Siguen las calumnias contra Azaña Imprimir
Nuestra Memoria - La Segunda República
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Martes, 29 de Marzo de 2011 05:15

Manuel AzañaEl haber encarnado los ideales de la República en su persona motivó que tanto la Iglesia catolicorromana como las fuerzas monárquicas y fascistas volcaran sus ataques antirrepublicanos en la figura de don Manuel Azaña. Toda la derechísima de la nación le dedicó sus ataques continuados, mediante caricaturas deformadoras en las revistas satíricas, declaraciones de políticos extremistas, y calumnias lanzadas como chismes sobre su vida privada.

 

   Los militares monárquicos sublevados centraron sobre él sus insultos soeces y descalificaciones personales durante la guerra, y después de su victoria prosiguieron la campaña difamatoria en sus publicaciones, incluso en los libros de texto aprobados para las universidades. Cuantos sufrimos ese período vergonzoso de la historia de España tenemos presente lo que significó esa operación infamante de descrédito contra quien simboliza a la República tanto como la bandera tricolor, el Himno de Riego o la matrona con el gorro frigio.

   Y la campaña continúa. Acabamos de comprobarlo al leer el último número de la revista República de las Letras, el 120, correspondiente al mes de enero, que acaba de aparecer, con su habitual retraso. Un artículo de Félix Población, titulado "El miedo de Azaña y el honor del general Rojo", asegura que el expresidente de la República murió de miedo al ver que el pueblo en que se hallaba, Montauban, "estaba lleno de soldados nazis". Una de las críticas que le hicieron los extremistas de derechas fue que actuó con miedo en la tomas de decisiones. Hay quien se atreve ahora a diagnosticar el miedo como causante de su muerte. Es repugnante, porque es falso, y demuestra el odio que sigue inspirando en algunos.

   Cuando residía en Pyla-sur-Mer, en febrero de 1940, sufría agudos dolores de pecho, que el ilustre doctor Monod comprobó eran debidos a una antigua lesión cardíaca no diagnosticada: la aorta se le había dilatado extremadamente. Otros dos médicos confirmaron la lesión, y prescribieron reposo absoluto. Como secuela de esa dolencia padeció una enfermedad renal y pleuresía. Dormía recostado, porque se ahogaba al intentar acostarse. Es testimonio de Cipriano de Rivas Cherif en la biografía que escribió de su cuñado, Retrato de un desconocido.

   Ante el avance del Ejército nazi sus allegados decidieron trasladarle al sur. El 22 de junio salió de Pyla-sur-Mer en ambulancia, acompañado por su esposa, el doctor Pallete y el mayordomo. Se detuvieron obligadamente en Montauban, en donde siguió guardando absoluto reposo.

   El presidente de México, Lázaro Cárdenas, ordenó al personal de la Embajada en Francia una protección activa a los exiliados españoles, y en especial al expresidente. En el año 2000 se publicaron los informes remitidos por el ministro plenipotenciario Luis Ignacio Rodríguez Taboada al presidente Cárdenas, con el título de Misión de Luis I. Rodríguez en Francia. Gracias a este libro disponemos de una información completa sobre los últimos meses de la vida de don Manuel, entre julio y noviembre de 1940. Los mexicanos se comportaron con él mejor que muchos españoles.

   La primera descripción hecha por el ministro mexicano del ilustre enfermo, el 2 de julio, es patética: "Parecía una sombra. Sus carnes se habían consumido hasta lo increíble; tenía la palidez del cadáver y sus ojos profundamente hundidos acusaban la huella del dolor y del martirio" (p. 239).

   A finales de julio se enteró de que su casa en Pyla-sur-Mer había sido asaltada por los nazis, y sus familiares detenidos. Su cuñado fue conducido a la tétrica Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol madrileña. La noticia le causó un amago de ataque cerebral que le privó momentáneamente del habla y le hacía delirar.

A finales de agosto la Embajada tuvo noticia de la llegada a Montauban de unos falangistas, presumiblemente para secuestrar al expresidente y llevárselo a Madrid. Ante ese riesgo, el ministro Rodríguez alquiló unas habitaciones en el Hôtel Midi a nombre de la Embajada, el 15 de setiembre, y puso su bandera en los balcones. Allí instaló al enfermo, junto al personal de la Embajada en vigilancia continua.

   Dos días más tarde hizo este apunte sobre el estado de salud de don Manuel: "Descansaba en su cama después de los choques nerviosos recibidos en los últimos días y que le habían ocasionado una aguda postración difícil de vencer para el doctor Pallete. Con temperatura alta, su corazón fallaba cada vez más, al extremo de que en algunos colapsos el paciente parecía asfixiarse y sólo encontraba respiro dominándose con los brazos, en la cabecera del catre, hasta erguir su pecho" (p. 260).

   Un telegrama fechado el 19 de setiembre decía escuetamente: "Ataque hemiplejía sucedido hoy 16 horas ahuyenta enfermo posibilidades salvarlo. Médicos desesperan" (p. 262). El 23 consignó más detalles: "Los médicos opinan que el caso del señor Azaña es bastante grave; el ataque de hemiplejía que sufrió y que le ha paralizado la mitad del cuerpo, lo acerca cada día a la sepultura" (p. 264).

   El 2 de noviembre un miembro de la Embajada telefoneó al ministro Rodríguez para decirle: "Tengo la pena de informarle que el señor Azaña está agonizando. Anoche le repitió el ataque y se ha privado del conocimiento" (p. 273). El ministro mexicano se trasladó a Montauban inmediatamente, y llegó a tiempo de verle morir, y de ordenar su embalsamamiento. Después se entrevistó con el prefecto para organizar el entierro, que fue autorizado bajo la enseña mexicana solamente.

   Por lo tanto, don Manuel Azaña no murió de miedo, sino de sus varias dolencias, ultimadas en una sucesión de hemiplejías. Puesto que no podía salir de su habitación, por impedirlo su estado físico, es imposible que viera a los soldados nazis en el pueblo, y es seguro que ni su esposa ni sus allegados en esos momentos de dolor le contaron nada que pudiera incrementar su angustia. Decir que murió de miedo es una calumnia más que se añade a las innumerables lanzadas contra él durante su vida política y después de su fallecimiento.

   En el mismo libro se reproduce un comentario del ministro Rodríguez, en el que niega la supuesta confesión final del expresidente ante un obispo catolicorromano. Expone los datos que él mismo vio y los que le contaron sus subordinados, y afirma que "es un infundio más para el desaparecido", con esta tajante declaración: "No tuvo vacilaciones en el momento postrero; tampoco incurrió en titubeos hipócritas; mucho menos salpicó de cieno su conducta" (p. 279).

   El cieno se lo siguen echando los enemigos políticos, que lo son de la libertad. Setenta años después de su muerte un ignorante descubre que murió de miedo, y encuentra una revista que publica su delirante elucubración. En cambio, esta aclaración basada en testimonios verídicos seguro que es rechazada, por lo que la difundo por el correo electrónico para defender la limpia memoria de don Manuel Azaña, el símbolo de la República Española que algunos intentamos recuperar.