La civilización europea en crisis. Sus orígenes, la Ilustración, y sus enemigos, la Iglesia y las religiones. (III) PDF Imprimir E-mail
Laicismo - Ciencia vs. religión
Escrito por Javier Fisac Seco / UCR   
Lunes, 27 de Enero de 2014 00:00

Desde la perspectiva de los ilustrados la necesidad de una revolución moral, política y social se veía con otros ojos. Y como este artículo está construido fundamentalmente por los testimonios de sus protagonistas, visto el de la Iglesia católica, quiero reproducir el otro, el antagónico, según lo desarrolla, brillantemente, Paul Hazard en su imprescindible libro, tanto por sus contenidos como por su belleza interior, "La crisis de la conciencia europea", donde escribe:

 
"Se trataba de saber si se creería o si no se creería ya; si se obedecería a la tradición, o si se rebelaría uno contra ella; si la humanidad continuaría su camino fiándose de los mismos guías o si sus nuevos jefes le harían dar la vuelta para conducirla hacia otras tierras prometidas...


Los asaltantes triunfaban poco a poco. La herejía no era ya solitaria y oculta; ganaba discípulos, se volvía insolente y jactanciosa. La negación no se disfrazaba ya; se ostentaba. La razón no era ya una cordura equilibrada, sino una audacia crítica. Las nociones más comúnmente aceptadas, la del consentimiento universal que probaba a Dios, la de los milagros, se ponían en duda. Se relegaba a lo divino a cielos desconocidos e impenetrables; el hombre y sólo el hombre, se convertía en la medida de todas las cosas; era por sí mismo su razón de ser y su fin. Bastante tiempo habían tenido en sus manos el poder los pastores de los pueblos; habían prometido hacer reinar en la tierra la bondad, la justicia, el amor fraternal; pero no habían cumplido su promesa; en la gran partida en que se jugaba la verdad y la felicidad, habían perdido; y, por tanto, no tenían que hacer sino marcharse. Era menester echarlos si no querían irse de buen grado. Había que destruir, se pensaba, el edificio antiguo, que había abrigado mal a la gran familia humana; y la primera tarea era un trabajo de demolición. La segunda era reconstruir y preparar los cimientos de la ciudad futura.


No menos impresionante, y para evitar la caída en un escepticismo precursor de la muerte, era menester construir una filosofía que renunciara a los sueños metafísicos, siempre engañosos, para estudiar las apariencias que nuestras débiles manos pueden alcanzar y que deben bastar para contentarnos; había que edificar una política sin derecho divino, una religión sin misterio, una moral sin dogmas. Había que obligar a la ciencia a no ser más un simple juego del espíritu, sino decididamente un poder capaz de dominar la naturaleza; por la ciencia, se conquistaría sin duda la felicidad. Reconquistando así el mundo, el hombre se organizaría para su bienestar, para su gloria y para la felicidad del porvenir...


A una civilización fundada sobre la idea de deber, los deberes para con Dios, los deberes para con el príncipe, los "nuevos filósofos" han intentado sustituirla con una civilización fundada en la idea de derecho: los derechos de la conciencia individual, los derechos de la crítica, los derechos de la razón, los derechos del hombre y del ciudadano".


(Paul Hazard, en "La crisis de la conciencia europea", A.U. Madrid, 1988, pp. 10 y 11)


El pensamiento ilustrado, precedido por los conceptos de soberanía y democracia de algunos calvinistas como Altusio en su "Politica metódice digesta" o de algunos ingleses representados tanto por los levellers, niveladores, y por los diggers, cavadores, entre los que destacó Winstanley, así como por otros ingleses como Gay, Godwin y Locke, se realizó en la Revolución francesa y en cuantas revoluciones ideológicamente inspiradas en ésta se sucedieron hasta nuestros actuales tiempos.


La democracia, como sistema de organización social y política construido sobre la separación de poderes, soberanía popular y el sufragio, universal o no, fue la principal aportación de Locke, del calvinismo y de Rousseau, que fue calvinista, y por otra parte la Declaración de Derechos Individuales o Humanos, a cuya elaboración contribuyeron las revoluciones inglesas y norteamericana, Locke, Condorcet, Turgot y, especialmente, los jacobinos que los recogieron en la Constitución del año I, 1793, configuraron el nuevo sistema político, democrático, y sus fundamentos legitimadores, contenidos en la Declaración de derechos: los derechos individuales. Era un ataque frontal contra los sistemas político-religiosos autoritarios o absolutistas y contra sus fundamentos ideológicos: las religiones monoteístas. Y todo su sistema de valores fielmente reflejados en las "bienaventuranzas" y la doctrina cristiana, la Biblia o el Corán.


Bien fuera como reacción contra los valores revolucionarios y como desarrollo de los mismos se formaron dos líneas de pensamiento político: la reaccionaria y la progresista. Si en el mundo luterano, la reacción estuvo impulsada por Hegel, desde el campo católico lo fue por los papas, Pío VI, en primer lugar, y los pensadores católicos, que reproducían en sus escritos las consignas lanzadas por los papas desde sus encíclicas. Paralelamente a esta reacción se fue desarrollando el pensamiento progresista en oposición antagónica a aquél.


Podríamos considerar a Rousseau como uno de los orígenes del pensamiento totalitario, por su concepto de la "voluntad general", y, al mismo tiempo, de la democracia, por su "Contrato social". Actitud que no es necesariamente contradictoria porque una organización democrática del Estado sin estar fundamentada en la Declaración de Derechos Individuales, no sería incompatible con una teocracia en la que el Poder fuera compartido asamblearia o parlamentariamente por príncipes y privilegiados. Podría ser un concilio, un colegio cardenalicio o un parlamento electivo. El nazismo conservó el Reichstag y el recurso al plebiscito y referéndum; el fascismo conservó la Cámara de los fascios y las corporaciones y el recurso al referéndum; el franquismo conservó el Parlamento y el recurso al referéndum...Eso sí, esas cámaras estaban ocupadas por los miembros del partido único. Pero el Parlamento de París, en los comienzos de la revolución estaba ocupado por la aristocracia laica y clerical y por un sector de la burguesía. Pero esto son sólo unos apuntes para una polémica.


Sin embargo, las primeras voces contra los derechos individuales, más que contra las restringidas formas de democracia de las élites, las dieron el papa Pío VI y Burke. Este reivindicó la alianza entre el Altar y el Trono en sus "Reflexiones sobre la revolución en Francia". Más adelante Hegel crearía un sistema filosófico identitariamente totalitario para justificar el nacionalismo, contra los valores universales de la Ilustración, y el totalitarismo, contra la democracia, como integrador del individuo en el Estado total. Y tenemos marcada la línea distintiva del pensamiento reaccionario a lo largo de los siglos XIX y XX. Su culminación serán los totalitarismos nazi y fascista y sus aprendices: las dictaduras militares que se instalaron en otros países europeos.
Esta línea de pensamiento fue impulsada por una larga lista de pensadores laicos, que repetían en sus mensajes las teorías cristianas del pasado y las encíclicas papales: Chateaubriand, Hardenberg, Muller, von Haller, De Bonald, de Maistre, Balmes, Donoso Cortés, Gobineau, Chamberlain, Rosemberg, Spengler...
La línea continuista con las enseñanzas ilustradas y más allá de éstas estuvo impulsada por Saint Simon, Blanqui, Fourier, Owen, Blanc, Bentham, Adams Smith Bakunin, Stiner, Marx y la izquierda hegeliana, Nietzsche...Sorel sería con sus "Reflexiones sobre la violencia" una extraña síntesis convergente de estas dos corrientes.
Porque el siglo XIX estuvo dominado por una idea, cuestionada por Nietzsche, con dos caras, determinismo y violencia. Contra su voluntad, Darwin por sus estudios sobre la selección natural y la selección sexual fue interpretado como una prueba de que el mundo sólo podía ser el de los mejores, los más poderosos. Sería el "darwinismo social", a lo que ha quedado reducido el liberalismo económico. El papa León XIII compartía esta opinión y tal como lo expuso en su encíclica "Rerum novarum". Donde afirmaba que la pobreza, la miseria, es un estado natural. Marx aportó el concepto de lucha de clases como motor de la Historia y una interpretación determinista de la dialéctica hegeliana. El fin de la historia hegeliano se realizaría, en términos marxistas, con la conquista del Poder por el proletariado y la desaparición del Estado. En cualquier caso, selección natural y dinámica de lucha de clases contenían, además de violencia, el determinismo estoico que anulaba la voluntad de decidir de los seres humanos. Por eso Nietzsche se sublevó contra el determinismo invocando la voluntad de poder. Del Poder de cada individuo contra las fuerzas impersonales que tratan de dominarnos.


Hoy día volvemos a estar situados en tiempos de crisis, de transición, en una situación entre estas dos concepciones de la Historia, la teleológica, providencialista y religiosa, y la progresista, materialista e individualista. Hemos llegado a un punto en el que el fin de la Historia no parece ser que vaya a realizarse en términos marxistas sino en términos providencialistas y totalitarios. Es nuestro dilema, o decadencia o revolución. Situados en este escenario y desde múltiples perspectivas, podremos exponer y debatir puntos de vista. Porque la Filosofía no puede vivir, como la teología, al margen de las realidades sociales, políticas, culturales, sexuales...tendrá que emanar no de dios alguno, sino de los seres humanos.


Javier Fisac Seco es historiador, caricaturista político, creador artístico

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