Manolín el de Llorío, el último guerrillero de Asturias Imprimir
Nuestra Memoria - La Guerrilla antifranquista
Escrito por Luisma Díaz / La Nueva España   
Martes, 05 de Abril de 2011 05:10

La partida de guerrilleros, con Alonso en el centro, merendando con unas amigas. reproducción de fernando rodríguez / foto cedida por iu de lavianaManuel Alonso González, lavianés de 93 años, el único maquis vivo en la región, se pasó ocho años en el monte antes de que lo hirieran y lo condenasen a muerte, una pena que no cumplió

Comunista desde los 14 años, se pasó dos décadas en distintas cárceles de España

Tiré una bomba que no explotó. Si lo hubiera hecho, seguramente me hubiese matado a mí también. Pero sirvió para que se tiraran al suelo. Salí corriendo de la cuadra, y al dar la esquina de una de las casas me encontré con un moro que intentó cogerme, pero lo empujé y se cayó. Había mucha nieve, un metro o más, y no podía correr deprisa. Quería bajar, llegar a Barredos, tener una oportunidad para escapar. Pero iban detrás de mí, corrí cuanto pude, oía los tiros, y al final me dieron en la pierna. Antes de poder llegar a ningún sitio, dos policías me cogieron.

 

En ese momento, el 15 de enero de 1945, se acabó la vida como guerrillero de Manuel Alonso González, «Manolín el de Llorío». Ocho años se había pasado deambulando por los montes de Asturias, luchando «como se podía, sin apenas medios» contra el régimen franquista. El día que lo capturaron lo tiene marcado a fuego en su memoria de hombre de 93 años. «Fue un chivatazo», afirma. Cuando tiró la bomba, estaba encerrado en una cuadra con dos de sus compañeros en el maquis asturiano: Joaquín Álvarez y Bautista Álvarez. Al primero no lo volvió a ver nunca, porque no salió vivo de aquel enfrentamiento. «Lo mataron a tiros», afirma. Al segundo también lo capturaron, pero corrió peor suerte que el de Llorío. «Lo condenaron a muerte, como a mí. Pero a él se la aplicaron». Han pasado sesenta y seis años después de aquel día y ahora Manuel Alonso es el último guerrillero asturiano que sigue con vida, el único que puede contar, de primera mano, cómo fue la resistencia antifranquista en el monte. El pasado mes de febrero IU de Asturias le organizó un homenaje en el que se le reconoció por dedicar toda su vida a un único objetivo: difundir y defender el ideario comunista.

-¿Que cómo entré en el partido? Entonces los jóvenes estábamos más cerca de la política, la ideología estaba en la vida misma. No teníamos apenas ropa, las alpargatas que no estaban rotas se reservaban para los domingos. No era como ahora, que estamos sobrados de todo. Yo me hice comunista pese a que tuve que ir a misa hasta los 12 años, «taba amargáu». A los 14 entré en las Juventudes Comunistas. Nos reuníamos en El Condao (Laviana), allí estaba el local en el que jugábamos al parchís, al ajedrez, a las cartas. Y se apoyaban las reivindicaciones obreras. En 1934 se respaldaron las acciones de los mineros. Hasta los niños más pequeños lo hacían: avisaban cuando venían los militares.

A Manuel Alonso lo criaron, principalmente, sus abuelos y una tía, hermana de su madre, que siguió a su pareja a América cuando él era muy niño. Natural del pueblo lavianés de Soto de Llorío, «siempre llevé los apellidos de mi madre, porque me tuvo de soltera», explica el guerrillero, que ahora reside en la residencia para personas mayores de Pola de Laviana. Su infancia la recuerda «dura, como la de todos». Y como todos empezó a trabajar en el campo, con las vacas y las cabras, ayudando a cuidarlas, a que parieran, a darles de comer. Siendo ya más mayor añadió un oficio a su vida, y comenzó a hacer mangos para herramientas. «Íbamos los fines de semana a las ferias de San Antonio y San Miguel a Gijón, acudíamos al mercado a ver si vendíamos algo y nos podíamos ganar la vida».

La Guerra Civil sorprendió a Manolín en el río, pescando truchas a mano «para poder comer». Las noticias del alzamiento militar lo sobresaltaron e hicieron que tomase una decisión que acabaría cambiando su vida para siempre. Con 18 años recién cumplidos, se alistó como voluntario. «Cuando me apunté como miliciano no me dieron ni fusil. Tuvimos que ir hasta el edificio del Ayuntamiento de Laviana, que era el único sitio en el que repartían el material». El bautismo de fuego de Alonso se produjo en el mismo valle del Nalón en el que nació, en su parte alta, en la defensa del puerto de Tarna. El grupo de milicianos lo dirigía Antonio García, vecino de Llorío. Tras los primeros choques con el enemigo, el grupo de lavianeses se desplazó a Oviedo, y luego al puerto de La Espina, en Tineo. Allí fue donde se regularizaron como miembros del Ejército republicano. Por aquel entonces La Espina era la primera línea de combate, donde el Ejército nacional, llegado desde Galicia, golpeaba con más fuerza para alcanzar Oviedo cuanto antes. El cerco a la capital de Asturias acabó quebrándose, y junto con otros muchos asturianos el devenir de la guerra lo llevó al frente vasco. En Bilbao, la ciudad cambiaba de manos cada día. Con la derrota en el País Vasco, y otra vez en Asturias, en el batallón de Flórez, trató de defender las últimas ciudades del Norte que aún no habían sucumbido al avance fascista: Gijón y Avilés.

-Apenas teníamos armamento y munición con la que disparar. Y con los de Franco estaban los alemanes, los italianos. En octubre de 1937 quedamos en el monte.

La desorganización de la retirada republicana propició que muchos de sus soldados no pudiesen zarpar en los barcos que los tenían que llevar lejos de Asturias. Otros, directamente, no querían irse de lo que era su tierra natal. «El caso es que entonces quedamos miles de hombres en el monte», rememora. En los días que siguieron a la caída del frente Norte, el Ejército de Franco hizo circular un anuncio por todas las ciudades y pueblos de Asturias: quien se entregase sería perdonado, pero los que quisieran seguir su lucha bajarían del monte «con los pies por delante». Fue entonces cuando, ante la perspectiva de poder retomar una vida más o menos normal, muchos de los soldados y milicianos retornaron a sus pueblos. «Decían que no teníamos nada que temer, que no nos preocupásemos. Yo al final no me presenté. Conozco a gente que lo hizo y acabó ante un paredón, fusilada», afirma el último maquis asturiano.

Los primeros meses en los montes los vivió «casi a lucha diaria. Había mucho guerrillero, pero también había mucha fuerza franquista». A Manolín nunca le gustaron los grupos grandes. «Siempre se dejan más huellas y podían saber por dónde habías ido», afirma. Así, al principio, «si no conocías el terreno, te arriesgabas a andar a tiros cada poco. Había tiendas de campaña con Guardia Civil y contrapartidas cada cuatro o cinco kilómetros, en las carreteras, también en el monte». Ente 1937 y 1945 Alonso vivió perseguido, como una alimaña a la que había que eliminar. Tras participar en acciones de lucha y golpes económicos (con los que conseguían financiación) con varios grupos, acabó formando parte de una de las partidas más conocidas y activas de toda España: la de los Caxigales, con Casimiro «el Canijo» y los hermanos Aurelio y Manolo Caxigal.

-¿Cómo se las arreglaban para conseguir comida?

-Pues como podíamos. En el propio monte se podía conseguir algo, según la época del año. Al principio podían ayudarte los familiares, los amigos, pero luego la represión acabó por presionarlos de tal manera que los únicos con los que podíamos contactar eran los enlaces. Eran ellos los que traían harina, patatas, maíz. Luego cocinábamos, con mucho cuidado para que no saliese humo. Utilizábamos leña de «ablano» (avellano) y fresno, cortado muy menudo. Es la madera que menos señales dejaba. Comíamos como «paxarinos», muy poco y muy de vez en cuando.

-¿Qué le pasó a tu familia mientras estabas en el monte?

-A mi tía, María Alonso, la mataron. Me contaron cómo cada poco tiempo la visitaban, le pegaban palizas, le hacían la vida imposible. A ella, que era tan católica, que era la que insistía en que fuese a misa. Un día la cogieron y la llevaron a la casa que hacía de cuartel en El Condao. Allí la tiraron por la ventana, o la hicieron tirarse. La represión contra los familiares fue terrible.

En el monte, los fugaos tenían que cambiar de refugio cada poco tiempo. Hacían chozas con ramas y con piedras, y las cubrían con tejas que «cogíamos de los corrales». Por encima se ponía una capa de musgo para que quedara camuflada. «No pasábamos más de un mes en un mismo lugar, se hacía peligroso. Lo peor era cuando nevaba, porque las huellas nos podían descubrir. A veces nos quedábamos días enteros en las chozas, esperando a que la nieve se derritiera, racionando la comida que teníamos», recuerda Manolín. La lucha se acabó haciendo cada vez más difícil. La escasez de armamento y balas limitaba las posibilidades de acción. «A veces, cuando nos enfrentábamos con las contrapartidas, no podíamos ofrecer resistencia porque no había suficiente munición. Las balas nos las traían enlaces que habían estado haciendo la mili, o las que conseguías arrebatar a las fuerzas franquistas. Era como en la Guerra Civil: ellos tenían las armas y nosotros no».

La gente de los pueblos acabó teniéndoles miedo. «Se implantó un régimen de terror. Si te cruzabas con una persona por el camino, se escapaban corriendo. Si los franquistas pensaban que alguien nos había visto se lo sacaban a golpes», apunta Manuel Alonso. Al final, un chivatazo, un día de nieve y una contrapartida los acorraló en Esteyeru. Manolín tiró una bomba, pero no explotó, y tras apresarlo estuvo 20 años en la cárcel.

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Fuente: http://www.lne.es/siglo-xxi/2011/03/27/manolin-llorio-ultimo-guerrillero-asturias/1051999.html