la resolución del conflicto. “Tenía que haberse resuelto ya. Pero en las embajadas no se ha movido nada en los últimos meses”, cuenta a través del teléfono.

En marzo pasado, el caso Skripal –el supuesto envenenamiento de un exespía ruso y su hija en Reino Unido– provocó un choque diplomático y la salida de varios funcionarios de sus respectivas embajadas en Madrid y Moscú. Estas tensiones de alto nivel se unieron a la quietud de la diplomacia española durante meses ante cualquier cuestión no relacionada con el conflicto en Cataluña.

Una fuente próxima al Consulado español en la capital rusa, enlace clave para todos los trámites burocráticos del Centro, señala su confianza en que el asunto del alquiler se resuelva próximamente, aunque no se atreve a decir cuándo ni bajo qué condiciones, elemento clave para conocer el futuro que le espera al local y por tanto a los Niños de la Guerra y sus descendientes.  

En este contexto, de las conversaciones con los Niños se desprende una cierta sensación de abandono, de olvido, que va en aumento y de la mano al propio paso del tiempo. O que quizás tiene que ver con propia condición de antiguos refugiados, luego apestados –ni el régimen franquista ni el soviético les permitió volver a España hasta casi los años 60- y hoy simplemente ancianos. “Tú sabes que ahora el mundo está ocupado en otras cosas”, piensa en voz alta María Teresa. “Cuando termine el verano, en septiembre, creo que vamos a tener todo más claro”, suspira.

Una promesa retrasada una y otra vez

Una solución a largo plazo solventaría el problema del alquiler y abriría paso a un proyecto largamente anunciado. Además de la memoria viva en forma de testimonios sobre la guerra, el exilio y el día a día en la Unión Soviética de los Niños de la Guerra (apenas unas cinco decenas siguen vivos en toda Rusia, aunque muchos de ellos ya enfermos) y sus familias, el Centro Español guarda una ingente cantidad de documentos, fotografías y otros archivos almacenados hoy de forma desordenada por falta de medios.

“Hay muchas personas que nos escriben de España buscando a sus parientes que pasaron por Rusia. O personas que perdieron documentos y que descubren luego cosas en nuestro archivo”, señala María Teresa.

El proyecto en cuestión es la creación de un centro de memoria y de referencia para la emigración española

El proyecto en cuestión, según señala una fuente próxima al Consulado español, es la creación de un “centro de memoria y de referencia para la emigración española” que permita entre otras cosas ordenar y digitalizar el archivo disponible. También la organización de actividades culturales de un modo diferente al actual. Sin embargo, esta idea que viene de lejos sigue siendo por ahora eso, una promesa sin plazos fijos ni presupuesto. Supeditada además a que el gobierno municipal se preste a firmar “un contrato a largo plazo” para el Centro, apunta la misma fuente.

Desde España, Dolores Cabra explica que “se mezclan cuestiones de diplomacia y mano izquierda”. Esta historiadora e investigadora remarca la necesidad de que “las instituciones rusas comprendan la importancia del Centro Español para Rusia”.

“Hay que apostar por un proyecto común, en el que se vea todo los que los Niños de la Guerra aportaron a la medicina rusa, a su arquitectura, cultura, etc.”. Todas ellas profesiones que ejercieron los miles de niños españoles que permanecieron como adultos en el país que les acogió. Sin contar los centenares que murieron –la mayoría de manera anónima- luchando en el frente de guerra contra la invasión nazi o en la retaguardia.

Mucha memoria que recuperar

Un vistazo al envejecido local de techos altos que ocupa el Centro convence de la necesidad de una reforma. “¿Quién va a arreglar esto? ¡Nosotros no podemos hacerlo!”, exclama María Teresa Casero. Lo explica mientras cuenta el último descubrimiento sobre la memoria de los Niños al que han asistido en primera persona.

A finales de junio, María Teresa y otras tres representantes del Centro viajaron hasta la región de Karelia, en el extremo noroeste de Rusia, para acudir al homenaje a 23 chavales con nombre español que murieron luchando por romper el cerco que el ejército nazi estableció en 1941 sobre Leningrado. Una placa conmemorativa les recuerda en un apartado bosque, el lugar donde se encontraron los tres o cuatro cuerpos que han permitido tirar del hilo de esta trágica historia.

Durante el acto un grupo de monjas ortodoxas marchó en silencio sujetando los retratos de varios críos, convertidos precipitadamente en soldados, cuenta con la voz entrecortada Elena Lago, hija de español y tesorera hoy del Centro. Al enseñarle las fotos, Luis, un Niño de la Guerra que llegó desde Bilbao a Rusia con sólo nueve años y que hoy ha decidido no participar en el tute de los viernes, reconoció a uno de sus amigos de la infancia, tercia emocionada María Teresa.

“Sólo tenemos los nombres en la placa del monumento. Pero todavía hay que buscar muchos cuerpos”, asegura. Lo dice con la esperanza de seguir tirando del hilo de la memoria. En una historia que comenzó hace 80 años con la llegada de miles de niños a una tierra desconocida. Y cuyo legado afronta un presente y un futuro lleno de incertidumbres.

 

En la aimagen superior, Luis García, oriundo de Bilbao, y Julia Sanz, viuda de un Niño de la Guerra, en el Centro Español de Moscú / Pablo Jiménez Arandia.

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Fuente: CTXT