Leonor y el mito de la caverna Imprimir
Monarquía - Casa irreal
Escrito por Jonathan Martínez   
Miércoles, 07 de Noviembre de 2018 00:00
Algún día tenía que ocurrir y ocurrió el 31 de octubre. La princesa Leonor, última heredera de la inagotable saga de los Borbones, celebró su puesta de largo en la sede del Instituto Cervantes de Madrid con una lectura pública de la Constitución. El vídeo ya está en la memoria de todo el mundo. El padre, Felipe VI, le da paso a la hija entre aplausos y una azafata aproxima un peldaño al atril. La niña, que acaba de cumplir los trece años, encara a sus súbditos y arranca con el artículo primero. Uno: “España bla bla bla”. Dos: “La soberanía nacional bla bla bla”. Tres: “La forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria”. Sonrisa satisfecha a cámara. Chaparrón de flashes. Breve silencio de desconcierto. Aplausos. Y memes. Toneladas de memes.

No es la primera vez que Leonor se enfrenta al veredicto inclemente de las redes sociales. El año pasado, la revista Tiempo juraba en portada que la niña "lee a Stevenson y Carroll, le gustan las películas de Kurosawa, domina el inglés y tiene una perrita llamada Sara". Internet, que no entiende de solemnidades, se deshizo en carcajadas. A estas alturas, es imposible escapar a las comparaciones con el primo Froilán, que a los trece años se pasó por el forro el Reglamento de Armas y se disparó el pie con una escopeta de calibre 36 en su finca de Soria. En todo caso, parece que Leonor disfrutó con Dersu Uzala y con La isla del tesoro y con Alicia en el país de las maravillas. No sabemos, en cambio, si conoce a Platón, aunque el regreso de la asignatura de filosofía a los institutos muy pronto se encargará de paliar esa clase de carencias.

Platón despreciaba la mitología de Hesíodo y Homero, desaprobaba sus historias llenas de vicios abominables y alejadas de cualquier noción de verdad. No obstante, reconocía que los mitos tienen un poderoso potencial explicativo y no renunció a predicar sus doctrinas mediante fábulas. En el libro VII de la República, Platón expone su alegoría de la caverna y ejemplifica la diferencia entre el mundo ciego de los sentidos y la luz de la razón. Los hombres atrapados en la cueva tienen que conformarse con una realidad hecha de sombras proyectadas por el fuego mientras que en el exterior alumbra una verdad inalcanzable y dolorosa. La pastilla roja y la pastilla azul de Matrix.

Tanto la literatura como el cine han explotado con éxito este recurso filosófico. Tal vez en la pantalla se hayan cosechado los resultados más espectaculares. Recordad Underground, de Emir Kusturica, y el sótano grotesco y desmelenado donde un partisano y su familia pasan veinte años fabricando armas para una guerra que ahí fuera ya no existe. Recordad también Good bye, Lenin!, de Wolfgang Becker, donde una entusiasta militante socialista convalece de una enfermedad e ignora que la RDA se está desmoronando. Y qué decir de El show de Truman de Peter Weir y la vida domesticada de Jim Carrey convertida en un reality. La caverna de Platón es Gran Hermano, un universo encerrado sobre sí mismo, impermeable a cualquier realidad que no sea la suya.

Es difícil hablar de la monarquía española sin pensar en la caverna. Vemos la primera lectura pública de Leonor y nos parece el recital despreocupado de una niña burbuja a la que han encomendado una misión de trascendencia histórica mientras la institución que va a heredar se descompone. A la joven Leonor le han arrebatado su infancia en nombre de diez siglos de dinastía real, un linaje familiar que agoniza entre las corruptelas del Nóos, las comisiones sauditas, tardes de vis a vis en el penal de Brieva, elefantes abatidos con rifles de oro y cristales Swarovski y amantes que mueren en circunstancias no esclarecidas o que terminan yéndose de la lengua. Y mientras tanto, ahí está la niña Leonor, ajena a toda incertidumbre, vivaracha y temeraria igual que el conductor de un deportivo en dirección contraria en la autopista.

Malos tiempos para la lírica en la Casa de Borbón. Hace apenas tres semanas, el Parlament de Cataluña avalaba una resolución de los comunes contra la familia real española que reprobaba al rey y reclamaba abolir la monarquía. La semana pasada, el Ayuntamiento de Barcelona se sumó al festín reprobatorio y en los últimos días al menos Izquierda Unida y EH Bildu han anunciado una tromba de mociones republicanas. A nadie se le escapa que el CIS lleva tres años y medio sin someter a consulta la reputación de la Casa Real. Aunque la Corona suspende todas las encuestas desde 2011, es en abril de 2013 cuando la nota se hunde hasta un raquítico 3’68. Desde 2015, todo rastro de escrutinio a los Borbones ha desaparecido del barómetro. En un sondeo reciente de Electomania ni siquiera los votantes del PP, de Ciudadanos o de Vox le conceden el aprobado.

Un vistazo a la historia nos demuestra que existen por lo menos dos vías para disolver la monarquía. Una es la vía francesa de la revolución y la guillotina. Echamos la vista a 1793 y nos imaginamos a Luis XVI camino del patíbulo, escuchamos el rugido patriótico de la multitud y casi podemos ver cómo uno de los verdugos extrae la cabeza real del cesto y la exhibe en alto como un trofeo mientras suena La Marsellesa. Hay una segunda vía hacia la república, la vía española, que con el tiempo se ha demostrado tan benévola como estéril. Vamos a 1931, a las banderas tricolores de los balcones consistoriales y al exilio lujoso de Alfonso XIII al son del Himno de Riego. Pero de aquel Alfonso nació un Juan y de aquel Juan nació un Juan Carlos que regresó al trono por la puerta grande del franquismo. Y hasta ahora. 

Llegado el momento, habrá que descartar la decapitación por razones puramente humanitarias. También desecharemos el exilio habida cuenta de su demostrada ineficacia. Existe, sin embargo, una tercera vía inexplorada. La vía platónica de la caverna. Y es que el rey Felipe persiste en su búnker medieval de alta alcurnia y sangre azul mientras ahí fuera la plebe madruga para ir al curro y llega tarde a casa del curro si es que todavía no ha perdido la casa y el curro. La vía platónica de la caverna consiste en seguirle la corriente al monarca y hacerle creer que todavía pinta algo en un reino que ya es en la práctica republicano. No le digáis que le ha prometido a su hija un trono que no existe. Sacadlo cada año a desfilar mientras la gente le llama su alteza entre guiños y codazos. Convertid el Palacio de la Zarzuela en un inmenso show de Truman para que toda la prole borbónica siga convencida en pleno siglo XXI de que la jefatura de Estado es un hechizo mágico de las hadas del bosque y no un cargo sometido a las reglas democráticas.

Ofrecedles la píldora azul mientras leen la Constitución en homenajes ficticios hechos de figurantes y aplausos enlatados. Que empiece la función. Que siga el simulacro. Cerrad la puerta de la caverna y si alguien puede, ahora que todavía estamos a tiempo, que rescate a la princesa.

 

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Fuente: CTXT