Nicolás Sánchez-Albornoz: “Ha habido una tolerancia tremenda hacia el franquismo por parte de la sociedad, pero ya está bien” Imprimir
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Escrito por Ter Garcíua   
Jueves, 30 de Agosto de 2018 00:00

Nicolás Sánchez-Albornoz es historiador y protagonista de la historia. Condenado por el régimen franquista, en 1948 protagonizó, junto a Manuel Lamana, una huida de las obras de Cuelgamuros, donde trabajaba como preso político, que ha sido retratada en libros y películas (Los años bárbaros, 1998). Tras medio siglo en el exilio —en Francia, Argentina y Estados Unidos—, en 1991 volvió a residir en España para ser el primer director del Instituto Cervantes. Hablamos con él en su casa de las afueras de Ávila, coincidiendo con la decisión en el Consejo de Ministros del Decreto que debe permitir la exhumación de los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos.

¿Qué supone la exhumación de Franco?
Lo importante es sacarle de allí porque, además, es una situación absurda. No hay ningún dictador en Europa, de sus compañeros, que tenga un mausoleo, y eso ha sido muestra de una tolerancia tremenda por parte de la sociedad española, pero llega un momento en el que ya está bien.

Es como reconocer, al fin, que Franco fue un dictador y que no merece ser homenajeado, sino repudiado.
Sí, ha llegado ya el momento para eso. Se puede decir que ha habido bastante paciencia por parte de la sociedad española en general con respecto a la dictadura de Franco para darles a todos los franquistas la oportunidad de convertirse en seres normales, pero no lo han sabido hacer. Ni han querido, claro. Creo que en este momento es un problema de la sociedad, no es un problema del Gobierno. El Gobierno está actuando porque está reconociendo la sensibilidad de la sociedad, y la prueba es que algunos sectores que hasta ahora eran reticentes han descubierto que no pueden seguir adelante con esa oposición. Me refiero a la Iglesia, que siempre ha estado respaldando eso y ahora se ha dado cuenta de que no puede entrar en un conflicto social por algo que, a estas alturas, ni le va ni le viene.

Y sí ha habido un cambio. Pero ha habido también, hay que reconocerlo, una falta de decisión. Tal vez lo podrían haber hecho antes. Por un lado, los gobiernos socialistas han procedido de manera demasiado prudente, y, por otro, los otros han sido recalcitrantes hasta el extremo.

Y aún quedan muchas lagunas, porque la Ley de Memoria Histórica tiene muchos vacíos si lo que se pretende es que haya una reparación.
Lo primero es que la Ley de Memoria Histórica llega tarde y, por otro lado, que es muy tímida. Ahora incluso están apareciendo problemas con respecto a Cuelgamuros porque la redacción de la ley no fue suficientemente clara para dar paso a la situación actual.

Usted pasó cuatro meses en Cuelgamuros, fue uno de los presos políticos que trabajó en la construcción del Valle de los Caídos. Cuéntenos su experiencia.
Yo lo que he visto es el periodo del año 1948, los cuatro meses que van del veintitantos de marzo al 8 de agosto. Mi observación es limitada, y no puedo aportar datos de lo que fue desde su fundación, cuando seguramente fue mucho más duro; por suerte no me tocó verlo. Por otro lado, no sé tampoco de toda la evolución posterior hasta la terminación de las obras. No se me puede pedir, ni tampoco quiero, aportar testimonio de cosas que no he visto, sería falso.

El sistema de campos de concentración empieza con la guerra y tiene su máxima expresión en los primeros años de la posguerra, cuando se trata de meter en cintura a todo un ejército que había resistido durante tres años. Ese es el periodo más duro y durante el cual los campos de concentración estaban bajo dirección militar. El Ejército se hizo cargo de esos campos de concentración, llamándolos batallones de trabajo. Fue el Ejército el que utilizó a estos presos para obras militares.

Toda la defensa frente a Gibraltar la hicieron los presos, todos los fortines a lo largo de la frontera francesa con Navarra la hicieron los presos, y en Marruecos, donde los batallones de trabajo fueron especialmente duros. En 1948, la dirección de los campos, al menos el de Cuelgamuros, había pasado a manos civiles, a la Dirección de Prisiones. Esta había montado un negocio que seguramente se daba en otros muchos campos: alquilaba los presos a empresas particulares, encargadas de hacer las obras que les contrataban.

En Cuelgamuros había tres destacamentos para las empresas, con trabajadores presos que construían el monasterio, excavaban la cripta y construían la carretera de acceso y la explanada con el relleno de todos los cascotes que sacaban de la cripta. La Dirección General de Prisiones proporcionaba a la empresa los presos y los cobraba a diez pesetas y 50 céntimos diarios. No había interés en montar un sistema en el que los presos quedaran exhaustos, les interesaba que trabajaran, así que los dejaban relativamente tranquilos. Otra cosa es si había conatos de indisciplina o algo así; había un cuartelillo de la Guardia Civil para los tres destacamentos y en el momento que hubiera un conato de algo enviaban a la Guardia Civil, que se encargaba de él, y después de lo que le hiciera la Guardia Civil…

¿Torturarles?
No lo sé, yo no lo he visto. Después de eso los mandaban a una cárcel, por ejemplo al penal de [Puerto de] Santa María o al de Santoña, donde estarían encerrados en una celda durante años. En los cuatro meses que estuve no recuerdo que haya habido ningún muerto, eso fue sobre todo en las explosiones de la cripta. Lo que yo agrego es que las explosiones levantan una polvareda tremenda y los presos aspiraban todo el polvo, de manera que los muertos contabilizados por explosiones no son todos los muertos. Todos los que respiraban el polvo terminaban con silicosis y morían años después.

¿Más muertos que sumar a las cifras que se conocen?
Resulta difícil hacer estimaciones exactas de los muertos, pero también de cuántos presos políticos trabajaron allí porque las obras progresaban y necesitaban de especialidades distintas. La visión que se espera de Cuelgamuros es una visión estática, pero la realidad es una situación dinámica, que va cambiando en la medida que se van modificando las necesidades. Lo que sí es cierto es la existencia de esos tres destacamentos en 1948. En ese periodo, la guerra contra las potencias del Eje ya había terminado, el régimen empezaba a ser un poco más cuidadoso y, estando nosotros, autorizaron la visita de un periodista americano para contar las bellezas de Cuelgamuros, y el caso es que nos entrevistó y nos sacó fotografías allí posando.

¿Cómo llegó a Cuelgamuros?
Llegué allí después de ser condenado en un consejo de guerra por reorganizar la federación estudiantil, la FUE. Fui condenado a seis años. La Dirección General de Prisiones hacía una criba y, a los que tenían penas muy grandes, los mandaban a los penales, pero a los que tenían una profesión determinada… a un compañero de la FUE que fue también condenado a seis años, que era estudiante de Enfermería, lo destinaron a Buitrago, donde había otro campamento que estaba construyendo el pantano, y nada mejor que tener un preso que supiera de medicina por los accidentes que se daban. Los albañiles, a construir, y los que no tenían una profesión determinada, a cavar con pico y pala… A mi y a mi compañero Manuel Lamana nos enviaron a Cuelgamuros y allí tuve la suerte de que, nada más bajar del camión, se acercó el jefe, me preguntó “¿Eres estudiante?” y me dice que acaban de poner en libertad al escribiente de ese destacamento. Me preguntó si sabía escribir a máquina, le dije que sí, y me respondió que yo me quedaría de escribiente.

Nicolás Sánchez-Albornoz durante la entrevista Álvaro Minguito

A mí no me tocó poner ladrillos ni andar por los andamios, ni ninguna de esas cosas. Yo me pasé el tiempo en una oficina rellenando planillas. Nos contaban cada tres horas y eso daba lugar a una planilla nominal cada tres horas por cada preso que se rellenaba en el mismo momento y había que mandar a la Dirección de Prisiones para constatar que no faltaba nadie o si se había incorporado alguien más. Por la noche, también cada tres horas contando los bultos. Es un ejemplo de la cantidad de papeles que había que rellenar, que además están en los archivos.

Lo que a mí me constaba, por este trabajo, es el movimiento de presos a las empresas, cuántos iban al trabajo, cuántos estaban enfermos, y también, una cosa de la más pintoresca, la Dirección General de Prisiones alimentaba a los presos y tenían asignadas cinco pesetas diarias por preso, pero cobraban a la empresa diez pesetas con 50 céntimos. El preso trabajaba para alimentarse a sí mismo. Cada tres semanas o cada mes venían los camiones con la comida para los presos, venían cargados de arroz, patatas, garbanzos, aceite…, y descargaban en un almacén, pero lo cierto es que no se descargaba todo. Los funcionarios, seguramente con el beneplácito de la Dirección General de Prisiones, escatimaban la comida asignada a los presos, y ¿dónde iba? Pues corría la voz de que iba al estraperlo, porque en ese momento todo estaba racionado, pero se podía comprar alimentos en el mercado negro, bajo cuerda, pero ¿esa comida de dónde venía? Pues en parte de las cárceles, en parte de los cuarteles. Era un sistema de corrupción absoluta.

Siendo usted historiador y especialista en historia de la economía española, ¿hasta qué punto cree que se ha mantenido ese sistema de corrupción y estas empresas, que se aprovecharon de esa mano de obra cautiva, han mantenido su posición? Me viene a la cabeza Huarte, por ejemplo, una de las contratadas para el Valle de los Caídos y actualmente parte de OHL.
Lo que he contado es una corrupción al nivel más bajo, de los funcionarios. Lo otro no sé si se puede llamar corrupción, pero evidentemente las empresas hacían un negocio redondo alquilando a los presos políticos. Negocio redondo porque tenían que pagar al Estado, pero seguramente pagaban bastante menos. Pero además se encontraban con una mano de obra con la que no podían correr el menor riesgo de que se les plantara o quejara. Era un negocio redondo. Pero las empresas no tenían interés, al menos en ese momento y lugar, en que los trabajadores quedaran exhaustos y no pudieran trabajar.

En otros países, empresas relacionadas con dictaduras, como en la Alemania nazi, sí han estado después obligadas a resarcir de alguna manera a las víctimas.
Eso en España no. Es más, el tercer destacamento que he mencionado antes, el que hacía la carretera y la explanada, era el que estaba concedido a Banús, nombre que todavía se lleva en la Costa de Málaga. En ese momento, [José] Banús era un empresario y de alguna manera le salió el dinero para montar Puerto Banús. Es una sospecha, nada más. Para la cripta, en ese momento, la compañía era Agromán [desde 1995 parte de Ferrovial]. Las empresas del Valle de los Caídos son empresas que han tenido un desarrollo posterior.

Esto no es exclusivo del Valle de los Caídos, toda la obra pública se hizo en esa época así, y el ejemplo más cruel fue la construcción del Canal del Guadalquivir, un canal que desvía las aguas del caudal del Guadalquivir hacia el este y riega toda la llanura de Andalucía. No sé cuántos años tardaron y cuántos miles de trabajadores pasaron por las obras, que estaban vigiladas por el Ejército. Fue muy duro. Todos los Nombres tiene toda la información, es un grupo extraordinario de andaluces que dijeron: “Bueno, aquí se habla mucho de la cantidad de muertos y fusilados, y se barajan cifras, pero vamos a ver la lista nombre por nombre”. Rápidamente consiguieron unos 40.000 nombres, ahora están en 94.000 nombres de Andalucía y Extremadura. Han recogido las empresas e incluso la construcción de pueblos, como uno al lado de Dos Hermanas.

Usted fue condenado por intentar refundar la Federación Universitaria Escolar (FUE), que también es desde donde se organizó su fuga y la de Manuel Lamana. Cuénteme sobre esta organización.
Era una cosa bastante pequeña, un grupo reactivo que estaba disconforme con la vida universitaria, que después de la guerra había sido cercenada. Había habido un gran número de profesores de gran prestigio que había tenido que exiliarse, incluso al rector de Valencia, [Joan] Peset, lo fusilaron. Después vaciaron las cátedras y fueron asaltadas por unos falangistas, incluso en los concursos, con uniformes, correaje y pistola en cinto. Había un desnivel tan grande entre lo que se sabía que había sido la universidad, y que muchos estaban fuera o en el cementerio, y lo que uno tenía delante, que la disconformidad era lógica.

Hay que añadir que la guerra [mundial] termina en el año 45, y una buena parte de la población que había sufrido la represión se imaginó que la victoria de los países democráticos no podía sino repercutir en España, y la gente se animó, los partidos políticos se reconstituyeron en la clandestinidad, y los sindicatos, y los estudiantes se organizaron también en la clandestinidad.

En Francia tenía compañeros de la FUE que ayudaron a su fuga.
Claro, había una situación nueva: la frontera norte ya no lindaba con el Ejército alemán, sino con una Francia en cuya liberación los exiliados españoles habían hecho una importante contribución. Hubo una ola de esperanza que animó a que la gente diera rienda suelta a sus deseos, pero, claro, como el cambio no vino, las organizaciones clandestinas fueron diezmadas una tras otra.

¿Cómo recuerda la fuga del Valle de los Caídos?
La recuerdo muy bien. Incluso los malos momentos. La verdad es que estuvo muy bien organizada. Lo atribuyo a los grupos de estudiantes que estaban en París y pertenecían a la FUE; unos eran exiliados, otros habían huido de España antes. No solo el episodio que es más visible, del automóvil, de las chicas, el tono un poco romántico de todo eso. Aparte de eso se necesita la falsificación de documentos para pasar, incluso la falsificación del pase que había que tener para circular en una franja de 25 kilómetros a lo largo de la frontera con Francia. Pases que solo entregaba el capitán general de Cataluña. Pues teníamos uno auténtico.

¿Cómo lo consiguieron?
Muy sencillo, y aparece en la película. Estos amigos habían entrado en contacto con gente para conseguir estas cosas. Entre ellos, contactaron con el Movimiento Socialista de Catalunya, una organización clandestina que capitaneaba [Josep] Pallach, uno de los que hicieron una de las ramas del Partido Socialista que luego se fusionó. El tema es que allí había un soldado que estaba haciendo el servicio militar, que era militante del PSUC, y que tenía como tarea presentar al capitán general los pases que tenía que firmar, y el capitán general en su despacho empezaba a firmar y no se fijaba. Eso fue fantástico, y por eso pasamos con el coche, enseñamos el pase y sin problema hasta el siguiente control. El salvoconducto para circular por España, que enseñamos a la Guardia Civil muchas veces, era falsificado, pero tan bien hecho que no se dieron cuenta. Había que conseguir a alguien que nos pasara, y eso falló. Y disponían de un poco de dinero para alojar a las chicas en un hotel de Barcelona, para las comidas.

¿Ha mantenido contacto con Barbara Probst Solomon y Bárbara Mailer?
Sí, cuando estaba en Nueva York sí he mantenido contacto. Con Bárbara Mailer perdí el contacto hace bastante tiempo por cosas de la vida y a Bárbara Probst la he visto hace año y medio en Nueva York. Estaba ya la pobre en silla de ruedas.

Volvió a España en 1976, y en una entrevista en El País ese mismo año le preguntaron: “¿Se siente usted capaz, como ciudadano nuevo, de adaptarse a la estructura social española?”. Usted respondía que le iba a resultar bastante difícil. Viendo cómo transcurrieron esos años y cómo se desarrolló la transición, ¿qué respondería ahora?
Una cosa es lo personal y otra lo general. Evidentemente, cuando dije eso, en España acababa de morir Franco; yo vine al poco tiempo y todavía me encontré con el yugo y las flechas en la calle de Alcalá. De todas maneras, había un cambio, y por eso pude volver, pero todavía había algunos vestigios demasiado evidentes. Por otro lado, tampoco se sabía en ese momento adónde íbamos a ir a parar. También haber vivido en países libres crea una serie de hábitos y de reflejos que no se tienen en un país como la España de entonces. Yo llegué por acompañar a mi padre, arriesgándome porque todavía en el Juzgado de El Escorial estaba mi condena.

Entonces se arriesgaba aún a que lo volvieran a encerrar.
[Risas] Sí, pero yo sabía que, de todas maneras, en el ambiente de la época me hubiera parecido bastante difícil que desempolvaran eso. Pero hay que jugar.

Según refiere la misma entrevista de El País, su padre sí sufrió un ataque durante esa visita.
No, lo que pasó es que los republicanos y amigos le organizaron un gran banquete de recepción y Fraga prohibió que hablara. Entonces mi padre dijo: “Si no podemos hablar, no se hace banquete”. Pero no fue un ataque. Bueno, de alguna manera sí fue un ataque a la libertad, pero era demasiado habitual en esa época. Yo vuelvo y tampoco se me pone ninguna condición para integrarme en la vida del país, pero no tenía trabajo y tuve que volver a los tres meses a Nueva York. A partir de ese momento venía siempre a pasar las vacaciones a España, del año 76 hasta el 91. Incluso un año que tenía sabático, de esos que dan en la universidad en Estados Unidos, lo pasé aquí, lo que me permitió una familiarización lenta y suave con España, recuperar amigos y tantear lo que pasaba en la vida universitaria. Pero la vuelta definitiva fue en el 91, cuando me viene con una oferta del Instituto Cervantes.

¿Satisfecho o defraudado con la Transición?
Es muy difícil ahora valorar la situación en frío. Se hicieron varias cosas importantes, no solamente de tipo formal como la redacción de la Constitución, el cambio de sistema político. Pero el otro día un periodista alemán me dice: “¿Por qué han tardado tanto tiempo en España en hacer lo que en Alemania se hizo, tras la dictadura, que fue mucho peor, en pocos años?”. Y le contesté: “Pero ustedes lo hicieron bajo ejército de ocupación [en referencia a los ganadores de la II Guerra Mundial], y en España la transición se hizo bajo ejército de ocupación [en referencia al ejército franquista]. Hubo unas limitaciones que se aceptaron, pero acuérdese de Tejero. Es muy fácil estar insatisfecho con lo que se llegó a hacer en esa época, pero hay que aceptar que había unas condiciones bastante limitativas. También la transición empezó con una reacción social bastante fuerte, la gente estaba en la calle, movilizada, entusiasmada, pero a medida que conquistó áreas de libertad, las demandas se fueron relajando, y esa combinación fue fatal, lo que no disculpa que algunos gobiernos hubieran podido hacer algo más.


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Fuente: El Salto diario