Alambre de espino francés para encarcelar a los miembros de las Brigadas Internacionales PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Brigadas Internacionales
Escrito por Asturias Republicana   
Viernes, 25 de Octubre de 2013 05:22

A los que lucharon por la Libertad
se les premia en Francia
con los campos de concentración


Hoy, cuando Francia y Gran Bretaña están proclamando que son aliados en la guerra por la Democracia y la Libertad, resulta obvio que cualquier cosa que ocurra en uno de esos países va a ser visto con gran interés por los ciudadanos del otro. El gobierno Francés ha dado un mazazo contra la libertad en su propio país. Mazazos cuyos efectos no pueden pasarnos desapercibidos en Gran Bretaña. ¿Qué se puede pensar de la causa por la que se supone que estamos luchando? Desde el estallido de la guerra, los gobiernos de Daladier y Reynaud en París han demostrado cuál es su actitud con su propio pueblo.

 

Proclaman que están luchando contra todo lo que Hitler representa. ¿Pero cuál puede ser nuestra respuesta si descubrimos que en Francia se mantiene el mismo tipo de terror contra los trabajadores que en Alemania? ¿Qué sinceridad puede ser la suya cuando los mejores luchadores anti-fascistas de Francia están en campos de concentración?

Durante más de un año hubo en Francia un grupo de hombres que había luchado contra el fascismo arriesgando sus vidas y que estaban listos para volver a hacerlo; hombres que vieron lo que era el fascismo en sus propios países y cuyos conocimientos y experiencias les convierte en sus enemigos más peligrosos; hombres de casi todos las naciones fascistas, perseguidos en su propia patria, endurecidos por la reciente derrota, pero resueltos y capaces. Esos eran los hombres de las Brigadas Internacionales que, en 1936 y 1937, escaparon de los campos de concentración de sus propios países o que llevaban muchos meses como refugiados políticos, listos para aceptar una oportunidad de luchar contra su enemigo.

Hemos tratado de mostrar, por párrafos de las cartas que nos enviaron y por las descripciones de sus condiciones de vida que conocemos, cuál es el trato “democrático” que Francia dio a algunos de los mejores luchadores por la libertad.

Hospitalidad en Francia

Las Brigadas Internacionales fueron retiradas del servicio en el Ejército Republicano español en Septiembre de 1938 por un acuerdo con la Liga de las Naciones. En Enero del año siguiente, la mayor parte de estos hombres que podían regresar a sus países, volvieron a sus casas; pero aquéllos de países fascistas o semi fascistas, cuyo regreso podía significar la cárcel o la muerte, permanecieron en España, en bases en los Pirineos. Eran alemanes, austríacos, checos, italianos, polacos y finlandeses.

En Febrero de 1938, cuando cayó Barcelona, muchos de estos hombres volvieron otra vez a la acción como voluntarios para formar una unidad que cubriera las retirada de las tropas de Cataluña. Esta es la historia contada por uno de esos hombres:

“Esperamos durante tres largas y pesadas semanas, mientras cada día nos llegaban noticias de nuevas victorias fascistas. Cayó Tarragona y las hordas de Mussolini avanzaron hacia Barcelona. Nos estábamos empezando a volver locos permaneciendo impotentes y obligados a presenciar todo aquello, nosotros que, con nuestros bravos camaradas españoles, habíamos luchado tan duro para que no ocurriera. Entonces llegó André Marty, ese heroico luchador de la clase obrera, y pidió voluntarios para cubrir la retirada de las gentes de Cataluña. Precipitadamente, formamos en batallones, y con nuestros corazones llenos de alegría, enseguida entramos en lucha con los fascistas. Pero nuestras fuerzas eran demasiado pequeñas, nuestra retaguardia una multitud de gente, huyendo, creían, hacia la seguridad y la libertad. Nosotros también compartíamos esa creencia, incluso después de nuestra previa experiencia, y lentamente éramos obligados a retroceder, cerca ya de la frontera francesa, por fuerzas mecanizadas que una y otra vez eran lanzadas contra nosotros.

No fuimos bienvenidos por el estado tan “amante de la libertad” de Francia, y en esta tierra, con su tradición histórica de libertad, fuimos recibidos como los peores criminales del mundo. Fuimos desposeídos de nuestras armas por los Gardes Mobiles, que no limitaron su actuación a esto, sino que se quedaron con todo lo que les apeteció, tanto de nosotros como de la población civil. Y, luego, a los agujeros infernales de los campos de concentración, de los que los nazis tienen mucho que aprender.”

Los internacionales y los refugiados españoles fueron arreados juntos a esos campos de concentración. Y allí fueron abandonados sin más cosas que la ropa que vestían en el ejército. La inmensa mayoría no había recibido un uniforme nuevo desde el verano de 1938, dado lo limitado de los recursos del gobierno español. Muchos estaban heridos y todos tenían piojos, y, como consecuencia, erupciones e infecciones de la piel. Meses de pobre e insuficiente alimentación les había provocado una baja resistencia a las enfermedades. Su estado, cuando entraron en Francia, era tal que la mayoría deberían haber sido ingresados en un hospital para estar un mes, por lo menos.

Los campos a los que les condujeron estaban en la orilla del mar, entre dunas, terriblemente abiertos y expuestos a las inclemencias meteorológicas. Sus guardianes eran de las mal pagadas fuerzas coloniales francesas, que solamente estaban listos para confiscar cualquier propiedad, incluyendo unas botas, mantas y uniformes que parecían no tener ningún valor. Era el mes de Marzo y hacía mucho frío.

Desde el principio, no se dio ningún material para que pudieran construir cabañas. El único refugio posible era cavar agujeros en la arena. No puede sorprender que muchos murieran y que muchos más enfermaran. Los heridos cogieron infecciones. La atención médica era escasa e incluso muchos servicios médicos voluntarios que deseaban ayudar vieron a menudo rechazada su entrada en los campos.

En varios países se hicieron esfuerzos para ayudar a esos hombres. Comités que habían estado ayudando al pueblo español continuaron su trabajo ayudando a los refugiados. Una parte de los internacionales encontraron refugio en otros países y algunos están en Gran Bretaña ahora.

¡Cómo vivieron y murieron!

Pero, por lo menos, cuatro mil quinientos están todavía en Francia. Durante el verano, fueron trasladados de Argelés sur Mer, su primer campo, a Gurs, en los Pirineos, donde las condiciones mejoraron ligeramente. Se construyeron barracones para los hombres y hay tratamiento hospitalario para los casos más graves.

Cuando estalló la guerra, en Septiembre de 1939, las condiciones volvieron a empeorar. A los que se les había permitido un poco más de libertad, fueron conducidos de nuevo a los campos. La comida empeoró y también las posibilidades de contacto con el mundo exterior.

Esto es lo que nos cuenta en una carta un camarada de Gurs:
“Queremos, una vez más, describiros cuales son nuestras condiciones de vida.
Humedad, frío e imposibilidad de calentarse. La comida es absolutamente insuficiente. Sopas aguadas, la carne más dura cada día, una pequeña cantidad de patatas o lentejas o guisantes, una rebanada de pan. Con la comida, un poco de vinagre con agua, a lo que llaman vino, imbebible para la mayoría de nosotros; para la cena, té en vez de vino. Para el desayuno, pan seco y una taza de café. La carne es cada vez más a menudo incomible, bien sea porque está muy dura o porque apesta. En cualquier caso, nunca hay suficiente para comer. Sin comida adicional, todos nosotros podríamos morir, en particular si se consideran las miserables condiciones de vida.”

Esta carta fue escrita inmediatamente después del estallido de la guerra. Hace unas pocas semanas, en Marzo, una persona que visitó los campos relató cuál es ahora el menú diario: una rebanada de pan al día para cuatro hombres; por la mañana, un vaso de café (hecho de cebada tostada); al mediodía, una sopa de fréjoles o lentejas; por la noche, un vaso de chocolate.

Muchos de estos hombres están vistiendo los uniformes de verano de hace dieciocho meses, con los que cruzaron el Ebro. Pocos tienen botas o calcetines. Se envuelven los pies con trapos o sacos.

En otra carta se dice: “El camarada Weber acaba de morir. Tenía solamente 26 años. El camarada Walter ha perdido el oído derecho por la helada. No hay ventanas en los barracones y es imposible calentarlos. La vida de los hombres en el campo ha regresado a las más primitivas formas. La comida, el calentarse y el vestirse les ocupa totalmente.”

Las restricciones que se les han impuesto en los campos rivalizan con las de cualquier cárcel. Desde el principio, se permitió la entrada a muy pocos visitantes. La mayoría de los voluntarios de entidades de ayuda y socorro no pudieron conseguir un permiso para entrar en los campos. Solamente los de las organizaciones de ayuda más respetables, como la Comisión Internacional para los Refugiados y la Internacional YMCA de Ginebra pudieron obtener autorización para visitar a los prisioneros y, así y todo, muy rara vez. Todo ello significa que ninguno de estos hombres ha visto a nadie que conozca, en el exterior, desde hace muchos meses, y las visitas de cualquier clase han sido muy escasas.

¡Criminales!

Hay una doble alambrada de espino alrededor de los campos, vigilada por centinelas armados. Últimamente, no se ha permitido a nadie salir de los barracones después de la puesta del sol. El comandante francés al mando de los campos es un reconocido fascista. Se refiere invariablemente a estos hombres como una clase inferior de criminales. Siempre fue partidario de Franco y violento opositor de la República española. Ha declarado que todo el mundo conoce que el ejército republicano no se ocupaba de cuidar a sus heridos. Se refiere a los republicanos como los “rojos” y es agriamente anti comunista.

¿Qué esperanza pueden tener estos hombres de ser puestos en libertad? En la guerra de 1914-1918, el gobierno francés enroló a todos los peores criminales de Francia, presidiarios y condenados, en los Regimientos de Marcha. Se trataba de tropas desarmadas que se utilizaban para cavar trincheras en la tierra de nadie y para tareas similares a las que acompañaba la inevitabilidad de la muerte. Esa era la idea. Eran hombres a los que el gobierno prefería muertos que vivos. En esta guerra, se hicieron ofertas a algunas de las secciones de las Brigadas Internacionales para formar nuevos Regimientos de Marcha. Pasarían a ser escuadrones de condenados. El gobierno francés podría querer verlos mejor muertos que vivos. Este sería el final de la legión de luchadores por la democracia.

Algunos prisioneros polacos y checoeslovacos, desesperados por poder escapar de tan viles condiciones, se unieron a los batallones de extranjeros de su respectiva nacionalidad. Pero cuando algunos polacos se presentaron para servir en la legión Polaca, se les dijo: “Ustedes son judíos. No queremos judíos aquí.” Otros fueron chantajeados para que se enrolaran en la Legión Extranjera francesa. A nadie se le ofreció trabajo como ciudadanos corrientes. Hay un grupo de hombres, la mayoría de ellos con las mejores hojas de servicios en España –oficiales y comisarios del Ejército republicano español- que han mostrado un espíritu indomable a lo largo del tiempo. Ha quedado claro para ellos que nunca se les dejará salir libres de los campos de concentración. ¿Está el gobierno francés preocupado por estos hombres? Es el gobierno el que nombró al comandante de los campos; el gobierno el que inspiró la actitud oficial de odio y desprecio. ¿Son todos los hombres de fuertes simpatías democráticas sospechosos criminales, ahora, en Francia? De las medidas que el gobierno francés tomó contra sus propios ciudadanos viene la confirmación de lo que cada uno que haya leído hasta aquí debe sospechar. En Francia, la misma democracia ha sido declarada un crimen.

-----------

Fuente; Asturias Republicana