Cenizas. El nuevo gobierno del Partido Popular será otros cuatro años el brazo político del clero Imprimir
Laicismo - Estado Laico
Escrito por Coral Bravo   
Lunes, 14 de Noviembre de 2016 00:00

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Una de las frases siniestras que escuché infinidad de veces cuando era niña, en el contexto de la educación católica que recibí, o mejor, que padecí, es aquella máxima bíblica, creo que del Génesis, que postula que “polvo somos y en polvo nos convertiremos”. Como siempre, tan alegres, optimistas y esperanzadores los postulados cristianos. Aunque, después de las ideas terribles de infierno, fuegos eternos, demonios, pecados, purgatorios, almas en pena, castigos divinos y demás ideas santas con que nos asustan y nos lavan el cerebro en la infancia, lo de que somos polvo se quedaba en pecata minuta. Una nadería. Hasta podía ser un consuelo. Alguna vez pensé que tampoco estaba muy mal esa idea, porque siendo polvo las llamas del averno tampoco quemarían tanto.

El caso es que yo creo que el clero tiene un cacao mental que no se aclara. Será, quizás, que el nuevo gobierno del Partido Popular será otros cuatro años su brazo político y nos saturará de nuevo de inciensos, jaculatorias milagrosas y ruegos a santos. O quizás se atrevan a más y por decreto Ley nos obliguen a rezar diariamente los maitines o el rosario de la aurora, que cosas más raras se han visto. No hay más que echar un vistazo al franquismo, en el que ser ateo o laicista te podía llevar al paredón o a una fosa, como al maestro Galindo.

Y digo que el clero tiene un buen cacao mental porque si por un lado dicen que somos polvo, por otro no nos dejan serlo. Me explico. En una reciente proclama, emitida por el Vaticano el pasado día 2 de noviembre, ante la tendencia creciente de incineraciones y la tendencia social a evadirse de los tétricos enterramientos católicos a favor de fórmulas más libres y personales, la Iglesia católica prohíbe esparcir, dividir o tener en casa las cenizas de los familiares fallecidos.

Quizás sea porque la Iglesia se está quedando sin enterramientos. Y los funerales católicos son un verdadero y gran negocio. Y es que morirse a la antigua y sacrosanta usanza en España cuesta entre 3.500 y 6.000 euros; y al paso que vamos con los neoliberales sobre nuestras cabezas ya ni nos vamos a poder permitir morir. Un millón y medio de euros movió en 2015 el negocio de la muerte en España. Quizás eso explique el interés que parece tener el clero, ya en el siglo XXI, en no dejarnos ni vivir, ni morir a nuestra manera, que dirían Sinatra y Julio Iglesias.

Han sido varios los obispos y monseñores de medio mundo los que los últimos dias, en su proselitismo secular y habitual, han vertido manifestaciones expandiendo esta proclama. En España, por ejemplo, el obispo Munilla, en un artículo escrito, ha hecho referencia al documento “Instrucción ad resurgendum cum Christo” que contempla tal prohibición, alertando a los fieles de que la Iglesia católica permite la cremación, pero siempre que se depositen los restos en lugares “santos”, es decir, según sus reglas y sin ningún libre albedrío.

En Colombia, otro ejemplo, monseñor Corredor Bermúdez, obispo de Pereira, ha expresado: “los católicos deben entender que aún después de la muerte ellos forman una comunidad, una familia, la familia de Dios, de modo que no podemos ir descartando las cenizas o los restos de la gente como si fueran desechos”. Es decir, ellos prefieren que se les coman los gusanos. Quizás, porque, ya digo, la Iglesia parece tener como fin apropiarse de todo: del dinero, de la voluntad, de las mentes, de las emociones, de las creencias, del poder, de la vida y también de la muerte de las personas.

Por una antigua tradición esquimal los ancianos que llegaban a la indefensión de la vejez o la enfermedad terminal se adentraban en los bosques, aunándose con la naturaleza y así volviendo a formar parte de un nuevo ciclo de la vida. Eso me parece mucho más hermoso, salubre y natural que la tétrica y lúgubre tradición fúnebre cristiana. Como me lo parece también la incineración y el esparcir las cenizas en el lugar deseado por quien deja la vida. Digan lo que digan los señores obispos, las sociedades van avanzando hacia una secularización que afecta tanto a la vida y ya también a la muerte, y día a día se van independizando de las prédicas míticas y absurdas que constriñen la voluntad y la libertad de los seres humanos.

Porque realmente pasarse toda una eternidad rezando los maitines al lado de San Agustín, padre de la misoginia y la persecución cristiana a las mujeres, y de Sor Maravillas del niño Jesús, debe de ser soporífero. Como contrapunto, conozco a una pareja maravillosa que se aman tanto que tienen escritas instrucciones para que se mezclen sus cenizas cuando los dos hayan dejado este mundo, y sean esparcidas en dos de los lugares clave de su vida, con el sonido de fondo de su canción. Por supuesto, ambos son librepensadores. Diga lo que diga el clero, esto sí me parece realmente hermoso, amoroso, espiritual y profundamente sagrado. Y es que, a estas alturas, a mí lo que me parece verdaderamente sagrado es lo humano, no lo divino.

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Fuente: El Plural