7 millones de minas contra los saharauis PDF Imprimir E-mail
Imperio - Sahara Occidental / Marruecos
Escrito por Alejandro Torrús   
Jueves, 08 de Mayo de 2014 00:00

Ahmed Salem perdió su pierna derecha cuando buscaba sus camellos subido en un coche en 1988./ Alejandro Torrús

DJALA (CAMPAMENTO DE REFUGIADOS EN TINDUF, ARGELIA).– En el año 1991 el Frente Polisario y Marruecos firmaron un alto al fuego a una guerra que comenzó en 1975 cuando Marruecos ocupó ilegalmente los territorios del Sahara Occidental. En ese momento terminó la guerra oficialmente pero no llegó la paz. Tampoco cesó de derramarse sangre.

 

Cada año decenas de saharauis sufren amputaciones, si no mueren, por culpa de en torno a siete millones de minas que hay sembradas alrededor del “muro de la vergüenza”, es decir, la barrera de cerca de 2.700 kilómetros de longitud que Marruecos construyó en la década de los 80 para partir en dos el territorio saharaui y defender las posiciones de su ocupación.

Este año el número de víctimas mortales asciende ya a ocho. La última fue el pasado mes de abril. Se trataba de un joven saharaui de 29 años, Ahmeitu Mahmud, que en el momento de la explosión cuidaba de una manada de camellos. “La mayoría de las víctimas son pastores de camellos y camioneros que siguen su ruta habitual. Las minas están colocadas en zonas con vegetación donde los camellos acuden y los pastores tienen que arriesgarse para recogerlos”, explica a cuartopoder.es Daha Gulani, portavoz de la Asociación Saharaui de Víctimas de Minas (ASAVIM) y víctima de una mina antipersona en 1994, quien atiende a este medio en el marco de la celebración del Fisahara, Festival Internacional de Cine del Sahara.

Daha Gulani, portavoz de la Asociación Saharaui de Víctimas de Minas, perdió su mano derecha en 1994./ Alejandro TorrúsDaha Gulani, portavoz de la Asociación Saharaui de Víctimas de Minas, perdió su mano derecha en 1994.

Gulani perdió su mano derecha cuando encabezaba una expedición de 16 civiles para la desactivación de minas. Él, como ingeniero militar (estudió en Bosnia Herzegovina), era el primero en manipular el artefacto. Durante 17 días esta expedición consiguió desactivar cerca de 600 minas, asegura este hombre de 55 años, hasta que una de ellas explotó en las manos de Gulani arrancándole para siempre su mano derecha. “No escuché ningún pitido ni nada. Perdí el conocimiento y lo recuperé cuando me encontraba ya a 200 metros del lugar donde había explotado”, relata Gulani, que no fue el primero ni será el último en perder un miembro de su cuerpo mientras desactiva alguna de las alrededor de siete millones de minas que hay a ambos lados del muro.

Las minas fueron colocadas, en su mayoría, por Marruecos en un radio de 20 o 25 kilómetros alrededor del muro ante la facilidad con la que el Frente Polisario atravesaba la segunda barrera de construcción humana más grande del mundo durante la guerra de liberación nacional saharaui. No obstante, también hay minas del Frente Polisario. En 1991, con la firma del alto al fuego, el Frente Polisario entregó a la ONU su mapa de minas. Marruecos, insisten desde ASAVIM, nunca lo hizo. “Otro gran problema es que las minas se mueven con el viento”, señala Gulani.

A lo largo de los dos lados de este “muro de la vergüenza”, como lo conoce la población saharaui, hay, aproximadamente, siete millones de minas de tipos muy diversos, aunque en su mayoría se trata de minas antipersona, anticarro, las italianas VS-50 y las minas saltadoras, que tras ser activadas saltan a media altura para explotar cerca del estómago de la víctima.

Así, Ahmed Salem, de 57 años, perdió su pierna derecha el 16 de septiembre de 1988 a causa de una mina anticarro, cuando tenía 31 años. Salem Atiende a cuartopoder.es en su jaima del campamento de refugiados saharauis en Dajla en Tinduf (Argelia). “Estaba buscando a mis camellos a una distancia de 30 kilómetros del muro cuando explotó una mina que partió el coche por la mitad”, explica Salem, que reconoce que era una temeridad moverse en esa zona, pero que no tenía otro remedio.

Ahmed Salem perdió su pierna derecha cuando buscaba sus camellos subido en un coche en 1988./ Alejandro TorrúsAhmed Salem perdió su pierna derecha cuando buscaba sus camellos subido en un coche en 1988.

Salem, como sus antepasados, era nómada. Se movía de un lado a otro buscando las lluvias en el desierto del Sahara. En 1988 tenía ocho camellos. Llegó a tener 23, pero 15 de ellos fallecieron por culpa de las minas. Con la pérdida de su pierna derecha, Salem tuvo que abandonar su medio tradicional de vida y pasó a ser dependiente de la ayuda humanitaria internacional en el campamento de refugiados. Desde entonces, ocupa su tiempo leyendo, instruyéndose y “debatiendo sobre la causa saharaui”. “Antes era más rico pero vivía en la ignorancia, ahora soy pobre pero rico en conocimientos. No cambio mi situación por la de antes”, asegura Salem, que señala que no quiere que sus descendientes sean nómadas del desierto como lo fueron él y sus antepasados.

“Ser nómada te da mucha libertad, pero ahora estamos integrados en la sociedad saharaui para buscar un futuro mejor y recuperar el territorio que Marruecos nos arrebató”, explica Salem, que vive con sus cuatro hijos y su mujer y se desplaza apoyado en sus muletas. Antes tenía una prótesis que le facilitó una ONG de Bélgica, pero que dejó de utilizar porque quedó “anticuada”.

Tanto Ahmed Salem como Daha Gulani residen en los campamentos de refugiados junto a sus familias. Otras víctimas de minas, por contra, prefieren residir en el Centro saharaui de ayuda a las víctimas de minas y de la guerra, una especie de residencia para víctimas donde, actualmente, viven alrededor de 40 personas, pero que en los meses de verano llega a dar cobijo a cerca de 200. “El centro proporciona una habitación con aire acondicionado, cuidados médicos y comida para la víctimas y sus familiares, que pueden convivir con el enfermo en el cuarto”, explica a este medio el enfermero del centro, que está financiado por el Frente Polisario y que recibe la ayuda mensual de 500 euros de una organización de Extremadura.

Muhamed Fadel está postrado en una cama desde 1982 cuando fue víctima de una víctima anticarro./ Alejandro Torrús

Muhamed Fadel está postrado en una cama desde 1982, cuando fue víctima de una mina anticarro.

Entre las víctimas residentes en este centro se encuentra Said Muhamed Fadel, de 62 años. Muhamed Fadel está postrado en una cama desde 1982, cuando una mina anticarro explotó a su paso causándole una fractura en la columna vertebral. Este hombre de 62 años sólo puede mover “ligeraramente” la mano derecha y “muy poco” el cuello. Aún así, sus cuidadores aseguran que se encuentra con “la moral alta” y “consciente de lo que sucede en el mundo”.

Cuando la mina anticarro truncó la vida de Muhamad Fadel, Marruecos y el Frente Polisario aún estaban en guerra. Muhamed, sin embargo, era un civil que viajaba en su coche. Su acompañante murió en el acto. Desde entonces reside en este centro donde disfruta de aire acondicionado, techo y televisión, lujos habituales en la vida del primer mundo pero que en el corazón del desierto del Sahara se convierte en auténticos privilegios. La habitación no mide más de siete metros y cuando recibe a cuartopoder.es se encuentra acompañado de su hermano, quien le proporciona el cuidado.

 

Muhamed Salem Larrosi perdió las dos piernas en 2004 a causa de una mina anticarro. Era transportista.

Muhamed Salem Larrosi perdió las dos piernas en 2004 a causa de una mina anticarro. Era transportista. En la imagen, con una de sus nietas.

En la habitación de al lado de Muhamed Fadel se encuentra Muhamed Salem Larossi, de 55 años. En el momento que recibe la visita de este medio este hombre se encuentra disfrutando de la compañía de su nieta. Perdió las dos piernas cuando explotó una mina anticarro a su paso. Era transportista y se encontraba realizando su trayecto habitual. Sucedió en el año 2006. “Sabía que era peligroso y sabía que había minas, pero no sabemos dónde están exactamente”, señala este hombre, que en el momento de la explosión estaba transportando víveres.

A causa de la explosión, Salem Larossi perdió las dos piernas y toda vía para ganarse la vida con el esfuerzo de su trabajo. Ahora, sin piernas, reside en este centro junto a su familia. “No tenía otra opción que recorrer ese camino de manera diaria. Era mi trabajo. Trataba de pasar siempre por el mismo camino pero las minas se mueven con el viento”, asegura este hombre de 55 años, que desde hace ocho años se desplaza en una silla de ruedas.

Ni guerra, ni paz

En total, la ONG británica Action on Armed Violence calcula que 2.500 personas han muerto o han resultado heridas a causa de las minas colocada en los alrededores del muro marroquí, municiones sin estallar y otros restos explosivos de guerra. La cifra siempre es aproximada debido a la dispersión de la población saharaui y el desconocimiento de la cifra real de víctimas durante las décadas de los 80 y los 90. No obstante, la ONG señala en sus informes que, además del daño físico en las víctimas, cabe destacar que muchas personas han sufrido un trauma psicológico importante por culpa del desplazamiento masivo, el empobrecimiento y la constante sensación de que puede estallar una mina en cualquier momento.

Son los heridos de una guerra que no existe, que supuestamente acabó en 1991 con el alto el fuego pero que no ha conseguido la llegada de la paz ni el cese del derramamiento de sangre de la población saharaui a ambos lados de un muro custodiado por una media de 1.700 militares de Marruecos. Desde ese mismo año, la población saharaui espera que la ONU y Marruecos cumplan su palabra y realicen un referéndum de autodeterminación de la población saharaui y acaben con el último territorio colonizado del planeta. De momento, la comunidad internacional ha sido incapaz de aplicar las resoluciones de la ONU y el propio acuerdo de alto el fuego.

Como consecuencia de la incapacidad de la comunidad internacional, más de 100.000 saharauis viven desde 1975 en los campos de refugiados de Tinduf (Argelia) sin luz ni agua en sus casas de adobe. La otra mitad de este pueblo vive en los territorios ocupados por Marruecos en el Sahara Occidental, donde la misión desplegada por la ONU para la celebración del referéndum (Minurso) ni siquiera tiene competencias para garantizar el respeto a los derechos humanos de la población saharaui. Son víctimas que no existen. Son los heridos de una guerra que no es guerra, ni es paz.

Desierto del Sahara en Argelia a 15 minutos en coche del campamentos de refugiados saharauis de Dajla en Tinduf (Argelia)./ Alejandro Torrús

Desierto del Sahara en Argelia a 15 minutos en coche del campamentos de refugiados de Dajla, en Tinduf.

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Fuente: Cuarto Poder