Tormentas malolientes PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Brigadas Internacionales
Escrito por Juan Miguel de Mora / UCR   
Domingo, 23 de Junio de 2013 05:38

 

Tormentas malolientes: ¿habían leído o escuchado antes esa expresión? ¿Qué clase de tormentas puede definirse como malolientes? Algún científico nos dijo que las que se producen en un área contaminada por malos olores. Sí: aquí en México hubo durante muchos años un trozo de la avenida Insurgentes que apestaba, debido a una fábrica de papel cercana. La trasladaron a otro lado, hace ya años, y el mal olor desapareció.


Pero, ¿y cuando la tormenta es de otro tipo? Cuando no es de nubes y descargas eléctricas, sino de bajeza moral, odio y envidia de seres humanos con poder?


Esas tormentas se desarrollan en el lodo putrefacto de cerebros enfermos, de los que almacenan cuidadosamente el odio nacido de un aplastante complejo de inferioridad, tan grande que impide pensar, evita razonar, ciega al que lo sufre y despoja a quien lo siente de sus defensas y lo deja desnudo ante el juicio de sus semejantes.


Ninguna persona normal puede guardar tanto aborrecimiento, tanto encono, tanto resentimiento contra algo o alguien que, 75 años después de lo que fue su origen, siga manteniéndolo. Algo hay en un cerebro así que revela la gravedad de su estado.


Ni la Iglesia Católica, famosa en el mundo entero por su Inquisición y por la tenacidad con que persiguió a quienes consideró sus enemigos, ha sido capaz de tanto. Papas y otros jerarcas se han reunido ya con rabinos, pastores protestantes, sacerdotes budistas, imames islámicos y sacerdotes de las Iglesias ortodoxas, griega, armenia o rusa.


Nadie en sus cabales, con un cerebro normal, puede odiar tanto e ininterrumpidamente por tanto tiempo. Y menos aun se explica esa tenacidad en el odio cuando el objeto de su inquina fue vencido (sólo por la fuerza) por quien todavía lo sigue odiando.


Estoy seguro de que los siquiatras tienen una clasificación y un nombre para esa enfermedad. Seguramente dirán que tal estado mental está ya catalogado hace años. Pero lo que es más difícil de entender es que una persona que sufre esa enfermedad (y que precisamente por estar tan enferma merece respeto y atención médica) esté al frente del ayuntamiento de una importante ciudad europea, Madrid, la capital de España.

 

De no ser por tratarse de una enferma no se comprendería que la muy respetable señora doña Ana Botella de Aznar haya pedido que se quite de la Ciudad Universitaria de Madrid un pequeño monumento conmemorativo del hecho de que de 1936 al 39 combatieron allí mismo las Brigadas Internacionales que fueron a luchar por la República Española y en las cuales (pese a la montaña de calumnias sufridas por la República y sus defensores) había muchos que no éramos comunistas y que luchábamos contra Franco porque él era la primera pezuña que Hitler estaba metiendo en Europa para después (los Sudetas, Austria, toda Checoslovaquia) meter las cuatro, empezando por los países de las celestinas que le habían servido: Neville Chamberlain y Edouard Daladier. No era necesario ser muy listo para llegar a la conclusión de a quién servía Franco: nosotros luchamos contra la Legión Cóndor, sus tanques y sus aviones, una unidad que, a su regreso a Alemania, desfiló públicamente ante Hitler, quien la recibió con todos los honores.


Y ahora resulta que el gobierno de Madrid, que pertenece a la Unión Europea, solapa a quienes, con un odio conservado y mantenido casi 75 años, quieren destruir un monumento a quienes contribuyeron con sus vidas a derrotar al nazismo.
Sí, definitivamente, se trata de tormentas malolientes.

 

Juan Miguel de Mora es catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México.
(Indólogo, traductor del Rig Veda y otros textos sánscritos)