El discurso del Rey: ¿El fin de la historia? Imprimir
Monarquía - Felipe VI
Escrito por José Cantón Rodríguez / UCR   
Sábado, 27 de Diciembre de 2014 00:00

Todos los partidos políticos han venido a elogiar –con sus diversas matizaciones- el discurso institucional de Navidad del rey Felipe VI. El discurso hace especial y reiterado hincapié en la crisis económica, en la corrupción y en el difuso malestar ciudadano hacia las instituciones públicas, haciendo especial hincapié en las degradadas relaciones entre Cataluña y el resto de España. ¿Alguien podría esperar que el discurso no abordara la corrupción, la crisis económica e institucional por la que atraviesa el Estado español? El Rey no ha hecho más que recoger y reiterar los asuntos más relevantes que están en los medios informativos y, por lo mismo, también en la calle. Lo mismo que hace el papa Francisco respecto a la sociedad internacional, o a los asuntos internos que conciernen al prestigio de la iglesia. Y, por la misma razón, al desaparecer de los medios de comunicación y, por lo mismo, de la memoria lúcida de la gente el dolor, la paradoja e indignación de las víctimas del terrorismo, también vendría a desaparecer del discurso del Rey.

 

También se hace una defensa de la Constitución a modo de crítica velada de todas aquellas formaciones emergentes o minoritarias que proponen su reforma o actualización ¿Cómo no defender la integridad de la Constitución del 78 con la ilusión e interés que lo hace el Rey, si ella constituye su contrato de trabajo indefinido y, además, hereditario en sus hijos? Seguramente que todos los españoles querrían un contrato de ese tipo y serían los primeros en exaltar sus virtudes, a semejanza de lo que hace el Rey con el suyo, pues el contrato de trabajo indefinido ya forma parte de nuestro pasado. En el marco irreversible de una sociedad global, a los jóvenes más y mejor formados sólo les espera el subempleo, un contrato de meses o semanas, bien en España o en el Exterior y, normalmente, en sectores ajenos a su formación específica. Y, en el otro extremo del mercado de trabajo, la gente de menor o escasa formación siempre quedará sometida a la presión del coste de una mano de obra cada vez más abundante, en un modelo social y económico que precisa de muchos consumidores y pocos productores. ¿Alguien había anunciado la muerte del marxismo?

Una defensa y elogio incondicional del discurso compartido en particular por los partidos mayoritarios –con matices del partido de la Oposición- pues la defensa de la Monarquía no constituya más que la clave de bóveda o la coartada del sostenimiento del sistema de partidos surgido de la Transición. ¿Otra vez la Transición? dirían todos los defensores del fin de la historia que nos propusiera Francis Fukuyama en su Fin de la historia y el último hombre (1992). Con el éxito de las democracias liberales occidentales y su libre mercado –la globalización- se supone que hemos llegado al fin de la historia y, por lo mismo, también al fin de las ideologías. Con lo cual, las diversas formas de violencia y conflictos ideológicos del pasado parecen haber concluido dando paso a las cuestiones meramente económicas, la lucha por los mercados, por la búsqueda de fuentes financieras o de materias primas, en particular energéticas. Pero ya el propio Rey Juan Carlos –o el gobierno de turno- nos advirtió, repitiendo dos veces, de que no todo es economía (Discurso de Navidad, 2012). Es decir, que las ideologías, el uso político de los sentimientos territoriales, los prejuicios y el control de los medios de comunicación aún formaban y forman parte de nuestra vida cotidiana, sosteniendo todo ello nuestra arquitectura política, encabezada por la Corona. ¿Por qué razón tendríamos que reprochar a vascos y a catalanes desarrollar un tipo de acción política semejante en sus respectivas comunidades, cuando esas mismas estrategias vienen sosteniendo el bipartidismo en el conjunto del Estado? Decididamente, al contrario de lo que opinaba Fukuyama, la historia y la ideología aún no han concluido en España; pues, al fin y al cabo, la Monarquía viene a representar el éxito del uso político de la historia y la ideología –la Corona es historia e ideología encarnada- ejerciendo de último testimonio de un pasado al que nadie desearía volver –quizá exceptuando a reyes, obispos y grandes señores- y el último fleco de la Guerra fría entre bloques que venían a disputarse el modo y las formas de hacerse con los bienes terrenales, previo control y domesticación del espíritu y la libertad de las gentes. Pero si el Muro de Berlín ha caído y Obama ha reiniciado las relaciones diplomáticas con Cuba, no hay razón alguna para pensar que en algún momento los españoles situemos la idea de Corona allí de donde nunca debió de salir: los libros de historia y de pensamiento político, así como la contemplación estética y significativa de la arquitectura y las artes como resultado de poner todo conocimiento científico, literario y artístico al servicio de las clases gobernantes.

 

José Cantón Rodríguez es doctor en sociología, sus últimas obras son Para entender La Guerra de Sucesión Española (1701-1714), 2014 y La dictadura y la monarquía neofranquista (2014)