Su Majestad, el ausente Imprimir
Monarquía - Casa irreal
Escrito por Gregorio Morán   
Domingo, 02 de Julio de 2017 00:00

¡Gran dilema! ¿Quién decidió que Juan Carlos I no estuviera en los fastos de los 40 años de las primeras elecciones democráticas? Es probable que salvo él mismo, exhibicionista profesional, nadie fuera partidario de su presencia.

Primero, porque su recordatorio, por más eculcorado que haya sido por plumas de esmero, no fuera para exhibir. Ni la primera parte, ni la segunda, ni la tercera, ni la última. Fue un Borbón desde el principio; lacayuno ante el Caudillo, torticero con su padre -siguiendo la tradición familiar-, al que engañó con ensañamiento -la verdad es que Don Juan se lo merecía, eso y mucho más-, arrebatado hacia los dineros ajenos hasta construirse una fortuna basada en la pena -“estoy en la ruina”- y la desvergüenza -“qué les pasa a esos empresarios catalanes que no renuevan mi barco”, por buen nombre “Bribón”-.

Teniendo en cuenta la genealogía borbónica los hubo peores, pero confesemos con el tiempo recorrido y lo que hoy ya sabemos, que este no era para exhibir como modelo. Y, sin embargo, plumas asentadas lo aseguraron. No es cierto que compitiera con Adolfo Suárez en la legalización de los partidos, entre ellos el comunista, pero los que estaban en el secreto se callaron y los que no, jalearon su amplitud de miras.

Resumiendo. Fue un perillán de chico, de adolescente, con edad de la razón y con poder de mando. Sin él no hubiera sido posible el intento de golpe de Estado del 23F, y también sin él hubiera sido muy difícil pararlo. Nadie pone en marcha un tanque si no tiene el poder para hacerlo detener.

Pocos políticos son tan representativos del período franquista como él. Servicial y a la espera de su oportunidad. El Generalísimo no tenía otro, por más que al final le calentaran la cabeza con aventuras familiares de otro barbián pijeras, pariente suyo. No creo que Juan Carlos I quede como motor del cambio, ni siquiera como chapista. Todo lo más un ansioso de poder con la ansiedad de hacerse una fortuna. Cosa que ocurrió y que llegó a tal punto con esa cara de conmiseración que debió tener Fernando VII ante la Constitución liberal, que luego se pasó por el forro, dijo aquello, inefable, único, indescriptible: “Me he equivocado; prometo no volverlo hacer”. Frases que no se creía ni él, como se descubriría antes que pasaran unas semanas.

En verdad le entra a uno un poco de vergüenza al comprobar que hasta la izquierda más rigurosa reprocha la ausencia de su antigua Majestad en el protocolo. A estos chicos les falta “cochura”, que dirían en Galicia los votantes de Rajoy. O menos globos, o más coherencia. Por más que busco, y aseguro conocer bien al pájaro real, no hay razón alguna para que los españoles tengan algo que agradecerle. Ahora bien, podría citar toda una ristra de motivos por los que él tiene que inclinarse ante la modestia, y la benevolencia del pueblo español hacia un especimen borbónico digno heredero de sus antecesores, especialmente del tortuoso Fernando VII. Hasta en el sexo, punto de engarce de tantas majestades, cargadas de virus y actrices de comedia.

Me incordian estas lágrimas de cocodrilo de una izquierda que, no sé si por ignorancia o por oportunismo, estaría mucho más lozana y digna callada. Sencillamente no es ni su tarea ni su problema. El mayor servicio que hicieron las instituciones en tan singular y equívoco aniversario, el de las elecciones de 1977, sería el silencio y que su antigua Majestad se quedara en casa, de donde debería haber salido menos. Porque los palacios, aunque sean tan pasteleros como la Zarzuela, protegen al poder corrupto de las miradas curiosas. De no estar aforado, cual rey absoluto, podría haberle llevado ante los tribunales.

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Fuente: Bez