La extrema derecha a la conquista de Alemania PDF Imprimir E-mail
Imperio - Unión Europea
Escrito por Miguel Urbán   
Viernes, 16 de Septiembre de 2016 05:54

Es muy posible que nos pueda sonar el nombre de Alternativa para Alemania (AfD) por unas declaraciones de su principal portavoz, Frauke Petry, en las que incitó al odio y la violencia defendiendo que “los agentes deben usar armas de fuego si es necesario para impedir que los refugiados crucen las fronteras de forma ilegal. Este partido consiguió el domingo pasado un histórico segundo puesto en las elecciones del Estado federado alemán de Mecklemburgo-Pomerania Occidental.

La formación ultraderechista consiguió el 21,2% de los votos frente al 19,3% de los conservadores de la CDU. Por delante, quedaron los socialdemócratas del SPD, con un 30,4%. De esta forma, las elecciones en Mecklemburgo-Pomerania Occidental dibujan un nuevo e inquietante mapa político en el que todas las principales formaciones a excepción de AfD han retrocedido. 

Hablamos de un resultado histórico al ser la primera vez que, desde la II Guerra Mundial, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), presidida por la canciller Angela Merkel y hasta ahora “único” partido de la derecha alemana, ha sido superada en unas elecciones por otro partido de su mismo espectro político. Una situación que adquiere tintes preocupantes tanto por las condiciones en las que se ha producido, como por lo que significa respecto al futuro inmediato del país con más peso de la UE en las elecciones generales del próximo año.

La pregunta que nos hacemos es: ¿Quiénes son Alternativa para Alemania? Alternativa para Alemania se funda en 2013 como reacción a la política de rescates financieros de la UE de la mano de académicos, juristas, economistas, autónomos y representantes del mundo empresarial, enarbolando la bandera de la salida del euro y la vuelta al marco. Desde sus inicios el partido se ha visto inmerso en un laberinto de disputas internas con unos resultados iniciales que le impidieron superar el umbral necesario para entrar en el Bundestag, por ello se precipitó una ruptura entre su núcleo fundacional que cristalizó en un importante cambio de rumbo hacia una acelerada radicalización antimigración. De esta forma, al amparo de la mal llamada “crisis de los refugiados”, el nuevo equipo dirigente de AfD aprovechó el vacío político que existía en Alemania para construir una opción de impugnación con carácter ultrarracista y xenófobo y que en el resto de Europa ocupan partidos como el FPO austriaco o el Frente Nacional francés; todos ellos provienen de una crisis de los partidos que tradicionalmente han ostentado el poder desde la II Guerra Mundial, una crisis que podemos considerar europea y no simplemente el síntoma particular de un país o estado concreto. Es decir, se está produciendo un desplazamiento de los espacios políticos hacia fuerzas que hasta ahora se situaban en los márgenes de un “extremo centro” (la gran coalición socialdemócrata y conservadora que gobierna la UE) y, lamentablemente, suele desviarse más hacia la derecha.

Las diferentes respuestas ante el fenómeno migratorio y, más concretamente, ante la crisis humanitaria que sufren las y los refugiados, conforman sin duda hoy una de las brechas complementarias y constituyentes de polarizaciones políticas en Europa. Una gestión de las migraciones que en la práctica se está traduciendo principalmente en la muerte de miles de personas y un cierre y militarización de fronteras, así como la violación sistemática del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, consecuencia directa del orden que imponen las políticas de austeridad social. Porque más allá de los recortes sociales y privatizaciones concretas, la austeridad es, como afirma el economista Isidro López, la “imposición" para un 80% de la población europea de un férreo imaginario de escasez, un “no hay suficiente para todos" que abre la puerta al “entonces algunos sobran”.

La escasez como motor de los mecanismos de exclusión. Aquel fenómeno que Jürgen Habermas definió como “chovinismo del bienestar”, y donde se cruzan las tensiones siempre latentes entre el estatuto de ciudadanía y la identidad nacional. Situaciones en las que el malestar social y la polarización política se canalizan a través de su eslabón más débil --la y el migrante, el extranjero o simplemente el "otro"-- eximiendo así a las élites políticas y económicas responsables reales del expolio.

En Alemania, durante décadas, diversos estudios han mostrado que existe una proporción preocupante de alrededor de una quinta parte de antisemitas y una cuarta parte de la población abiertamente racista. Algunas de estas personas se han unido a organizaciones de extrema derecha, otros simpatizan con los partidos de derecha, pero la mayoría de ellos no participan en una actividad política en su vida diaria, porque no se ven a sí mismos como extrema derecha y rechazan esa etiqueta. Por esto, hoy en día, a este grupo le gusta llamarse "ciudadanos preocupados". Para este electorado ha sido difícil, a veces, encontrar un espacio político antes del surgimiento de AfD, a pesar de que existían partidos abiertamente neonazis como el NPD o DVU que no conseguían superar el umbral para entrar en el Bundestag y que solo rascaban alguna representación en Estados del este de Alemania, viendo cortada su progresión electoral desde el surgimiento de AfD. El caso de las últimas elecciones es un magnífico ejemplo de ello. Aunque las encuestas demuestran que AfD consigue robar votos de todos los partidos, sobre todo de la abstención, el partido que más sufre el surgimiento de AfD son los neonazis del NPD que pierden su representación en el Parlamento del Estado federal de Mecklemburgo-Pomerania Occidental.

De esta forma, de la mano de Frauke Petry y Jörg Meuthen, AfD evolucionó de un partido euroescéptico (no ha dejado de serlo)  hacia una formación nacional-populista con un claro matiz racista, xenófobo e islamófobo. Dejando en un segundo plano las reivindicaciones económicas que inspiraron su fundación para dedicar sus esfuerzos a arremeter contra las políticas de asilo del Gobierno y sobre todo a combatir a su nuevo enemigo de cabecera: la presencia del islam en Alemania. AfD ha recogido el testigo, en el plano electoral, de la plataforma de extrema derecha Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA), un movimiento islamófobo que lleva varios años convocando protestas contra la migración en diferentes ciudades, fundamentalmente del Este de Alemania en donde AfD justamente obtiene sus mejores resultados electorales. Es también en el Este, especialmente en Sajonia, donde han aumentado los ataques incendiarios contra viviendas de personas migrantes y agresiones racistas, y que –junto con el auge de AfD-- están creando el caldo de cultivo perfecto para una caza racista al migrante  y al refugiado.

“Nunca en la historia de la República Federal de Alemania había habido tantas agresiones racistas”, es la conclusión de Selmin Çalikan, secretaria general de la filial alemana de Amnistía Internacional (AI), en la presentación del informe Vivir en la inseguridad: cómo Alemania deja a su suerte a las víctimas de la violencia racista. Informe que recoge datos de agresiones recolectados por el Gobierno y varias ONG. Así las propias estadísticas del Ministerio del Interior recogen que los ataques a centros de refugiados han pasado de 63 en 2013 a 1.031 en 2015; las agresiones violentas provocadas por prejuicios raciales casi se duplicaron en 2015 al llegar a las 980. El propio informe de de Amnistía también acusa al Estado alemán de “racismo institucional”, por fomentar un trato desigual a las víctimas en función de su color de piel.

En este sentido, quizás sea la islamofobia uno de los elementos que ha adquirido más protagonismo en los últimos años en la estigmatización de migrantes y refugiados. Así lo afirman  Patrick Haenni y Stephane Lathion, en su obra, Los minaretes de la discordia: “Tras el fin de la guerra fría, hemos podido observar la emergencia de una corriente intelectual articulada en torno a una crítica al islam(ismo) que ha venido a suceder al anticomunismo. La desaparición de la URSS y la desfiguración del enemigo han generado la necesidad de formular una nueva simetría. Una simetría que permita a la vez determinar las referencias con las que expresar los elementos que definen Occidente, así como crear un marco de reconversión de los actores que encarnan la amenaza.” (…) Se trata de un relato de la confrontación entre islam y Occidente”.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la “guerra global” contra el terrorismo fueron el detonante de que la islamofobia fuera ganando terreno más allá de la extrema derecha y permeara el conjunto del arco político de los principales partidos europeos. Esto ha posibilitado que a la supuesta preservación de la identidad cultural particular de cada nación o Estado (eje de movilización tradicional de la derecha radical) se sumara una reivindicación de conservación de lo europeo u occidental frente a lo que han titulado “la amenaza islámica”. El propio primer ministro húngaro, Viktor Orbán, uno de los primeros jefes de Estado en levantar vallas y aplicar medidas restrictivas ante la llegada de refugiados, escribía en el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung: “La mayoría de ellos [refugiados] no son cristianos, sino musulmanes. Eso es importante, porque Europa y la identidad europea tienen sus raíces en el cristianismo. ¿No es ya preocupante que el cristianismo europeo apenas pueda conseguir que Europa siga siendo cristiana? Si perdemos eso de vista, la idea de Europa podría ser sólo de interés para una minoría en su propio continente”. También el presidente de la República Checa, Miloš Zeman, llegó a afirmar en su discurso de Navidad que los refugiados que llegan al continente europeo huyendo de la guerra y la pobreza de países como Siria o Irak están llevando a cabo una "invasión organizada". "A veces me siento como Casandra, que advierte en contra de la entrada de un caballo de Troya en la ciudad", afirmó el presidente checo. Y en los últimos días cuando la canciller alemana, Angela Merkel, solicitó a los socialcristianos de la CSU, partido hermano de los democristianos de la canciller, una imagen de unidad frente a la gestión de la crisis humanitaria para no dar armas a los populismos xenófobos, se encontró con un documento en el que se destacaba, junto a otras medidas que pretenden endurecer las normas sobre refugiados e inmigrantes que llegan a Alemania, la propuesta de favorecer la llegada de inmigrantes “de nuestro círculo cultural cristiano-occidental”.

De esta forma, se trata de preservar e imponer un confuso universalismo occidental, supuestamente garante de libertades y derechos individuales frente al “totalitarismo islámico”. Esto permite a la derecha radical disponer de una coartada ideológica y de un discurso político agregador que condiciona la agenda política institucional para, entre otras cosas, perseguir el velo islámico, prohibir la construcción de mezquitas o minaretes y oponerse a la entrada de Turquía en la UE. Uno de los últimos casos es la prohibición del burkini en ciudades costeras del sur de Francia como Niza, que ya en su día intentaron aplicar un toque de queda ante la mendicidad en sus calles. Un intento más de controlar el espacio público por parte del poder político y eliminar libertades y derechos fundamentales, comenzando por las poblaciones más vulnerables. 

Como escribe la profesora Ángeles Ramírez, “es fundamental recordar que el veto al burkini, como antes pasó con el hiyab y el niqab, se inscribe en una larga lista de restricciones de derechos a las personas musulmanas en Europa, a través de la regulación del cuerpo de las mujeres, con el fin de disciplinar a poblaciones que son identificadas por el discurso dominante como diferenciadas de la “nacional” e “intrusas”, independientemente de su nacionalidad. Pero además son socialmente menos favorecidas y, por tanto, más sensibles a la discriminación y al racismo. Son las “clases peligrosas”.

El partido AfD ha conseguido recoger el testigo antimigración e islamofóbico de la ultraderecha europea en Alemania con propuestas como las de prohibir por ley la construcción de minaretes, la llamada de los muecines, el uso público del burka y hasta el sacrificio ritual de animales, que no solo afectaría a la comunidad musulmana sino también a la judía. En este contexto, se enmarcan declaraciones de dirigentes como la eurodiputada y vicepresidenta del partido, Beatrix von Storch, que afirmaba que “el islam es incompatible con la Constitución alemana”. “El islam no es una religión como la cristiana, sino que siempre está ligada a la toma del Estado. Por eso es un peligro la islamización de Alemania”, declaró el líder de AfD en Brandeburgo, Alexander Gauland. Incluso, en el Parlamento del land de Turingia, durante un debate sobre educación, una diputada de AfD entró vestida con burka para defender su prohibición así como la del pañuelo islámico en las escuelas, por considerarlos símbolos que implican una presencia excesiva del islam en la vida pública.

Así, con apenas tres años de vida, AfD ha conseguido, con un marcado discurso euroescéptico e islamófobo, obtener representación en la mitad de los dieciséis parlamentos regionales del país. En marzo, obtuvo el 24% de los votos en Sajonia- Anhalt, pasando a ser el segundo partido en la Cámara del Estado federado. También cosechó casi el 15% en la región sur de Baden-Wurtemberg y más del 12% en Renania-Palatinado. Las últimas encuestas aseguran que AfD obtendría un 12% de los votos en las elecciones generales del año que viene. De este modo, AfD se puede convertir en la tercera fuerza en el Bundestag, conformando un gran bloque a la derecha de los democristianos de la CDU, un hecho insólito en Alemania desde la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de que la región de Mecklemburgo-Pomerania Occidental no ha visto la llegada de muchos refugiados, a diferencia de otras partes de Alemania, la retórica antimigración de AfD ha calado hondo. Tanto que ha conseguido asestar un duro golpe a Merkel en su propia circunscripción electoral, todo un símbolo de lo que hasta hace poco parecía imposible de pensar: Merkel no es intocable. Pero el resultado de las elecciones regionales no es extrapolable a las generales. En la CDU no hay nadie con capacidad de disputar el liderazgo a Merkel y la socialdemocracia sigue sin tener una figura a su altura que haga pensar en una alternativa real en la cancillería. No obstante, el desgaste que Merkel ha sufrido puede acentuarse hasta las elecciones generales del próximo otoño. Un desgaste que se expresa por su derecha con el ascenso de AfD y no por su izquierda, con un partido socialdemócrata maniatado por la gran coalición de gobierno, unos verdes en caída libre y una izquierda, Die Linke, que a pesar de la renovación de sus liderazgos no termina de encontrar su espacio político y aglutinar el descontento social. Los temores ante las políticas de austeridad y la generalización de una inseguridad vital que fomenta  la desesperanza son, por el momento, un caldo de cultivo perfecto para el populismo de ultraderecha xenófoba de AfD.

En un tiempo récord, la extrema derecha alemana representada por AfD ha conseguido no solo conquistar un espacio político propio al margen de la CDU, sino que también se ha convertido ante una parte de la opinión pública en la principal fuerza de oposición a Merkel. Las próximas elecciones presidenciales de Austria este mes, después de que se invalidaran las anteriores, en donde puede ganar por primera vez un candidato de la extrema derecha, así como las presidenciales francesas y las legislativas alemanas en 2017 pueden reforzar el clima de polarizaciones hacia la derecha generando una situación en donde los monstruos del pasado recobran fuerza nuestro presente.

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Fuente: CTXT