Agustín de Tagaste: Santo, teólogo, obispo y gay PDF Imprimir E-mail
Laicismo - Crítica a la jerarquía católica
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Lunes, 22 de Agosto de 2011 03:40

San Agustín de Tagaste El dictador del Vaticano, el antes joven hitleriano y ahora viejo anticristo Joseph Ratzinger, no ha pedido perdón a los participantes en las Jornada Mundial de la Juventud, por los innumerables casos denunciados de abusos sexuales a niños y jóvenes, cometidos por cardenales, arzobispos, obispos, curas y frailes. Las denuncias se han presentado en Europa y América, los continentes en los que más penetración y dominio ha logrado la Iglesia catolicorromana. Debido a las  indemnizaciones multimillonarias que debe pagar a las víctimas, el Estado Vaticano se halla en quiebra desde hace cinco años.

 

   Al dirigirse a seminaristas en la catedral de la Almudena, aspirantes a ser denunciados por pederastia dentro de poco, les dijo Ratzinger con su habitual cinismo: "Nosotros debemos ser santos para no caer en una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar. [...] Esta disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es la que inspira la decisión de vivir el celibato en el reino de los cielos." Mientras tanto, en el reino de la Tierra viven la pederastia.

 

   En Cuatro Vientos su discurso fue interrumpido por las fuerzas de la naturaleza, que debía estar tan harta del papanazi como todos los que no pertenecemos a su secta. Así habló Ratzinger entre el viento y la lluvia: "A muchos el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne, se realizan en una profunda vida de comunión." Para él no existe otra forma de matrimonio.

Maravilla que la Iglesia catolicorromana se oponga tenazmente a las uniones homosexuales, no sólo por la afición de sus clérigos a la pederastia, sino porque uno de sus mayores teólogos, Agustín de Tagaste, obispo de Hipona, elevado a los altares y en consecuencia modelo de vida para los catolicorromanos, era homosexual.

   No lo cuentan chismorrerías, sino que lo relató él mismo en sus Confesiones, dirigidas a Dios y escritas para exponerle sus actos y pensamientos. En el libro IV, capítulo 4, parágrafo 7, recuerda que en su juventud había amado apasionadamente a un muchacho de su misma edad, al que apartó de la fe heredada de sus mayores. Pero añade que Dios hizo morir al chico cuando aún no llevaban un año de esa relación homosexual, "que me era más deliciosa que todas las delicias de las que disfrutaba".

   En el parágrafo 8 continúa rememorando que a causa de la muerte de su amante se llenó su corazón de tinieblas, "y en todo cuanto miraba no veía nada más que la muerte". Buscaba el recuerdo de su amigo en todos los lugares que compartieron, pero se le hacían odiosos porque no lo encontraba. A causa de la pérdida de aquel amadísimo compañero dice que "sólo el llanto me era dulce y gustoso".

   ¿Se atreve Ratzinger a censurar a san Agustín por haber sido homosexual? ¿Le va a quitar la categoría de santo y condenarlo al infierno? ¿No tendrá más bien que recomendar la lectura de sus obras, que es lo que no hacen los catolicorromanos, y proponer que se imite su vida? Si los papistas leyeran, no se tragarían los discursos  papales. Ratzinger se aprovecha de su incultura para difundir mentiras.