Dajla nos recibe con los brazos abiertos y, sin tiempo para preverlo, inunda todos los sentidos. La vista se llena de inmensidad amarillo-anaranjado cortando un firmamento que, de noche, nos regala brillos celestiales que parecerían imposibles. El oído es aposento del “zaghareet”, grito con el que las mujeres saharauis muestran su alegría. El té, sinónimo de encuentro, concordia, charla y esparcimiento colma nuestro gusto. Las manos rozan la henna, acarician la delicadeza de las telas de las melhfas o sufren el ataque sin piedad de la arena que arrastra el implacable siroco. Y el olfato……..sí, el olfato es el recuerdo del olor del pelo ensortijado que adorna la cabeza de la pequeña Munina, nieta de saharaui nacido en el Sahara Occidental, hija de refugiados saharauis, ella misma refugiada saharaui. Pero hay otro sentido, ese que llaman sexto, entroncado con aquello que intuimos, y que me habla de resistencia, de fortaleza, de entereza, de agradecimiento, de hospitalidad, de humanidad, de dignidad.