Amenábar y los novios de la Muerte Imprimir
Nuestra Memoria - La ley de la memoria
Escrito por Aníbal Malvar   
Sábado, 02 de Junio de 2018 04:52

En plena fiebre de exaltación patriótica española (la Moncloa, como el Alcázar, no se rinde), una asociación de veteranos de la legión ha amenazado al cineasta Alejandro Amenábar con llevarlo a los tribunales si no cambia el guión de la película que acaba de empezar a rodar en Salamanca.

Os doy unos segundos para tomaros las sales.

Resulta que Amenábar se ha puesto a rodar la historia del fundador del cuerpo, mi paisano  coruñés José Millán Astray, y su trifulca universitaria con el pensador Miguel de Unamuno, aquella que nos quedó en la memoria por la frase del militar (“Muera la inteligencia, viva la Muerte”) y la respuesta del cátedro: “Venceréis, pero no convenceréis”.

En todo caso, hay que reconocer a los veteranos legionarios que se han ido civilizando en parte, pues en lugar de mandarle a Amenábar un glorioso tercio con su gloriosa cabra, se han conformado con enviarle un burofax. Si la película no les gusta, la llevarán a los tribunales, y tal y como andan últimamente nuestros tribunales no será de extrañar que el director de Los Otros acabe en el trullo como un vulgar rapero o periodista.

En el colmo de las ganas de colaborar, los legionarios se han ofrecido a Amenábar como supervisores del guión (otra vez las sales), cual hacían los simpáticos censores franquistas y posfranquistas que vigilaban la recta moralidad ideológica en los platós de Cifesa.

No me cabe duda de que los legionarios se han venido arriba, entre otras circunstancias, tras asistir este abril a la escena en la que podíamos ver a cuatro ministros –incluido el de Cultura– entonando en Málaga su himno oficioso El novio de la Muerte.

Ya Manuel Vázquez Montalbán nos advertía hace años de que este himno, hoy tan marcialote y macho, fue en origen un cuplé interpretado por Lola Montes, lo que hace que uno imagine a los veteranos legionarios cantándoselo a Amenábar uniformados de cupletistas. Sería, también, lo coherente desde un punto de vista histórico.

Amenazan los legionarios, además, a la productora de la película, Movistar +, a la que solicitan “que atempere cualquier exceso de Amenábar y que valore las consecuencias comerciales que tendría para su actividad empresarial el dar pábulo a un mito que ha sido desmentido a todos los niveles”. Lo que no especifican es cómo se sustanciarán esas “consecuencias comerciales”, si con una asonada, el fusilamiento de los espectadores del filme, o el despliegue de los tercios y sus cabras a las puertas de las salas de exhibición. En España todo es posible.

El caso es que esta pintoresca amenaza de la Legión a la libertad de expresión ya ni siquiera nos extraña. Hemos interiorizado la regresión (y la represión) hasta el punto de que convivimos plácidamente con la censura y con sentencias disparatadas contra raperos y documentalistas, y de todo el acervo cultural patrio vamos eliminando de nuestro vocabulario artístico toda expresión que exceda el “a por ellos, oé”. Méndez de Vigo anda buscando por toda España al primero que lo entonó para otorgarle un sillón en la Real Academia. El A por ellos es hoy nuestra más preciada herencia cultural.

El otro día el grupo ALE-Los Verdes nos invitó a varios periodistas, escritores, trabajadores de televisiones públicas, raperos y artistas en general con causas pendientes o ya condenados para que habláramos en Bruselas, en el Parlamento, de la situación de la libertad de expresión en España. Fue la primera vez que un músico europeo condenado por una canción compareció en la egregia sede. Ni en los países más ultra de nuestra atribulada Europa se había dado antes un caso semejante, nos dijeron. Ahora, a los artistas y creadores ya no solo les enviamos a jueces sin bozal, sino que también se les une la Legión española. Mariano hoy está en horas bajas, pero nadie le puede negar que ha hecho bien este trabajo, ay, españoles. Hoy nuestro país ya ha reescrito a Machado, y no vivimos entre una España que muere y otra España que bosteza. Hoy solo hay dos tipos de españoles: los silenciosos y los silenciados.

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Fuente: Público