Fe de erratas PDF Imprimir E-mail
Monarquía - Casa irreal
Escrito por Lorenzo Cordero /La Voz de Asturias   
Lunes, 18 de Abril de 2011 00:00

La dictadura franquista no podía identificarse con el conjunto de países democráticos europeos En la Transición consiguieron convencer al país de que era posible una Monarquía Republicana

 En un ensayo político, titulado Nueva apelación a la República , escrito por Juan Marichal siendo, entonces, profesor de lenguas y literaturas románicas en la Universidad de Harvard (Estados Unidos), y publicado junto con otros trabajos suyos reunidos bajo el título común de El nuevo pensamiento político español (México, junio de 1974. Edit. Finisterre), se puede leer: "... los partidos y los hombres de la España republicana, del exilio y del interior , deberían hoy constituir una vasta alianza republicana que pudiera parlamentar con los órganos restauradores de los grupos monárquicos y no-monárquicos".

 

Consideraba el profesor Marichal que una alianza republicana les permitiría, a los republicanos españoles -organizados como partido o independientes- utilizar un "poderoso instrumento de acción para el decisivo periodo del tránsito que se avecina en España". Suponía el prestigioso profesor (nacido en Tenerife en 1922 y exiliado a México en 1942) Que "si el conde de Barcelona aspira a ser rey de todos los españoles ha de tener presente que va a reinar sobre algunos millones de españoles que no pueden abandonar el legado moral y emocional de unas instituciones políticas en cuya defensa dieron sus vidas y sus muertes tantos miles de hombres de España.

Pensaba Juan Marichal que si -por razones de orden práctico político- la restauración se hacía hacia la izquierda, los monárquicos encargados de asumir ese compromiso estarían obligados a contar con la colaboración de los partidos identificados con la Segunda República y con los republicanos independientes de la época.

Lo pensaba y, evidentemente, se equivocaba. En aquellos años en los que la dictadura franquista hacía grandes esfuerzos para rehabilitarse, política y económicamente, puesto que su antigua arquitectura totalitaria ya estaba en ruinas y, además, no le permitía el régimen identificarse con el conjunto de países democráticos europeos surgidos al final de la Segunda Guerra Mundial. En la sociedad española ya bullían sin disimulo numerosos grupos que, habiendo estado plenamente identificados con la ideología Nacionalcatólica -a veces con excesiva euforia- empezaban a distanciarse del Movimiento Nacional pero sin aceptar la participación de quienes habían sido los vencidos en la Guerra Civil.

Aquel periodo de grandes oscilaciones, que podría localizarse temporalmente en la década de los 60 y 70, del siglo pasado, fue el tiempo en el que los aperturistas (franquistas partidarios de abrir la dictadura a las corrientes democráticas de la época) y los democristianos (no franquistas, sino monárquicos sentimentales e ideológicos), lograron tomar las riendas del viejo y cansino caballo de la dictadura de aquel general bajito. Aquellos fueron años decisivos para la restauración borbónica en el interior del viejo templo franquista.

Una restauración que sustituyó al padre, don Juan, por el hijo, otro don Juan... Fue una época de siniestros espejismos: cuando los antifranquistas del aperturismo eran confundidos con los de izquierda, y cuando a los monárquicos de toda la vida se les consideraba enemigos del franquismo.

En medio de aquel barullo de identidades políticas, e ideológicas, los artífices de la Transición (la gran estafa política del siglo XX, de la que ha sido víctima una mayoría del pueblo español) lograron convencer al país de que, en España, era posible una Monarquía Republicana o, sino, una República Monárquica. Los prestidigitadores de la Época consiguieron hacer creer que de la vieja chistera franquista había salido el gran conejo de una Monarquía a la que le correspondía legalmente el legajo moral, cultural y político, que le corresponde, a pesar de todo a la República.

Legitimaron la restauración monárquica atribuyéndole a la dinastía borbónica los dones morales y políticos de aquella República, destruida seis años después de haber sido proclamada, por los secuaces del totalitarismo nazi-fascista de los 30. Así inventaron la Monarquía republicana. Y así evitaron, también, cumplir con la obligación moral de legitimar el nuevo régimen dinástico -salvavidas para la dictadura- sometiéndolo previamente a un plebiscito popular, con el que los españoles habrían podido ejercer su derecho a expresar su voluntad personal.

La Transición ha sido el resultado de un necio empecinamiento en aceptar una democracia llena, hasta rebosarlas, de erratas políticas. Si se quiere comprobarlo, basta con echarle un vistazo al texto de la Constitución de 1978. ¿O es pecado?

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Fuente: http://www.lavozdeasturias.es/opinion/Fe-erratas_0_464353572.html

 

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