Dios como disculpa Imprimir
Laicismo - Crítica a la religión
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Domingo, 21 de Noviembre de 2010 06:58

 

      Está muy atribulado el antiguamente joven nazi Joseph Ratzinger y actual papa de la Iglesia romana con el apodo de Benedicto XVI. Así lo declaró en la audiencia general concedida a sus secuaces el día 17. Le causa honda pena que en Pakistán no se conceda plena libertad a los cristianos, y la ha reclamado exigentemente. Es cierto que repugna a la conciencia de cualquier persona civilizada saber que se ha condenado a muerte a Asia Bibi por ser cristiana, en ese país de religión musulmana, con solamente un tres por ciento de cristianos de varias confesiones. Pero no es menos cierto que el obispo de Roma no puede pedir libertades, cuando la secta que dirige con poderes dictatoriales ha negado a lo largo de su historia todas las libertades, condenando a muerte a quienes disentían de sus dogmas.   Ratzinger debiera sentir vergüenza por regir a la secta más criminal de la historia de la humanidad, y no atreverse a reclamar a ningún Estado lo que sistemáticamente negaron sus predecesores. Es lógico que los musulmanes detesten a los cristianos, organizadores de las cruzadas para exterminarlos. Sin duda es una barbaridad matar a una muchacha por ser cristiana, pero los musulmanes se limitan a imitar lo que les hizo la Iglesia romana a ellos por seguir otra creencia religiosa.

 


   La doctrina secular de la Iglesia catolicorromana defiende el poder absoluto del obispo de Roma, considerado el vicario de Cristo en la Tierra. Opina que su religión es la única verdadera, y en consecuencia predica la abolición de todas las demás. Ni siquiera tolera la discrepancia de los cristianos que no aceptan sus dogmas, al encontrarlos en desacuerdo con la predicación de Cristo. La historia de la Iglesia romana es una sucesión de crímenes cometidos con la intención de matar al cuerpo para salvar el alma, tomando a Dios como disculpa de sus aberraciones.


    Ratzinger leyó su declaración, porque los curiales no le permiten improvisar los discursos, dadas las habituales meteduras de pata que ha sufrido. Fue indignante escucharle decir: “Rezo por cuantos se encuentran en situaciones análogas, para que también su dignidad humana y sus derechos fundamentales sean plenamente respetados.” Los sicarios de la Iglesia romana se han dedicado a negar los derechos fundamentales de los seres humanos, matando por los métodos más crueles a quienes juzgaban herejes o cismáticos, a menudo después de torturarlos salvajemente. Y cuando Ratzinger pertenecía a las Juventudes Hitlerianas seguro que tampoco sentía respeto por los derechos fundamentales de sus adversarios. Los catolicorromanos y los nazis coinciden en su odio hacia los judíos, a los que han tratado de eliminar de la Tierra con los progromos y los campos de exterminio.


   Me gusta repetir una consideración muy exacta escrita por Anatole France: “La Iglesia romana se queja de estar perseguida cuando no puede perseguir a los demás.” Así es. Ahora se ha reducido su poder, y ya no está en condiciones de ordenar cruzadas ni progromos ni hogueras inquisitoriales. Su desprestigio es tan inmenso que ninguna persona culta acepta en la actualidad su doctrina. Por eso el Vaticano sigue condenando la investigación científica y el desarrollo de las ciencias, puesto que su fuerza reside en el oscurantismo ignorante de las sociedades.


   Las personas civilizadas conocemos su historia, y nos repele esa institución enemiga del género humano. Los obispos de Roma promulgan sus leyes en las llamadas encíclicas, que al estar publicadas pueden ser leídas por cualquier interesado en conocer la ideología de la Iglesia romana, sin relación alguna con la predicación de Jesucristo.


   Consultemos una de ellas, Mirari vos, promulgada el 15 de agosto de 1832 por el llamado Gregorio XVI, dieciocho meses después de su elección. Vivió en una época conflictiva, porque los ciudadanos de sus Estados Pontificios no aceptaban su reinado absolutista (en España reinaba entonces el indeseable Fernando VII). Para doblegar a los revolucionarios este italiano renegado pidió ayuda a Austria, que envió un ejército a sostener su trono, con los métodos represivos habituales en unas fuerzas de ocupación (en España fueron los cien mil soldados llamados hijos de san Luis, por carecer de padre reconocido, los que sostuvieron el trono de Fernando VII). Los tiranos buscan el auxilio de potencias extranjeras para doblegar a sus vasallos. He aquí la traducción de algunas ideas expuestas en la encíclica: 

   10. De la cenagosa fuente del indiferentismo [religioso] mana esa absurda y errónea opinión o, por mejor decir, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre camino, escudado en la inmoderada libertad de opinión que se extiende cada día más por todas partes, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil […]


   11. También debemos tratar aquí sobre la libertad de imprenta

 

, nunca suficientemente condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a luz pública toda clase de escritos […]
   13. Al saber  nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas teorías que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los reyes, con lo que encienden por doquier la antorcha de la rebelión, exhortamos a trabajar para que los pueblos no se aparten del camino del bien. Sepan todos que, como dice el apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas por el mismo Dios. […]


   16. Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y las naciones, si se cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado, y que se rompa la concordia entre el sacerdocio y el poder civil.

 

   La libertad era una locura para este papa felón, defensor a ultranza de la alianza entre el altar y el trono, entonces unidos aún en su persona de papa rey de los Estados Pontificios, con capital en Roma. Las personas cultas de toda Europa protestaron por la doctrina sustentada en el escrito, adecuada para la época medieval, pero inaceptable en una era racionalista. De toda Europa, excepto de España, naturalmente, en donde todavía le quedaban trece meses de vida al tiránico Fernando VII, el rey neto que dio a sus vasallos las cadenas reclamadas por algunos. Los reyes catolicorromanos tenían en el obispo de Roma al inspirador del absolutismo, lo que les facultaba para privar de libertad a sus vasallos y matar a los disidentes.


   Esta encíclica es una de las muchísimas existentes, con la doctrina romana tradicional sobre la negación de todas las libertades a los seres humanos. Por eso, es intolerable que el actual obispo de Roma tenga la desvergüenza de reclamar ahora lo que todos sus predecesores han prohibido. Aunque la condena a muerte de Asia Bibi por blasfemia sea una monstruosidad, que eso es indiscutible, Ratzinger es el menos indicado para criticar la sentencia, puesto que preside la institución más fanáticamente criminal que ha existido en toda la historia humana.

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Arturio del Villar es Prersidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio