Aviadores republicanos españoles en la URSS PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Cultura de la Memoria
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Jueves, 17 de Marzo de 2011 05:48

Pilotos del Grupo Moscas que pasaron a la Escuela de pilotos de Jarkov (URSS).Carmen Calvo Jung, Los últimos aviadores de la República. La cuarta expedición a Kirovabad, Madrid, Ministerio de Defensa y Fundación Aena, 2010, 395 pp.

   El contenido de este ensayo desborda lo prometido en el título. En sus dos primeros capítulos trata sobre el envío del oro del Banco de España a Moscú, y sobre las andanzas de Marcelino Pascua como embajador de la República en Moscú. A partir del capítulo tercero, en la página 109, empieza a plantearse el tema de los aviadores  militares  republicanos formados en la Unión Soviética.
   La autora no oculta desde el principio su falta de sintonía con la Unión Soviética. Está en su derecho de manifestar sus opiniones políticas en cuanto escribe. Sin embargo, al lector enterado de lo que representó la colaboración de la Unión Soviética con la República Española le sorprende encontrar en la página 60 una palabra clave, "ayuda", así, entre comillas, como si no hubiera sido real.
   En primer lugar, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no tenía ningún motivo para ayudar a la República burguesa instaurada en España. A la República Española estaba obligada a apoyarla la República burguesa Francesa, que además se hallaba gobernada por un Frente Popular semejante al español. Pero la República Francesa no sólo se negó a facilitar armamento bélico y hombres a sus presuntos correligionarios españoles, sino que se incautó de los envíos realizados por la Unión Soviética, obligadamente descargados en sus puertos para evitar el bloqueo a los españoles de los submarinos fascistas italianos.
   En la página 61 explica que la colaboración soviética no fue altruista, sino que la cobró. ¿Por qué no iba a hacerlo, si a la Unión Soviética no tenía por qué importarle la suerte de una república burguesa? Para sus intereses, daba lo mismo que en otro país hubiese cualquier régimen político distinto del socialismo real. Es preciso tener en cuenta que la Unión Soviética realizó un enorme sacrificio al remitir a España un material bélico que necesitaba, porque sabía que la Alemania nazi iba a invadirla. Y el país acababa de pasar de un sistema productivo agrícola medieval al desarrollo industrial tecnológico, después de superar una guerra civil, gracias al esfuerzo de sus habitantes y a la acertada dirección de Lenin primero y de Stalin después.
   No ha pensado la autora en que la ayuda prestada por los nazis alemanes y los fascistas italianos a los militares monárquicos sublevados la pagamos muy cara, tanto los supervivientes que quedaron en España como los que nacimos después de su triunfo. No sólo se pagó en dinero, sino  con la remisión de los minerales útiles para la industria bélica, y de las mejores cosechas para alimentar a sus soldados. Por no mencionar a la División Azul, que pagó en su carne la sumisión al ideario nazi, y a la protección dispensada a los servicios de espionaje nazis en nuestro suelo.

 

UNA AYUDA MÚLTIPLE

   La colaboración de la Unión Soviética no se limitó a expedir material bélico, sino que también comisionó a unos asesores militares para que transformasen las indisciplinadas Milicias Populares en el Ejército Popular perfectamente organizado. Además despachó barcos cargados de víveres para sostener a un pueblo que debía mantenerse en lucha, y por ello no podía atender debidamente a la agricultura y la ganadería. Además gestionó el reclutamiento de las Brigadas Internacionales para luchar junto al pueblo. Además los trabajadores soviéticos destinaron un día de su salario para contribuir a la defensa de la libertad española, y recaudaron catorce millones de rublos. Además acogió a cerca de tres mil niños huérfanos o desplazados por causa de la guerra, con trescientos maestros que atendieran su educación española, en unos albergues especiales. Y además recibió a los jóvenes españoles que deseaban formarse como pilotos, que es en principio el objeto de este ensayo.
   No es lícito cuestionar entre comillas la ayuda soviética a la República. Si al final resultó inútil, la culpa la tuvo la intolerable política francesa, sin duda amedrentada ante sus belicosos vecinos, nazis y fascistas, pero que demostró un comportamiento criminal, por confiscar el material remitido desde la Unión Soviética y por promocionar el inicuo Comité de No Intervención ya desde el 4 de agosto de 1936. Bien caro lo iba a pagar enseguida. Muy probablemente, de haber triunfado el Ejército leal en España, la historia de Europa sería distinta de como es, y Francia no habría sido vencida, invadida y humillada por la Alemania nazi. Justa recompensa a su traición a los ideales de la Revolución que le sirven de divisa.
   Más incomprensible resulta lo que escribe Carmen Calvo Jung en la página 158, al culpar a Stalin nada menos que de la derrota de la República Española:

   Las exposiciones de Stalin que el jefe de la Komintern [Georgi Dimitrov] anotó en su diario [el 7 de abril de 1939] ponen claramente de manifiesto que el dirigente soviético no quería aclarar radicalmente los motivos del fracaso de la República española, como tampoco evaluar su propia parte de la culpa (los reducidos suministros de ayuda en armas, en parte anticuadas, el cese de los suministros de armas a partir del verano de 1938, la actuación de los servicios secretos soviéticos como un "Estado dentro del Estado", el incremento de las persecuciones de opositores dentro de la República, etc.).

   Es increíble que esta afirmación pueda presentarla un historiador, o historiadora en este caso, que presume de manejar buena información. Vamos a examinar cada uno de sus puntos.

UN MATERIAL EXCELENTE

  No existen cifras concretas sobre la cantidad de material bélico soviético destinado a España. Según Gerald Howson en su ensayo Armas para España. La historia no contada de la guerra civil, Barcelona, Península, 2000, fueron despachados 52 transportes marítimos con 623 aviones, 331 tanques, 302 piezas de artillería, 191 piezas de obuses, 4 lanzaminas, 64 cañones antiaéreos, 427 cañones, 340 lanzagranadas, 15.008 ametralladoras, y 379.645 fusiles. Todo este material era excelente, pero escaso en comparación con el recibido de Alemania e Italia por los rebeldes. Concluye que "las fuerzas materiales de los dos bandos estuvieron tan desequilibradas en contra de los republicanos que se impone reescribir gran parte de lo que se ha publicado hasta la fecha acerca de la historia de la guerra civil española" (p. 351).
   Tres barcos soviéticos con suministros para España fueron hundidos por los nazifascistas: Konsomol, Smidorich y Timiriazov.
   Es absolutamente falso que los envíos de armamento bélico cesaran en el verano de 1938. La autora no ha querido enterarse del viaje realizado por el general Hidalgo de Cisneros a Moscú en noviembre o diciembre (la fecha exacta está discutida) de 1938, portador de unas cartas del presidente Negrín a los máximos dirigentes de la Unión Soviética, Stalin, Molotov y Voroshilov, con una larguísima solicitud de armamento, que fue atendida, y además a crédito, porque el oro del Banco de España había sido ya gastado. A finales de diciembre empezaron a llegar los barcos que los transportaban a Francia, en donde su Gobierno ordenó que fueran incautados. Los archivos soviéticos no dejan lugar a dudas, y además todo se halla contado perfectamente en la autobiografía de Ignacio Hidalgo de Cisneros, Cambio de rumbo, impresa en dos volúmenes en Bucarest en 1961 y 1964, sin indicación de editor.
   La frontera francesa estuvo cerrada para los envíos soviéticos entre el 18 de enero y el 17 de marzo de 1938. Las últimas remesas llegaron a Burdeos el 15 de enero de 1939, y allí quedaron detenidas por las autoridades francesas: 168 aviones, 40 tanques, 539 piezas de artillería, y 2.770 ametralladoras, según explica Howson (pp. 339 s.). Mientras tanto, Cataluña se defendía del acoso rebelde casi sin armamento.

LOS ASESORES MILITARES

   La intervención de los asesores soviéticos resultó decisiva. Gracias a ellos se pudo crear el Ejército Popular, con disciplina y eficacia. Hubo poco más de dos mil asesores en total, sin que llegaran a estar más de ochocientos en cada ocasión. Empezaron a abandonar España en noviembre de 1938, y los últimos lo hicieron antes de la caída de Barcelona, el 26 de enero de 1939.
   Es insostenible que formaran un "Estado dentro del Estado", como dice la autora. Se limitaron a cumplir su misión de asesoramiento, y lo hicieron con discreción. Naturalmente, no aporta ningún ejemplo para justificar sus opiniones, siempre contrarias al papel de la URSS en el desarrollo de la guerra. En cambio, existen documentos probatorios de las instrucciones de Stalin, respeto a la actitud de los asesores militares, ordenándoles que estuvieran siempre subordinados al Gobierno legítimo. No existió más Estado que el republicano en la zona leal.
   En cuanto a su denuncia de "incremento de las persecuciones de opositores", sin duda se refiere a los trotskistas, enemigos personales de Stalin porque su inspirador no logró hacerse con el poder en la Unión Soviética. Nadie conocedor de la historia de la República Española será capaz de defender su actuación durante la guerra, si está con el Gobierno legal. Los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona fueron dirigidos por el POUM, partido integrado por trotskistas, y secundados por la CNT-FAI, siempre con una actitud suicida característica. Organizaron otra guerra dentro de la guerra, hasta el punto de tener sitiado durante tres días al presidente de la República en su residencia, lo que obligó al ministro Prieto a desviar tropas leales para restablecer el orden. Por eso fue prohibido el partido trotskista, y sólo es de lamentar que no lo hubiera sido antes, para evitar esa insurrección criminal.
   La autora critica muy negativamente la remisión del oro del Banco de España a Moscú. Opina que podía haberse depositado en otro país. Claro que sí, en Francia, por ejemplo, adonde en junio de 1931, a poco de su proclamación, la República había remitido 257 millones de pesetas de las de entonces en oro, debido a la agresiva actitud de la Banca Morgan, de los Estados Unidos, contra la divisa española. El Gobierno del presunto socialista Léon Blum se negó a devolverlos o a invertirlos en la compra de material bélico, y en 1939 se los entregaron a los rebeldes victoriosos.
   Son numerosísimos los testimonios de los protagonistas de aquellos sucesos y de los historiadores que consideran imprescindible la colaboración soviética para defender la legalidad constitucional contra la agresión nazifascista. Citaremos solamente uno, el de Ricardo Miralles en la biografía de Juan Negrín. La República en guerra, Madrid, Temas de Hoy, 2003, página 361:

   Desde que se puso en marcha el Acuerdo de No intervención en España, las posibilidades de supervivencia de la democracia española pasaron a depender de la única potencia dispuesta a ayudar efectivamente a la República, la URSS. La Unión Soviética fue la tabla de salvación a la que se agarró el náufrago, el único país donde fue posible realizar con garantías la operación de conversión del oro en divisas para las compras exteriores del Estado Español. La URSS fue el único país que defendió los puntos de vista de la República en el Comité de Londres, el único que cubrió las necesidades de todo tipo del régimen legal español y, sobre todo, el único proveedor de armas, sin las cuales la exhortación de "¡Resistir es vencer!" no habría pasado de ser una romántica frase.

   Si la resistencia se hubiera mantenido hasta setiembre, hasta la invasión de Polonia por el III Reich, la historia de España estaría escrita sin el horror de la dictadura. Pero la traición de Casado y sus cómplices hizo imposible continuar los planes del doctor Negrín, basados en su conocimiento de la política internacional. Por cierto: los militares comunistas fueron los que se opusieron al golpe de Estado del rebelde Casado, asistido por socialistas, anarquistas y hasta republicanos.

ESCUELA SOVIÉTICA PARA PILOTOS ESPAÑOLES

   Con estos precedentes, puede intuirse con facilidad que Carmen Calvo Jung no trata imparcialmente el tema propuesto en el título. Le disgusta el régimen soviético, y mucho más todavía su dirigente en aquellos años, Stalin. De modo que en su libro no tiene cabida la objetividad exigible a un historiador. Ni siquiera valora el hecho de que Stalin aprobase la creación de una escuela especial, para instruir a unos jóvenes españoles de variada ideología, pocos de ellos comunistas. Al lector, sin embargo, le parece que solamente ese gesto ya merece el agradecimiento de todos los republicanos españoles a la Unión Soviética y a sus dirigentes.
   Recapitula las cuatro expediciones de jóvenes españoles para formarse como pilotos, durante seis meses de instrucción acelerada. El 17 de enero de 1937 fue inaugurada la Escuela de Aviación Militar de Kirovabad, para acoger a los alumnos españoles.  Fue desmantelada entre el 28 de marzo y el 1 de agosto de 1939, cuando dejó de tener utilidad, ante la pérdida de la guerra en España.
   La primera dificultad con que tropezaron profesores y alumnos estaba en sus diferentes idiomas, lo que hacía imprescindible la intervención de traductores para entenderse en una cuestión tan técnica como arriesgada. Era urgente acelerar la instrucción, para que los pilotos se incorporasen cuanto antes a las Fuerzas Aéreas Republicanas, así que resultó inevitable que en tan corto período de tiempo se produjeran accidentes, en los que fallecieron algunos profesores y alumnos, además de quedar destrozados los aparatos, cosa que en aquellas circunstancias se presentaba tan penosa como la muerte de los seres humanos.
   Ochocientos pilotos españoles se adiestraron en la URSS, entre ellos Rómulo Negrín, hijo del jefe del Gobierno, llegado en la segunda expedición, y que al concluir su formación se enroló para seguir un curso de Estado Mayor. Al cerrarse la Escuela quedaba en ella un número no determinado de españoles, entre 150 y 192, según la autora, que no ha conseguido precisarlo. Ante el desastre republicano, se les dio a elegir su futuro: unos decidieron alistarse como pilotos en el Ejército Soviético, otros prefirieron trabajar en fábricas, y 31 resolvieron abandonar la Unión Soviética para trasladarse a otros países. No es casual que fueran anarquistas. Tampoco lo es que 25 de ellos se dirigieran a la Embajada de la Alemania nazi en solicitud de que les extendieran pasaportes para regresar a la España sometida a la dictadura militar fascista, pero no llegaron a conseguirlos.

LA INVASIÓN ALEMANA

   El 22 de junio de 1941 el ejército hasta ese día victorioso del III Reich invadió a la Unión Soviética. Se produjo entonces un necesario examen de los extranjeros residentes en la nación, para evitar espías a favor del enemigo. El Partido Comunista de España radicado en la URSS denunció a ocho de los pilotos que permanecían en el territorio, por haber mantenido una actitud sospechosa ya desde el viaje de traslado desde España: en Londres abandonaron el navío en el que viajaban, pese a haberse prohibido el desembarco para evitar que fuera conocido por el Comité de No Intervención el papel que estaba desempeñando la Unión Soviética. Después se comportaron siempre indisciplinadamente en la Escuela, con lo que demostraban ser incapaces de asumir responsabilidades, sobre todo en aquellas circunstancias tan terribles. Se condenó a los ocho a trabajos forzados.
   Los otros disidentes fueron trasladados a Siberia, ante el avance de los invasores nazis, que no hubieran tenido contemplaciones con unos enemigos a los que combatieron en España si volvían a encontrarlos en la Unión Soviética. Terminada la guerra, fueron enviados a otros lugares, junto con los presos de la División Azul. La autora se entretiene en describir las calamidades por las que pasaron, como si la guerra y la posguerra no fueran suficientes para explicar las dificultades de todo tipo a las que se enfrentó el pueblo soviético con entusiasmo.
   Los familiares de los pilotos republicanos radicados en España hicieron gestiones ante los dirigentes de la dictadura, para que tramitaran su repatriación, pero sin éxito, dado el odio patológico de los vencedores hacia cuanto se apellidase republicano.
   Hasta que en el verano de 1953 la dictadura fascista creyó conveniente intentar establecer relaciones comerciales con la Unión Soviética. Había muerto Stalin, que constituía la pesadilla de los fascistas, por haber conseguido derrotar al Reich en la conocida como Gran Guerra Patriótica. Las conversaciones resultaron eficaces, y la Unión Soviética convino en repatriar a los pilotos y marinos republicanos que lo desearan, así como a los niños evacuados a consecuencia de la guerra que quisieran regresar, a los trabajadores apresados en Alemania tras la derrota nazi, y a los presos de la División Azul

LA REPATRIACIÓN

   El 26 de marzo de 1954 se concentraron en Odessa 291 españoles, para embarcar en el navío de bandera liberiana Semíramis, con rumbo a la España dictatorial. A última hora, cinco de ellos prefirieron quedarse en su nueva patria soviética. El barco atracó en Estambul, y allí subieron a bordo unas delegaciones de la Cruz Roja y del Gobierno dictatorial, para realizar informes de cada pasajero, remitidos después al fichero general de la Policía.
   El 2 de abril arribó el Semíramis a Barcelona, entre el entusiasmo de una multitud organizada para la recepción por los gobernantes. El día anterior se había celebrado en Madrid el decimoquinto desfile militar conmemorativo de la victoria rebelde. En realidad se recibía a los integrantes de la División Azul, considerados héroes por las autoridades fascistas. Por eso se hallaban en el puerto el secretario general del Movimiento y el ministro del Ejército, antiguo comandante de la División Azul. Los rojos que volvían eran aceptados para intentar demostrar al mundo que la España dictatorial constituía un régimen democrático, de democracia orgánica, como decían sus intelectuales, pero capaz de admitir incluso a los que fueron sus enemigos.
   En la expedición vinieron doce pilotos y dieciocho marinos mercantes republicanos. La autora reconoce que muy pocos de los niños evacuados durante la guerra aceptaron regresar: todos habían podido estudiar una carrera universitaria, y se encontraban felices en su nueva patria socialista.
   Los repatriados fueron conducidos a la basílica de Nuestra Señora de la Merced, considerada la patrona de los cautivos. Fue la primera demostración de que llegaban a un país sometido a la potestad de la Iglesia catolicorromana, la misma que en 1937 había difundido la Carta colectiva del Episcopado español en apoyo de los sublevados, para los que recaudó dinero en sus templos por todo el mundo.
   La Delegación Nacional de Excombatientes buscó empleos estatales a los recién llegados. Algunos trabajaron en Radio Liberty, organizada por la CIA en su perpetua guerra contra el comunismo. Otros escribieron sus recuerdos para censurar a la República y a la Unión Soviética, lo que demuestra su ideología.
  
OBSESIÓN ANTICOMUNISTA

   Carmen Calvo Jung ha tomado como punto de partida una investigación sobre la última expedición de alumnos pilotos a la Unión Soviética, para reunir criterios opuestos a su sistema político, ahora que se ha desmoronado. Su libro podía haber sido impreso en España durante la dictadura, como otros que relataban el arrepentimiento de antiguos comunistas después de residir en la llamada patria común del proletariado internacional, o las ensoñaciones de los divisionarios azules dispuestos a extirpar el comunismo de este mundo.
   Al final de su ensayo se ve obligada a reconocer que los pilotos que aceptaron integrarse en el Ejército Soviético "se mostraron orgullosos de haber luchado durante la Segunda Guerra Mundial al lado del Ejército Rojo contra Hitler", y que "han sido, en parte, profusamente condecorados por la Unión Soviética por su actuación militar" (p. 359). Algunos regresaron posteriormente a España, y la autora dice haberse entrevistado con ellos, pero no le parece interesante relatar sus testimonios.
   Conocí a José María Bravo, a quien presenté en dos de sus intervenciones en el Ateneo de Madrid. Lucía con orgullo sus condecoraciones de Héroe de la Unión Soviética, y ofrecía un testimonio de sus vivencias muy diferente del aportado por la autora de este libro. Nunca renunció a sus ideales republicanos.
   Otro buen amigo, Manuel Montilla, a quien también presenté en sus dos intervenciones en el Ateneo de Madrid, afiliado a la Unión Republicana fundada por Diego Martínez Barrio, y desprovisto de la menor simpatía por el comunismo, escribió su autobiografía, publicada en México, D. F., en donde vivió su exilio, por Costa-Amic en 1982, con el título Héroes sin rostro. La guerra aérea republicana (1937-1939). Poseo un ejemplar dedicado por él, con una posdata de Bravo. Copio de la página 92 el resumen que hace de su estancia en la Escuela de Pilotos, muy oportuno para terminar este comentario, por si la autora llega a leerlo: 

   [...] debo confesar, a fuer de ser sincero, que el trato que nos dieron en Rusia fue excelente por parte de las autoridades, cariñoso al máximo por parte del pueblo. La instrucción técnica excelente. En cinco meses y medio nos hicieron pilotos de combate de los más modernos aviones que en esa época había en el mundo. Las cosas políticas dejemos que las narren los políticos.

   Eso es, pero con imparcialidad y objetividad, si es posible.

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Arturo del Villar es Presidente del colectivo republicano Tercer Milenio