El Macondo del Ebro: el otro exilio interior del franquismo Imprimir
Nuestra Memoria - franquismo y represión
Escrito por Eduardo Bayona   
Domingo, 04 de Diciembre de 2016 06:30

El Estado sigue aplazando la restitución territorial de los pueblos afectados por pantanos y centrales, cuya construcción provocó decenas de miles de desplazados

“Era para siempre jamás un costillaje anónimo de madera muerta”. La sensación que evocan las diez palabras con las que Jesús Moncada (Mequinenza, 1941-Barcelona, 2005) construyó la potente imagen del Neptuno, uno de los laúdes –barcazas-- que convirtieron el curso medio y bajo del Ebro en una vía de intenso tráfico comercial hasta mediados del siglo pasado, ha estremecido a las gentes de los valles antes y después de que él las plasmara.

Esa imagen, la barca arrancada de un muelle desierto y destrozada por la furia del mismo río que comienza a tragarse ese pueblo, cierra Camino de Sirga (Camí de Sirga, La Magrana, 1988; Anagrama, 1989), el libro en el que, a través de personajes ficticios, narra la epopeya del último siglo de “la villa”, un particular Macondo inspirado en el final real del lugar en el que nació, engullido por las aguas de uno de los pantanos que ejecutó el franquismo para cubrir las necesidades energéticas de su desarrollismo y de su disparatado proyecto territorial.

Moncada, de cuyo nacimiento se cumplen 75 años este jueves 1 de diciembre, creó con los recuerdos de su pueblo natal, la antigua Mequinenza (Zaragoza), un peculiar Macondo a orillas del Ebro que tuvo su principal exponente literario en Camino de Sirga, por el que recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1989, y que se completaba con novelas como Estremecida memoria (1992) y La galería de las estatuas (1997) y con libros de relatos como, entre otros, Calaveras atónitas (1999), El café de la rana (1985) o Historias de la mano izquierda (1981). Su obra, no obstante, es más conocida fuera de España que dentro, con la excepción de Aragón y Catalunya. De hecho, Camino de sirga –en referencia al arrastre de las barcazas por mulas desde la orilla del río-- ha sido traducida a quince idiomas.

Casas dinamitadas para asustar al vecino

El autor nació en plena posguerra a orillas del Ebro --y del Segre y el Cinca, que confluyen allí--, comenzó el Bachillerato en Lleida y lo terminó en el colegio Santo Tomás de Aquino que dirigía la familia Labordeta en Zaragoza, ciudad en la que también cursó la carrera de Magisterio. Fue, de hecho, uno de los últimos maestros del pueblo en el que nació. Salió de él hace ya casi cincuenta años, en 1967, como el resto de sus vecinos, poco antes de que el cierre de las compuertas del embalse de Ribarroja lo sumergiera bajo las aguas del Ebro.

Para entonces hacía algo más de un año que, en febrero de 1966, había cerrado la escuela de Jánovas, en el Pirineo. El Ministerio de Educación rechazaba su clausura, pero Iberduero, empresa que proyectaba inundar su valle embalsando las aguas del río Ara –el más largo de los cauces salvajes del Pirineo--, tenía otro criterio. Una mañana de febrero, la maestra se vio en la calle: “Te dije ayer que no volvieras a abrirla”, le gritaba el empleado de la compañía eléctrica que, ante la mirada atónita y atemorizada de la docena de niños que estaban en la clase, la arrastraba hacia la calle agarrada de los pelos.

Pronto, cuando empezaban a terminar en Mequinenza, comenzaron las voladuras de casas. Se sucedían a medida que Iberduero --Enher había hecho lo mismo en el Ebro-- se iba quedando con ellas por expropiación, en una larga agonía que tenía como objetivo atemorizar a los habitantes de los edificios vecinos y que se prolongó hasta 1984, cuando la última familia dejó el pueblo. Ahora, tres lustros después de que la ejecución del embalse fuera descartada por su inasumible impacto ambiental, y mientras las familias reclaman a Endesa la reversión de los terrenos a un precio asumible, las puertas de la vieja escuela han vuelto a abrirse, aunque no como tal sino como centro social tras su reconstrucción por los antiguos vecinos.

Miles de desplazados

El frustrado proyecto del embalse de Jánovas provocó el éxodo de cerca de 2.000 personas y la despoblación de medio centenar de localidades en la comarca oscense del Sobrarbe. De la vieja Mequinenza salieron más de 3.500, en un éxodo al que se suma otro de 1.620 en la cercana localidad de Fayón, parte de los cuales se instalaron en los nuevos pueblos construidos fuera del embalse.

Mequinenza-Fayón y Jánovas son dos de los lugares emblemáticos del peaje social y ambiental que el desarrollismo franquista hizo pagar a muchos valles –de ellos salieron más de la mitad de los desplazados por obras hidráulicas en el Ebro--, y que, a fecha de hoy, sigue sin ser resarcido. De hecho, en el último de esos lugares a las administraciones les quedan apenas cuatro meses para, antes de que caduque la declaración ambiental que avala su recuperación, poner un plan de intervención sobre la mesa y comenzar a ejecutarlo.

Leyes escritas en papel, como el Plan Hidrológico Nacional, recogen la obligación de aplicar planes de restitución en las zonas afectadas por embalses, y algún parlamento autonómico, como el aragonés, comienza a interesarse por la fecha de caducidad de las concesiones de las centrales hidroeléctricas para que sean gestionadas por los municipios en los que se encuentran. Sin embargo, ninguna de esas medidas de compensación termina de materializarse.

Leyes escritas en papel, como el Plan Hidrológico Nacional, recogen la obligación de aplicar planes de restitución en las zonas afectadas por embalses

Un informe de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) cifraba hace unos años en 13.083 el número de personas que tuvieron que abandonar sus casas por la construcción de embalses y en 64 el número de núcleos inundados solo en esa cuenca. Pantanos como Mediano y El Grado en el Cinca --1.200 desplazados de 15 pueblos--; Santa Anna, Canelles y Escales en el Noguera Ribagorzana –unos 1.500 de ocho--; La Peña, Búbal y Lanuza en el Gállego --430 de seis--, el de cabecera –casi 2.000 de cuatro-- o Barasona en el Ésera --453 de dos-- fueron construidos para abastecer regadíos y para producir electricidad.

En la mayoría de los casos fueron ejecutados por compañías públicas como Enher, dependiente del INI, y en otros, por empresas privadas o directamente por la Administración. Una de las escasas excepciones en la finalidad energética de las grandes obras es Yesa --1.850 desplazados de diez poblaciones--, cuyo proyecto de recrecimiento –sus riesgos geológicos tienen en vilo a la ribera del Aragón y al curso medio del Ebro-- sigue sin incluir una central.

Cuando los militares tomaron Riaño

Hay cerca de otro medio millar de pueblos bajo el agua en el resto de España por los mismos motivos. Aunque no todos fueron inundados en la misma época. Entre esas localidades se encuentran las nueve que anegaron las aguas del río Yuso y el Esla en el embalse leonés de Riaño, diseñado en los años 60 y construido en los años 80 entre fuertes protestas y con intervención militar –una década después de morir Franco-- hasta que sus compuertas se cerraron en la Nochevieja de 1987 desplazando a un millar de personas, mientras algo más de 500 se reubicaban en el nuevo pueblo, construido en una de las laderas del embalse.

No fue la única inundación posterior a 1975, ya que, por ejemplo y entre otros, el embalse portugués de Aceredo vaciaría cinco pueblos orensanos 17 años después y pasarían siete más antes de que Rialb obligara a emigrar a otros 500.

La construcción de embalses ha provocado en el último siglo decenas de miles de desplazados en España, una cifra reducida si se tienen en cuenta las estimaciones que establecen en más de 40 millones los afectados por obras hidráulicas en el mundo, pero que supone un elevado coste social que lleva décadas sin ser abordado de una manera efectiva por las administraciones.

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Fuente: CTXT