Los españoles somos iguales ante la religión catolicorromana PDF Imprimir E-mail
Laicismo - Crítica a la religión
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Jueves, 31 de Marzo de 2011 00:00

El bautismoEl Tribunal Constitucional ha dictaminado que las parroquias de la secta catolicorromana no están obligadas a cancelar la inscripción en sus registros de los bautismos que le soliciten los interesados. Bien señala el punto 3 del artículo 16 de la Constitución que "los poderes públicos", como lo son los tribunales de Justicia, "mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica", que es la conocida desde la dictadura como nacionalcatólica.

 

   El Tribunal no tiene en cuenta que en este país se bautiza a los recién nacidos, imposibilitados de manifestar su voluntad. La dictadura tomó represalias feroces contra las familias en las que había miembros sin bautizar, o sin estar casados eclesiásticamente. Todos los nacidos durante la dictadura fuimos bautizados obligatoriamente, y así los jerarcas carcas añadían una oveja más a su redil presidido por los machos cabríos disfrazados con sayales y capelos rojos.

   De esa manera, la Iglesia cuenta el número de sus afiliados forzosos y asegura con su secular desvergüenza que el reino de España está poblado mayoritariamente por vasallos catolicorromanos, lo que le permite exigir dinero a "los poderes públicos". Y los recién nacidos bautizados no pueden solicitar que se les saque del redil cuando llegan a la edad adulta, aunque rechacen su permanencia en él.

   Por lo tanto, para eliminar esos registros no hay otra solución que quemar las parroquias, una costumbre tradicional del pueblo español desde el siglo XIX. El Tribunal Constitucional no permite otro recurso.

   Además, todos los templos han sido construidos con el dinero arrebatado a los ignorantes, basándose en la mentira de concederles indulgencias para que después de morirse vayan a ese paraíso celestial que los eclesiásticos describen como si lo visitasen cada fin de semana. En consecuencia, todos los templos de la cristiandad pertenecen al pueblo de la localidad en que estén levantados, que puede hacer con ellos lo que mejor le parezca. Todos, no sólo los catorce pertenecientes al Patrimonio Nacional de España que gestiona el compañero Rodríguez, absolutamente todos, incluida la basílica del Vaticano, edificada sobre las mentiras de las indulgencias.

   La catedral de la Almudena es propiedad de los madrileños, porque nos ha costado el dinero, incluso a los que no pertenecemos a la secta catolicorromana. Tenemos derecho a hacer en ella lo que nos dé la gana, incluso prohibirle la entrada al desvergonzado cardenal Rouco, que se la ha apropiado indebidamente.

   Por eso mismo hicieron muy bien los jóvenes que el 10 de marzo entraron en una capilla ubicada en la Universidad Complutense, y patentizaron su rechazo a que existan templos en el campus. Se trata de uno de tantos residuos de la dictadura. Cuantos estudiamos bajo ella recordamos que las aulas de los colegios y de las universidades se hallaban presididas por un crucifijo y dos grandes fotografías, una del dictadorísimo a su derecha y otra del fundador de la Falange a su izquierda, en representación de la unidad imperante entre el régimen y la secta religiosa. Y existía una asignatura de religión en colegios y universidades, con igual categoría que las científicas, de modo que quien no la aprobase no podía licenciarse, por excelentes que fueran las calificaciones en las restantes.

   Los que padecimos esa época trágica no olvidaremos nunca la identificación entre ambas instituciones igualmente criminales. La monarquía del 18 de julio instaurada por el dictadorísimo continúa la alianza, tan beneficiosa para las dos. Por algo su majestad ostenta el título de rey católico heredado de sus antepasados, aunque no pueda decir como ellos que lo es por la gracia de Dios, debido a que él lo es por designación del dictadorísimo, al que juró fidelidad.

   Desde este punto de vista, resulta muy oportuno el logotipo anunciador de la Jornada Mundial de la Juventud, a celebrar en Madrid en agosto próximo, si el pueblo soberano no lo impide, nada menos que con asistencia del dictador de la secta, el nazi Ratzinger, alias Benedicto XVI. Este logotipo consiste en una corona real con una cruz encima, símbolo de la tradicional alianza entre el altar y el trono.

   Para que no haya ninguna duda, la cruz y parte de la corona están dibujadas con color rojo, la parte inferior con amarillo, y más abajo las siglas JMJ 2011 con rojo otra vez. Es decir, los colores de la bandera monárquica española. La organización de este acto nos va a costar a los vasallos unos millones de euros, todavía sin cuantificar, por obligación, aunque seamos contrarios al acto, a Ratzinger, a Rouco y a toda la caterva eclesial, de los que renegamos.

   Con motivo de lo que los jerarcas carcas denominan "profanación de la capilla universitaria", el rector Berzosa manifestó que no es pertinente la existencia de templos en el campus, porque contradice "la neutralidad del Estado en materia religiosa". ¿Dónde ve esa neutralidad el rector? Lo que observamos a todas horas y en todas partes es la abyecta sumisión del reino a los dictados del Estado Vaticano, que se inmiscuye en todos los aspectos de la vida nacional con absoluta impunidad.

   Sin embargo, la entrada de los universitarios en la capilla construida con dinero del pueblo, y en consecuencia de dominio público, ha tenido otras consecuencias. La más significativa es el apoyo que esos jóvenes han recibido de otros pertenecientes a otros distritos. Esto significa que una parte de la juventud española, la más culta, la universitaria, no transige con los dogmas y los rituales de la secta catolicorromana.

   El punto citado de la vigente Constitución estipula que "Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española", pero también debieran considerar el repudio a tales creencias de una parte de la sociedad. Por si fuera poco, la prepotente Conferencia Episcopal Española se lamenta en todas sus reuniones del descreimiento general arraigado en la misma sociedad, por lo que debemos considerar mayoritario ese sentimiento. Los mismos jerarcas carcas reconocen que se ha cumplido el anuncio hecho por don Manuel Azaña en el Congreso el 13 de octubre de 1931: "España ha dejado de ser católica."

   Pues si es así, como aceptan los conferenciantes episcopales, ¿por qué los vasallos de este reino tenemos que pagar esa orgía que ha organizado el dictador del Vaticano en Madrid, con asistencia de jóvenes supuestamente de todo el mundo, en los que satisfacer la lujuria eclesiástica?

   La "profanación" de la capilla universitaria madrileña y la solidaridad de los estudiantes de otras ciudades debieran servir de advertencia a Rouco: no somos catolicorromanos, exigimos que se nos borre de los registros parroquiales, no queremos que nuestros impuestos se entreguen a la secta, y nos oponemos a la visita del nazi Ratzinger a Madrid con toda su corte. Es preciso que lo hagamos notar así.

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