La civilización europea en crisis. Sus orígenes, la Ilustración, y sus enemigos, la Iglesia y las religiones. (II) PDF Imprimir E-mail
Laicismo - Ciencia vs. religión
Escrito por Javer Fisac Seco / UCR   
Domingo, 26 de Enero de 2014 00:00

En el presente artículo me ha parecido necesario reproducir un par de textos. Un texto trata de la Ilustración según el pensamiento católico. Lo he elegido, no sólo por la importancia de su contenido, sino por su enorme interés y claridad, porque en él, desde la perspectiva católica, se distinguen las dos líneas de pensamiento: progresista y clerical reaccionaria. Son los mismos historiadores jesuitas, autores de este texto y de la "Historia de la Iglesia católica, tomo IV, Edad Moderna (1648-1951). La Iglesia en su lucha y relación con el laicismo", publicada por la BAC, escrita en los años cuarenta y publicada en 1951, quienes al rechazar y condenar los valores ilustrados conciben su civilización teológica ideal en contradicción con ellos.

 
En el Capítulo VII (pg. 287 y ss.) de esta "Historia de la Iglesia católica" el padre jesuita Ricardo García Villoslada, S.I. escribe el siguiente documento:


La Ilustración racionalista


I. Concepto y origen
1. Concepto de la Ilustración.


En diversos capítulos de este libro se ha podido ver cómo el jansenismo, el galicanismo, regalismo, febronianismo, josefismo, etc., en formas más o menos directa atacaron a la Iglesia romana, particularmente al primado pontificio. Ahora vamos a examinar otro error mucho más radical, otra corriente más desoladora, que inundó el suelo de Europa en el siglo XVIII y trató de minar los cimientos no sólo de la Iglesia de Roma, sino de todo cristianismo y aún de toda religión revelada. Me refiero al racionalismo, o filosofismo, o enciclopedismo, que modernamente llamamos Ilustración, traduciendo el término alemán de Aufklaerung.


¿Qué es o en qué consiste la Ilustración? Definirla con exactitud no es fácil, como no es fácil perfilar el concepto de Renacimiento, del cual sería, en opinión de algunos, la última fase, el último resultado; tesis que sólo pueden sostener los que no ven en el Renacimiento más que el aspecto laico, naturalista y racionalista, su ala izquierda, por decirlo así.


Como el humanismo es el ambiente cultural del siglo XV, como el romanticismo colorea la cultura, la política y aún la religión de la primera mitad del siglo XIX, así la Ilustración determina el espíritu y caracteriza la cultura del XVIII y la última parte del XVII.


Los ilustrados eran algo así como los intelectuales de aquel tiempo, literatos, científicos, filósofos, que despreciaban la cultura tradicional, escolástica, tildándola de oscurantista, supersticiosa, estrecha, intransigente, y pregonaban una cultura superior más ilustrada, más crítica y filosófica, emancipada de toda cadena dogmática. En el aspecto político eclesiástico, los ilustrados son los progenitores de los liberales del siglo XIX.


De ordinario entendemos por "Ilustración" simplemente la de tipo más o menos racionalista, en concreto la del enciclopedismo. Y de ésta principalmente tratamos aquí. Es un modo de pensar y de obrar que desconoce y niega el orden sobrenatural, se rebela contra toda clase de dogmas y, apoyándose solamente en la razón y en la experiencia, elabora una concepción naturalista y racionalista del mundo y de la vida.


A la antigua fe sustituye la razón, cuya soberanía es absoluta. Dios es suplantado por la Naturaleza; la providencia, por las leyes físicas. Para los ilustrados, la ética o moral es independiente de la religión y aún superior a ella; la religión natural es superior a las que se dicen reveladas. El derecho natural, como fundado en la naturaleza íntegra, tiene valor absoluto. Y el derecho público llega, con Hobbes, a la deificación del Estado.


Así definida la Ilustración, salta a los ojos su carácter antieclesiástico y anticristiano. No es maravilla, pues, que su lema fuese el de Voltaire: Ecrasez l´infame! Aplastad al infame, es decir, a la Iglesia, a la religión revelada.


Pero entendiendo la Ilustración de una manera más amplia, como sinónima de cultura y de "espíritu del siglo XVIII", podemos hablar de una ilustración más o menos católica, de una Ilustración mitigada, que no rompe ni salta las barreras de la fe y la revelación cristiana; que se somete a las doctrinas y a los preceptos de la Iglesia, pero que también se adapta en lo posible al clima del siglo, participa de su menosprecio de la cultura medieval y escolástica, abomina de la Inquisición y de todo fanatismo y promueve las ciencias experimentales más que las especulativas y se ufana de conocer y haber leído los artículos de la Enciclopedia.


Ya se comprende que entre las piadosas y católicas figuras de un Benedicto XIV y de un P. Feijoo –hombres muy de su siglo- y las de un Voltaire y un Diderot se extiende una gama casi infinita de matices, que no siempre es fácil graduar.


Como no todo lo que lleva consigo la Ilustración era reprobable, se explica que aún dentro de la cultura católica se dejasen sentir sus influencias, benéficas unas, peligrosas otras.


2. Consecuencias en el mundo católico.

Que la Ilustración aportó a la cultura y civilización europeas cosas aceptables y buenas, no cabe duda, porque:


a) Fomentó la instrucción primaria, creando escuelas en numerosas aldeas contra el analfabetismo reinante; promovió la cultura general con la fundación de academias ( de la Lengua, de la Historia...), sociedades como la de Amigos del País, etc., y renovó los métodos pedagógicos;


b) Se preocupó del bien público, más que en épocas anteriores, levantando hermosos edificios públicos, caminos, puentes y facilitando el comercio;


c) Favoreció el cultivo de las ciencias naturales, demasiado olvidadas por los escolásticos, lo mismo que las ciencias exactas y no menos las históricas (arqueología, numismática, paleografía, diplomática...); la misma historia eclesiástica es fervorosamente cultivada, si bien descuidando el criterio providencialista, con la nobilísima excepción del gran Bossuet y, si se quiere, de J.B. Vico.


Pero, en general, sus consecuencias fueron perniciosas, a saber:


1) Desarrolló un intelectualismo excesivo, abstracto y seco, de tendencias racionalistas y positivistas, al que no pocas veces seguía un idealismo no menos abstracto y como contrapeso o reacción, un sentimentalismo blando o desmedulado.


2) En el campo católico la teología degeneró; por una parte se desvirtuó, porque trató de racionalizarse, de mundanizarse y secularizarse, poniéndose al servicio de las ideas políticas y religiosas en boga, admitiendo ideas galicanas, febronianas, antiescolásticas, jansenistas..., y en el campo menos católico se llegó a negar el pecado original, la redención, el fin sobrenatural del hombre; por otra parte, la teología escolástica cayó en el mayor desprestigio. ¿De qué sirven -decían- esas cuestiones sutiles, espinosas e insolubles, y qué utilidad reportan para el bienestar de la nación y prosperidad de la economía? ¿No es mucho mejor dedicarse a las ciencias naturales, de provecho positivo en este mundo?


3) La Ilustración trajo un viento de laicismo y de anticlericalismo; muchos ingenuos católicos, haciendo coro a los sectarios, repetían: la religión no es exclusiva de los clérigos; se puede ser buen cristiano en lo interior, sin someterse exteriormente a ciertos preceptos de la Iglesia; no es lo mismo devoción que gazmoñería y tartufismo.


4) Reblandeció y relajó la vida cristiana, substituyendo las virtudes sólidas, la fe, la humildad, la obediencia, la mortificación, por cierto pietismo sentimental y cierto barniz de ilustración; y por al propio tiempo socavó la misma religión individual, proclamando que la fe debe ser ilustrada; que no se debe creer en supersticiones y fábulas, contrarias a la ciencia; que hay que regirse por la razón y que se puede ser sinceramente religioso sin dar tanta importancia al culto externo.


5) Debilitó los vínculos de las Iglesias nacionales con la suprema autoridad de la Santa Sede.


6) Mitigó, es verdad, el fanatismo de los protestantes y los católicos (prácticamente casi desaparece la Inquisición), pero fue para caer en el indiferentismo religioso; fomentó la unión de las Iglesias cristianas, pero con perjuicio de lo esencial católico (matrimonios mixtos, tolerancia de las demás religiones en la católica Austria de José II; en España planea Urquijo la entrada de los judíos, etc.).


7) Poseídos como estaban de una confianza optimista en el progreso indefinido de la humanidad, estos ilustrados quisieron reformar desde el poder todo lo existente, como medieval y obscurantista (universidades, colegios mayores, vida social...hasta el traje nacional con Esquilache) y lo reformaron precipitadamente, destruyendo sin crear, modificando sin atender al carácter nacional o local, a las circunstancias de tiempo, de educación, etc., en forma igualitaria, según las normas esquemáticas y universales de su razón.


Para colmo de males, no tuvo entonces, la Iglesia teólogos de ciencia profunda, adaptada a las circunstancias de la época, ni filósofos católicos de originalidad y altura, ni apologistas geniales e influyentes que propugnaran la auténtica doctrina de la Iglesia, la revelación y los dogmas, e hicieran respetar la perenne filosofía cristiana


3. Orígenes de la Ilustración.

Las primeras fuentes de la Ilustración, de esta gran apostasía del pensamiento y de la cultura de Europa, hay que buscarlas muy arriba en el curso de la Historia.


¿Qué remotas corrientes influyeron en este gran fenómeno para que el antiguo pensamiento filosófico religioso sufriera un cambio tan radical, desviándose hacia el naturalismo y racionalismo, al deísmo o indiferentismo absoluto?


Yo me atrevería a señalar estas cuatro: la revolución protestante, el humanismo naturalista, la corriente científica y la filosofía nueva. ¿Quiere esto decir que los orígenes de la Ilustración se han de buscar solamente en los siglos XV y XVI? De ningún modo. No tengo inconveniente en hacer mía la frase de Renán: El siglo XVI no tuvo ningún mal pensamiento que no lo tuviera antes el siglo XIII. (E. Renán, Averroës et l´averroisme, París 1852, p.183).


Por eso ni si quiera el averroísmo de la Universidad de Padua, ni las tesis más audaces de Marsilio Patavino y Guillermo de Ockham, ni –como quieren muchos- el aristotelismo instalado dentro de la Escolástica y de la Iglesia por Santo Tomás de Aquino, me parecen las fuentes más altas y lejanas de este racionalismo que se emancipa de todo dogma y repudia la revelación.


Antes que el aristotelismo del siglo XIII, aparecen los primeros brotes racionalistas de Abelardo y en el siglo IX la heterodoxia semipanteísta de J. Escoto Eriúgena.


Tendríamos que remontarnos hasta los comienzos de la filosofía si quisiéramos rastrear los más remotos orígenes de ese movimiento ideológico que conduciría a la autonomía de la razón. Esto sería casi ridículo y además inútil.


Contentémonos con determinar sus precedentes inmediatos.


a) Revolución protestante. El protestantismo, aunque parece en los comienzos opuesto a la Ilustración y al filosofismo, como nacido de la experiencia religiosa de Lutero, con todo, al rebelarse contra las supremas autoridades del papa y del emperador, enseñó al hombre a no tolerar yugo alguno, ni de la Iglesia, ni de la tradición, ni del poder civil y político. Lo mismos se diga del calvinismo, que tomó desde el principio carácter más democrático y revolucionaria; basta recordar que, dondequiera que entró, perturbó el orden social con sangrientos tumultos: en Suiza, Francia, Países Bajos, Escocia, Inglaterra.


El protestantismo, en general, al destruir o desvirtuar el sacerdocio, el sacrificio y los sacramentos, secularizó -aún sin saberlo a veces- la religión, y desconsagrada ésta, la puso en manos políticas y laicas. ¿Cómo no había de perecer allí todo elemento sobrenatural? Por otra parte, al proclamar el libre examen, echó los gérmenes del falso misticismo y, sobre todo, del racionalismo; consiguientemente al libre examen retoñaron infinidad de sectas y de dogmas, que explicaban la Biblia a su manera, con lo que se rompió y en algunas partes se pulverizó la unidad religiosa de Europa, dando origen a que en muchos corazones naciera el indiferentismo religioso, que ponía en duda la existencia de una religión revelada y despertaba un anhelo en buscar principios religiosos superiores y comunes a todas las confesiones y a todas las religiones positivas. Y ya tenemos el deísmo, la religión de la Ilustración y del filosofismo.


En los siglos XVII y XVIII, el protestantismo alcanza su máximo poder político, al mismo tiempo que pierde su virtud y esencia religiosa, convirtiéndose en campo apto y abonado para que en él germinen todas las ideas racionalistas. Pronto veremos cómo los países protestantes o influidos por protestantes salen los negadores de toda religión divina, de todo cristianismo.


Sólo se conserva la fe, o mejor, el sentimiento religioso -porque del dogma hacen poco caudal-, en el pietismo, que es una reacción del corazón contra la religión oficial. De ahí los Collegia pietatis de F.J. Spender (1655-1705), los Herrenhüter o Hermanos moravos del conde Zinzendorf (1700-1760), los secuaces del vidente sueco manuel Svedenborg (1688-1772), los cuáqueros del alucinado inglés J. Jorge Fox (1634-1691), trasladados a Norteamérica por Guillermo Penn (1644-1718); los metodistas de Juan Wesley (1703-1791). Estos pietistas son los que salvan al protestantismo de la descomposición total del racionalismo. (Al lado del protestantismo contribuyeron a la corriente revolucionaria, aliándose más de una vez con los enciclopedistas, el jansenismo y el galicanismo; el jansenismo, que degeneró en partido rebelde contra el rey y el papa, y el galicanismo o regalismo, que intentó formar iglesias nacionales cismáticas secularizándolas, cosa que logró en la Revolución francesa con la Constitución civil del clero)


b) Humanismo naturalista. El hombre medieval, como tantas veces se ha repetido, lo veía todo sub specie aeternitatis y se y se veía así mismo incardinado en la Civitas Dei, con una naturaleza caída, pero regenerada y redimida por Cristo y destinada a un fin sobrenatural. El hombre moderno considera a su naturaleza íntegra y buenos sus apetitos, busca su perfección puramente natural en esta vida, se independiza de Dios, se emancipa de la Iglesia y acaba por sacudir toda autoridad religiosa y aún civil.


Esta concepción del hombre va perfilándose y desarrollándose desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII. No hay que confundir Renacimiento con humanismo. No soy de los que piensan que el humanismo fue la causa de la paganización de la vida y del pensamiento, pero sí creo que, abrazado por hombres poco cristianos, puede producir frutos de paganía, y que de hecho hubo humanistas de tipo antieclesiástico, que en alguna manera fueron precursores de los ilustrados dieciochescos.


La Ilustración tiene de común con el humanismo paganizante y laico la adoración de los autores clásicos –en particular de los estoicos-, la valoración de la cultura antigua por encima de la cristiana, el estudio de las ciencias, la animadversión a la filosofía escolástica, la tendencia crítica y naturalista. Podría decirse que es aquella misma corriente sepultada bajo tierra por la mal llamada Contrarreforma, que aflora muy avanzada con los libertinos y librepensadores. El Erasmo del siglo XVIII, con sus críticas mordientes, es el Voltaire, pero sin la fe y la piedad de aquél, sin su adhesión a la Iglesia de Cristo.


El humanismo se mantenía, por lo general, en las formas y en los métodos; la Ilustración va hasta el fondo y ataca no sólo a la teología, sino a toda religión positiva. El humanismo era un movimiento aristocrático, propio de selectos y que trataba de formar hombres selectos, superiores; la Ilustración, un movimiento más democrático, se dirige al hombre medio, al bon bourgeois. Si el humanismo rinde culto al hombre ideal, o mejor, al vir perfectus, la Ilustración al homo, al hombre abstracto, y mejor, a l´humanité. El humanismo a lo largo de los siglos se ha transformado en el humanitarismo, trocando su sentido pacifista por una vaga fraternidad universal.


c) Corriente científica. La ciencia nueva (física, matemática, astronomía, química...), harto descuidada hasta entonces, cobra vuelos con el Renacimiento y va influyendo cada día más en la mentalidad del hombre moderno. Los métodos empíricos y el estudio directo de la naturaleza liberan al hombre del argumento de autoridad, del magister dixit, y de la tradición. Al descubrir las leyes naturales, contrarias tal vez a las explicaciones de algunos teólogos, y al plantearse nuevos problemas científicos, relacionados con el dogma, los modernos sabios dictaminan, con demasiada precipitación, que la ciencia se opone a la fe. Las mismas exploraciones geográficas y astronómicas les hacen ver las cosas de otro modo que el tradicional.


Si exceptuamos algunos de ellos, que a la vez son altísimos filósofos, v.gr., Descartes y Leibniz, los demás renuncian a buscar los primeros principios y se atienen a la experiencia, madre de la ciencia.


Para Leonardo de Vinci (1452-1519), el mundo no es más que un conjunto de fenómenos, unidos por relaciones necesarias, que las matemáticas pueden traducir en números; pero ese mundo tiene un alma; por eso, más que una máquina, es un animal viviente. En el empeño de estudiar y clasificar esos fenómenos, triunfan las ciencias matemáticas y naturales.


Esos sabios llegan a formular algunas de las leyes que rigen el cosmos y dan explicación natural a muchos fenómenos hasta entonces misteriosos, descubren nuevas fuerzas de la naturaleza y revelan sus secretos. Los grandes científicos siguen siendo profundamente religiosos, porque o son católicos, como N. Copérnico (1473-1543), Galileo (1564-1642), Pascal (1623-1666), Laplace (1749-1827), o protestantes de sincero cristianismo, como Kepler (1571-1630), C. Huygens (1629-1695), Newton (1642-1727), Linneo (1707-1778). Otros, en cambio, se imaginan poseer la clave de todos los enigmas del mundo y no admiten más que un juego de fuerzas ciegas y necesarias, sin fe en los milagros ni en la providencia divina.


Este mecanismo, aún en su forma más mitigada, va creando una forma mentis, un modo de ver las cosas matemático, positivista, materialista, y engendra l´esprit de geometrie, espíritu geométrico, que se traslada luego a las mismas ciencias morales. ¿No decía Montesquieu en el preámbulo del Espíritu de las leyes que, puesto un principio, veía todos los casos particulares o deducía la historia de todos los pueblos, como Newton, puesta su ley de gravitación, la aplicaba a todas las cosas del cielo y de la tierra.?


d) Nueva filosofía. La nueva filosofía, que se forma a raíz del Renacimiento con independencia de la Escolástica y en oposición a ella, admite dosis más o menos grandes de racionalismo y entra a formar parte sustancial de la Ilustración, que por algo se denomina también filosofismo. Atacando a la Escolástica, que era la ancilla y como la base racional y científica de la teología, deja a ésta muy desamparada y en situación precaria.


Suele datarse del Discours de la methode (1637) el conocimiento de esta filosofía nueva. Sin embargo, brotes de filosofía heterodoxa en muy diversas direcciones apuntan mucho antes. Sin remontarnos hasta Nicolás d´Autrecourt (muerto en 1340), llamado el Hume de la Edad Media, encontraríamos tendencias racionalistas en los aristotélico-averroístas, que, como Popmponazzi, admiten que un dogma religioso puede ser falso ante la razón, aunque sea verdadero a los ojos de la fe.


Otros filósofos, influidos también por el Renacimiento, aunque católicos, se acercan al escepticismo y agnosticismo en las verdades naturales, salvando por su parte, las verdades dogmáticas con la certeza de la fe; pero de un agnosticismo se pasa pronto al otro. Tales son Miguel de Montaigne (1533-1592), Pedro Charron (1541-1603), Francisco Sánchez (1562-1632), de los cuales los dos primeros, insinuando así su especie de naturalismo.


Nada digamos de Miguel Servet (1511-1553), Bernardino Telesio (1508-1588) y Giordano Bruno (1548-1600), que caen en el panteísmo.


Añádase los que en Francia llamaban libertinos (libertins, beaux esprits, d´esprits forts), menos metafísicos, menos filósofos que los anteriores, a veces simplemente epicúreos con matices estoicos, aunque de costumbres corrompidas, que profesaban públicamente la incredulidad y se portaban como blasfemos descarados, negando la divinidad de Jesucristo y burlándose de los misterios y de los milagros.


Propiamente, los padres de la filosofía nueva son F. Bacon de Verulam en Inglaterra, R. Descartes en Francia y Baruch Spinoza en Holanda. Bacon (1561-1626) inicia el empirismo y echa los cimientos del naturalismo y deísmo; de la parte de la filosofía inglesa, empirista, sensualista y escética, que, pasando por Locke (1632-1704), Hume (1711-1776) y Berkeley (1685-1753), llegará al escepticismo idealista del alemán M. Kant (1724-1804). El católico Descartes (1596-1650) inicia con su duda metódica el racionalismo, sin quererlo, cuya doctrina desembocará lógicamente en el panteísmo de Spinoza y en idealismo kantiano. Baruch Espinoza (1632-1677), judío holandés, originario de Portugal (Benito de Espinosa), pone los fundamentos de la exégesis bíblica racionalista; soñó en fundir las religiones cristiana y judía en una especie de sincretismo moral y para eso sometió la Biblia a la crítica audaz y demoledora, acabando por negar la autoridad de los libros sagrados.


El filósofo T. Hobbes (1588-1679) y los jurisconsultos J. Bodin (1530-1596), Hugo van Groot (Grocio, 1583-1645), Samuel Puffendorf (1632-1694) y C. Thomasius (1655-1728) fundaron un derecho natural y político independientes de la revelación y del dogma y una moral autónoma y naturalista, separada de la teología.


Bajo el influjo de esta filosofía de la Ilustración se forma una teología, que entre los protestantes casi acabó con el principio luterano de la sola fides, porque iba imbuida del principio racionalista de la sola ratio. Ejemplo, C. Wolf (1679-1754), principal discípulo de Leibniz y profesor de filosofía de Halle, quien, con ser de ideas moderadas, llegó a decir que la moral de Confucio es superior a la de Cristo.


Como la moral y el derecho político, así se crea una religión naturalista e independiente de trabas dogmáticas, una religión fundada no en la revelación divina, sino en la razón y en la naturaleza: el deísmo, que admite la existencia de Dios y niega su providencia; admite el alma libre e inmortal, pero no los premios y castigos eternos; nada de dogmas positivos; sólo lo que dicta la razón. Todas las religiones –dicen Jung y Locke- tienen una parte de verdad; todas, por lo tanto se han de tolerar; cada cual debe afiliarse a alguna; so prohíbe el ateísmo. La religión interior –dirá Rousseau- es libre para todos; la civil o externa es obligatoria, pero sólo consiste en ciertos principios, como la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la justicia conmutativa.


Cundieron estas ideas en Inglaterra, acaso porque allí se habían refugiado muchos socinianos en el siglo XVII; y como la irreligiosidad iba ganando terreno desde los tiempos del dictador O. Cromwell, se formó antes que en otras partes una literatura deísta, que no sólo cree en Dios, sino que conserva ciertos elementos cristianos, v.gr., la Sagrada Escritura; es un cristianismo racionalista, sin sabia sobrenatural, que en el siglo XVIII se transformará en un filosofismo como el de Francia y Alemania.


Páginas más adelante, el texto continúa y se refiere a la Enciclopedia en los siguientes términos:


"...la Enciclopedia tiene, en general, un espíritu de supresión de todo lo absoluto, de abolición de todo lo sobrenatural, de negación de todo milagro, de todo misterio, de toda metafísica, no impugnando directamente las ideas cristianas, a fin de no ser prohibida, pero sí insinuando las contrarias, demostrando las verdades religiosas de un modo insuficiente o ridículo, poniendo objeciones sin refutarlas debidamente y defendiendo la tolerancia, la libertad de pensamiento, de prensa, etc.


Tiráronse 30.000 ejemplares y se tradujo a varios idiomas. Fue condenada por la Iglesia en 1758 y 1759.


Si la Revolución francesa debe a Rousseau su pensamiento político y social, a los más avanzados enciclopedistas les tomó su racionalismo ateo.


La Enciclopedia contribuyó a dar cohesión y conciencia de su poder a los ilustrados y filósofos de Europa y al mismo tiempo desató una oleada de errores y negaciones que llegan al más absoluto radicalismo. El deísmo de Voltaire les parecía un atraso, un gesto casi reaccionario. ¿Voltaire? "Il est bigot, c´est un déiste", oyó decir a algunos enciclopedistas el inglés Walpole. Para ellos Dios era una palabra sin sentido; el alma, una quimera; la religión, una farsa, el destino ultraterreno, un absurdo; sólo había una cosa verdadera, subsistente y divina: la sensación, el placer.


Y con estas ideas pensaban que eran los heraldos de una época de la felicidad para el género humano, la época de la Ilustración, la época de la libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad. Llenábaseles la boca de estas grandes palabras y hablaban con ingenuidad de niños, con ilusión de soñadores. ¿No es ese idealismo falso y utópico la característica de todas las revoluciones? Condorcet, por ejemplo, exclamaba en el libro X de su Historia del progreso humano : "Llegará un momento en que el Sol no alumbrará sino a hombres libres sobre la tierra, hombres que no reconocerán otro señor y maestro que la Razón, y en que los tiranos y en los esclavos, los sacerdotes y sus estúpidos e hipócritas instrumentos no existirán más que en la historia y en los teatros".

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Continuará


Javier Fisac Seco es historiador, caricaturista político, creador artístico

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