Los ‘intelectuales’ y Felipe VI PDF Imprimir E-mail
Monarquía - Felipe VI
Escrito por Agustín Moreno   
Miércoles, 02 de Julio de 2014 05:00

Portada del diario 'El País' el pasado 19 de junio.Con motivo de la coronación de Felipe VI los partidos dinásticos, PP-PSOE, y la acorazada mediática se han volcado en loas al rey saliente y al entrante. Esta nueva transición se ha hecho de forma súbita, sin dar lugar al debate público. Menos a la celebración de un referéndum sobre la forma de Estado. Ni siquiera han aplicado aquella estrategia del Manifiesto de los persas de 1814 para que, tras cierto caos inicial, se cogiera con los brazos abiertos al nuevo monarca. Aunque quizá esa filosofía estaba en las órdenes políticas para la expeditiva actuación policial el 19 de junio  (ver vídeo).

 

Se trataba de no correr ningún riesgo y, mucho menos, dejar que el pueblo decidiera sobre el tema, porque las elecciones las carga el diablo, como se demostró el 12 de abril de 1931. Hasta aquí todo entra dentro de lo previsible. Hasta los entusiastas publirreportajes de los medios de comunicación, que contrastaban vivamente con la frialdad monárquica en la calle o con la gran concentración republicana en la Puerta del Sol de día de la abdicación.

Pero todo tiene un límite. Decía un intelectual, siempre comprometido, Manuel Vázquez Montalbán, que “hemos de juramentarnos para no ser nunca más cómplices de Calígula que cuando quiere nombra procónsul a su caballo”. Estoy de acuerdo con él, aunque sin llegar a tanto, al menos hay que mantener la dignidad y las formas. Y tanto una como las otras se han perdido en las apologías leídas estos días. Ha sido bochornoso el papel de determinados escritores y periodistas con cierta vitola de intelectuales. Pequeños mandarines con ínfulas de sabios convertidos en plumillas al servicio del poder de siempre. Juzguen ustedes el nivel alcanzado leyendo el artículo Leonor: niña y princesa, que ha producido bochorno en la redacción de El País.

Hay algunos casos especialmente llamativos. Unos, como Cercas, han hiperbolizado: sin el rey no habría democracia, hemos vivido con él los cuarenta años mejores de nuestra historia ¿Quiere hacernos creer que en Europa a finales del siglo XX era posible una sola dictadura en España, cuando ya habían caído Grecia y Portugal? Las opciones no eran dictadura o democracia, sino la calidad y profundidad de esta última; si había ruptura democrática o reforma tutelada por los poderes fácticos del franquismo.

Otro, como Santos Juliá, retuerce los argumentos y rebusca alguna cita para dar a entender que ni PSOE ni PCE tenían tradición republicana. Como si las críticas a la política de la burguesía y la derecha durante la República equivaliesen a defender la monarquía borbónica. Llega a decir que la izquierda no defendió a la Segunda República durante la guerra civil, sino sus intereses políticos.

El cénit se alcanza con Javier Marías, maniqueo desde el título: Ecuanimidad o histerismo. La primera la asegura la monarquía y él mismo, y lo segundo es propio de la izquierda. Justifica a Juan Carlos de Borbón de todos sus escándalos, desde la corrupción familiar a la matanza de elefantes. Pero luego se pone faltón y coloca al lector ante comparaciones chuscas como si tuviera que elegir como Jefe de Estado entre Felipe VI y Anguita, Aznar o Rouco Varela. Él parece que prefiere el glamour de los borbones antes que a cualquier ciudadano que aspirase a ser Jefe del Estado elegido democráticamente, independientemente de su  ideología.

Los citados tienen en común varias cosas. Escriben en el mismo periódico, antaño progresista y hoy baluarte de la dinastía borbónica. Casi todos comienzan diciendo que no son monárquicos, no está claro si para matar la mala conciencia o para ser más eficaces en la tarea de apuntalar al régimen. Intuíamos que servir al poder perjudicaba seriamente el intelecto, pero no creíamos que fuera para tanto.

Por eso, la pregunta va más allá del derecho que tiene toda persona a mantener una determinada posición o idea política: ¿se puede considerar intelectual a quien de forma tan sumisa se coloca al servicio del poder? Porque un intelectual es, básicamente, el que se dedica al estudio y a la reflexión crítica sobre la realidad. No pueden fallar en la exigencia que les hacía Kant, que opinaba que el intelectual debe estar alejado del poder para conservar su independencia, para no alejarse de la búsqueda de la verdad. Pero cuando la reflexión es tan acrítica y genuflexa, cuando la función es legitimar el poder, difícilmente merecen esta denominación.

Habría que releer a Antonio Gramsci que criticaba que la función de los intelectuales es lograr la hegemonía de la clase a la que pertenecen, hacer que ésta domine políticamente. Los intelectuales del poder buscan la adhesión de las clases subalternas a la visión del mundo que tiene la clase dirigente. Ese ha sido el papel de algunos estos días y que no pretendan engañarnos con supuestas neutralidades o equidistancias.

Quizá lo mejor sea recurrir a Noam Chomsky y su crítica a los intelectuales: Los intelectuales de la élite, por definición, tienen una gran cantidad de privilegios. Y ello les brinda más opciones, pero también les confiere más responsabilidad. Los más privilegiados se encuentran en una mejor posición para obtener información y actuar de maneras que afectarán las decisiones de la política (…) Y las responsabilidades de una persona en una sociedad más libre y abierta son, evidentemente, mayores que la de los que pueden pagar un cierto precio por su honestidad e integridad. Si los comisarios en la Rusia soviética acordaron subordinarse al poder del Estado, por lo menos podrían alegar el miedo como atenuante. Sus contrapartes en las sociedades más libres y abiertas pueden declarar sólo su cobardía. Afortunadamente, hay más intelectuales que han fijado posición republicana o simplemente se han negado a colaborar en la campaña.

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Fuente: Cuarto Poder

 

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