El príncipe y la plebeya Imprimir
Monarquía - Casa irreal
Escrito por Delfín Rodríguez / la opinión de Zamora   
Sábado, 11 de Junio de 2011 00:00

El príncipe y al republicanaNo, no me refiero como «plebeya» a Letizia Ortiz, consorte del príncipe Felipe, que lo era y que por marital unión dejó de serlo. Me refiero a una joven que abordó al futuro rey para discutirle la legitimidad de la monarquía. Según la chica, ella no la había votado, luego era de dudosa procedencia. Se equivoca. Tampoco votó la Constitución y no por ello pesa sobre la norma mácula alguna de duda. Sin embargo, no le falta su punto de razón a la muchacha. La Monarquía Parlamentaria, incardinada en la Constitución como forma de gobierno, debió ser votada separada de la Carta Magna. Jugar dentro de su equipo era ganar el partido con un gol en fuera de juego. 

 

El rey fue proclamado a dedo de acuerdo a la ley franquista de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947. De nada vale que la Constitución que le legitima fuera ratificada por referéndum. La aceptación de la Monarquía Parlamentaria se daba en determinadas y determinantes condiciones: iba implícita en un documento esencial para la convivencia y llevaba unos candidatos aceptados: el rey Juan Carlos y la reina Sofía.

Cuando las personas que dan contenido a la aceptación de la forma de gobierno desaparezcan, parece obvio que debiera convocarse a los españoles a las urnas. La forma de Gobierno que para aquella época concreta y para aquellos aspirantes discretos valía, cambiaría sustancialmente.

Ya no habría transición que pilotar ni príncipes que fueran tan queridos por una parte importante de su pueblo. Ahora hay una democracia asentada y una monarquía tambaleante, pues una gran parte del pueblo se proclama «Juancarlista», no monárquica, y la otra Republicana.

La chica tenía razón. El príncipe y su señora no se están granjeando la aceptación del pueblo. La salida de pata de banco del heredero, diciéndole a la joven que «ya has tenido tu minuto de gloria», es un profundo desprecio a los españoles. Porque, en ese caso, aquella muchacha éramos todos. Representaba la pregunta que el pueblo se hace: ¿queremos monarquía?; la respuesta que muchos se dan: yo no quiero ser súbdito, quiero ser ciudadano.

El príncipe, al no casarse con la persona adecuada, como su abuelo Juan reclamaba, abrió la espita para que pueda estallar la bomba. Es lógico que nos preguntemos: si él toma de la monarquía las prebendas y evita las servidumbres, ¿qué puede ofrecernos?

Hay quien, en defensa del príncipe, dice que la monarquía que viene es más moderna, mezcla de realeza y pueblo. Probablemente tienen razón quienes así piensan. Pero no la tienen menos quienes piensan que, si nuestra monarquía constitucional ha de ser moderna en sumo grado, que se elija a los reyes por sufragio universal.

Las monarquías, que durante tanto tiempo lo han sido por la gracia de Dios, en un Estado laico, en el que conviven muchos dioses, deberían serlo por la gracia de los hombres. Así que yo, como la muchacha, me alineo entre los que piensan que, después de Juan Carlos, a las urnas. No vaya a ser que el príncipe sea un caprichoso capaz de insultar a su pueblo como ha insultado a parte de él representado por la muchacha en cuestión.

Veía días pasados una encuesta según la cual la popularidad de los príncipes se derrumbaba. Deberían reflexionar y pensar que algo están haciendo mal. Y si de momento no queremos o no podemos llevarlos al banquillo, que entrenen más para ganarse la titularidad.

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