Todavía las mujeres no sabemos los efectos de nuestros rugidos, esos que se oyen cuando sacamos a las leonas que llevamos dentro y las dejamos hablar por nosotras. Cuando no nos callamos ante nadie. Cuando mordemos con palabras los perjuicios de quienes se creen que, por el hecho de ser mujeres, no somos capaces. Es instintivo y, todavía, las mujeres no sabemos los efectos de nuestros rugidos. Pero lo sabremos pronto. Muy pronto.