Felipe González, ayudado por Carrero Blanco Imprimir
Nuestra Memoria - La Transición
Escrito por Manuel Ramos   
Lunes, 12 de Junio de 2017 05:01

Que Felipe González es un canalla lo sabemos desde hace tiempo. La destrucción interna del PSOE no es más que la consecuencia lógica de una organización traidora a todo y a todos, destinada a la traición a sí misma. Recientemente se ha visto por las redes en circulación una noticia en El Mundo donde se refrescan las memorias del general Manuel Fernández-Monzón. Ayudado por la labor de Santiago Mata, escribe un libro titulado “El sueño de la Transición” en el que revela, con muchos años atrás, las labores de inteligencia durante ese período de la Historia de España.

En un capítulo titulada “El almirante eligió a Felipe González: de Toulouse a Suresnes”, se cuenta cómo el propio Carrero Blanco favoreció al PSOE del interior, es decir a Felipe González, en contra del PSOE de Llopis, el heredero directo de la república. A continuación se reproduce este extracto del libro en el que queda tan clara la implicación de González con el régimen de Franco que se entiende perfectamente que la famosa “reforma” no fuera otra cosa que una operación lampedusiana (cambiarlo todo para que nada cambie) y que el PSOE efectuó el mayor fraude a la ruptura democrática, arropado por los más altos cargos franquistas:

“En el comité nacional del PSOE reunido en Bayona en el verano de 1969 comenzó la amistad de Nicolás Redondo y Enrique Múgica con Felipe González y la colaboración entre vascos y andaluces del PSOE. En el congreso de agosto de 1970 en Toulouse, González defendería la renovación basada en los socialistas del interior, ganando la votación. El congreso de 1972, también en Toulouse, registró ya el enfrentamiento con Rodolfo Llopis —representante de los «históricos», herederos del PSOE de la República—, adoptándose las resoluciones renovadoras, aunque la dirección quedara en manos de un colectivo donde Nicolás Redondo era primus inter pares. En este ínterin entre dos congresos tiene lugar la intervención de Carrero a favor de González.

El apoyo extranjero del PSOE, y por tanto de Felipe, dependía entonces de Willy Brandt, quien ya en 1974 sería acusado de ser agente de la CIA precisamente por un exagente, llamado Víctor Marchetti, en un libro que tituló La CIA y el culto de la inteligencia. La misma acusación la repetiría en 1977 el periodista que destapó el Watergate, Robert Woodward. Por fin, en 1981, cuando Brandt era presidente de la República Federal de Alemania, otro periodista norteamericano, Jack Anderson, lo acusó de ser agente doble, ya que habría entrado al servicio de la OSS mientras estuvo exiliado en Estocolmo desde 1940, por obra de Eleonora Dulles —hermana de Allen Dulles, que sería primer jefe de la CIA—, pero los americanos habrían descubierto que trabajaba también para los rusos.

En todo caso, Brandt actuaba como presidente de la Internacional Socialista, y el PSOE sería también apoyado por Gustav Heinemann, que habiendo sido uno de los fundadores de la CDU democristiana, se pasó al SPD, socialdemócrata, fue ministro de Justicia y desde 1969 a 1974 presidente de la RFA. En Madrid, el apoyo socialdemócrata alemán se ejercía por medio de la fundación Friedrich Ebert, dirigida por Dieter Koniecki, lo mismo que los democristianos apoyaban a la derecha con la Fundación Konrad Adenauer.

Felipe González sabía muy bien que cuando se planteó la dicotomía entre el PSOE histórico, de Llopis, en el exilio, y el PSOE renovado, Carrero fue definitivo al decirle a Heinemann que por favor rogara a Willy Brandt que aceptara como partido socialista (español en la Internacional) al renovado. Esto es tan cierto que, cuando yo se lo recordé a Felipe González el primer día que hablé con él, en un restaurante de la calle Santa Engracia, me dijo: «No se preocupen ustedes, que no olvidaremos nunca a Carrero Blanco. Soy perfectamente consciente de ello, de nuestra boca no saldrá jamás una crítica contra el almirante Carrero Blanco».

Y lo han cumplido, curiosamente, entre tanta barbarie de «memoria histórica». Ha sido como si se respetara esa consigna. El contacto de Carrero con Gustav Heinemann se debía a que habían sido ministros de la Presidencia al mismo tiempo, y como los alemanes son todos nacionalistas —dígase lo que se quiera, los democristianos y socialdemócratas son alemanes por encima de todo—, cuando Carrero le insinuó que había que favorecer a los de dentro, los del sector renovado en el caso del PSOE, Heinemann se lo comentó a Brandt. A mí esto me lo dijo el propio Carrero. Y Felipe González estaba al cabo de la calle, no sé si porque a él se lo diría Willy Brandt. Es sorprendente que lo hayan respetado. En todos estos años no ha salido una sola palabra de los dirigentes felipistas del PSOE contra Carrero Blanco.

La gente de Llopis desapareció. Sin dar guerra, no podían darla: tenían todos setenta años. El asunto de Isidoro —nombre «de guerra» de Felipe González— es uno de los más divertidos. Y cuando a la vuelta de Suresnes lo detienen en Sevilla, el jefe superior de Policía recibe la orden tajante de la Presidencia del Gobierno de ponerlo en libertad inmediatamente. El jefe de Policía sevillano, que estaba encantado de haber detenido al secretario general del PSOE clandestino, asombrado, lo tuvo que poner en libertad, sin entender bien lo que estaba pasando. Aunque ya hacía casi un año que Carrero había muerto, González pudo viajar a Suresnes porque, a la ida, nadie le pidió el pasaporte, que tenía requisado, y a la vuelta solo fue retenido unas horas. Su entonces novia, después esposa, y a la vejez, repudiada, Carmen Romero, era hija de Vicente Romero, coronel médico del Ejército del Aire y concejal en Sevilla con Franco, pero sobre todo médico de Carrero Blanco.

La alianza definitiva entre los socialistas del interior para aupar a González a la secretaría general se produce a mediados de agosto de 1974, en el Hostal Jaizkibel de Fuenterrabía, donde se reunieron Enrique Múgica, Guillermo Galeote, Nicolás Redondo, Pablo Castellano, Felipe González y Alfonso Guerra, acordando no formar parte de ninguna plataforma que no estuviera inspirada por el PSOE (del interior). Uno de ellos, Castellano, sería quien años más tarde denunciara por antidemocrático —en el artículo «Los buenos y los malos», publicado en El Periódico el 19 de abril de 1988— el modo en que González llegó al poder en el congreso de Suresnes (11 al 13 de octubre de 1974). Por cierto, en nada mostraba su adhesión a los principios de una Transición reformista: de él saldría una resolución abogando por la ruptura democrática y otra por el derecho a la autodeterminación de las «nacionalidades y regiones» que configuran el «Estado español». Castellano afirmó que «aquel congreso de consagración del cesarismo felipista acabó cuando el señor Guerra, uno de los miembros de la presidencial mesa, arrancó de un irascible tirón el cable del micrófono para que no pudiéramos expresarnos los que discrepábamos, no ya del hecho del asalto al poder, sino de los extraños métodos con que este había [sido] meticulosamente preparado». El éxito de González sería dado a conocer en España mediante la entrevista que le hizo Juan Guerra en El Correo de Andalucía el 19 de octubre de 1974 (el periódico fue secuestrado por la Administración).

Las contradicciones de Felipe y del PSOE en Suresnes permanecen hasta hoy. Por eso en mis Notas de Actualidad le achaco el error de haber hablado de nacionalidades, de los pueblos de España. Sigue siendo un error porque el PSOE no ha salido de su contradicción de nacimiento, como el anterior PSOE histórico, ya que es federal: siguen hablando de federalismo y siguen sin saber de lo que hablan. Si algo no me gustaría ser en este momento es socialista catalán, porque no saben lo que son, ni lo que hacen.”

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Fuente:El Demóctata liberal