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Realismo trágico de Perú |
Imperio - Latinoamérica |
Escrito por Gianni Proiettis |
Domingo, 31 de Diciembre de 2017 06:11 |
"Indulto es insulto", claman en estos días miles y miles de peruanos en muchas ciudades a lo largo del país. Se refieren al indulto que el presidente Pedro Pablo Kuczynski ha otorgado en la víspera de Navidad al ex dictador Alberto Fujimori, condenado a 25 años de cárcel por crímenes de lesa humanidad, como matanzas, lesiones graves, torturas, secuestros, corrupción, desfalco a la nación, peculado y usurpación de funciones.
La medida, que indigna a toda la sociedad civil, es particularmente escandalosa si se considera su ilegalidad a nivel de derecho internacional –tan así que la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos la han inmediatamente rechazado– y, sobre todo, el hecho de que ha sido una vil moneda de cambio entre la permanencia de Kuczynski en la presidencia y la liberación del patriarca de los Fujimori. La cuestión del indulto no es una novedad en absoluto, sino surge luego de su condena definitiva en 2010 gracias a la intervención de su hijo Kenji, el congresista más votado de Perú, quien siempre ha puesto la liberación del padre como su único programa. El pedido, que no encontró disponibilidad en dos sucesivos presidentes, recibe cierta atención de Kuczynski, quien, recién ingresado a la presidencia en julio 2016, se apura a declarar que si el Congreso hubiera votado una ley para enviar a Fujimori a arresto domiciliario, considerando su salud, él la aprobaría. La arrogancia de la bancada de Fuerza Popular, el partido liderado por Keiko Fujimori, fuerte de su mayoría absoluta (73 de 130 diputados), rechaza esta posibilidad con el argumento de que el ex dictador tiene que salir Kenji, quien en el año y medio de gobierno de Kuczynski no teme desafiar las posturas más reaccionarias de Keiko al punto de recibir sanciones disciplinarias, asume una actitud conciliadora con el nuevo presidente, postura que no tarda en dar frutos. En efecto, cuando el pasado jueves 21 de diciembre Kuczynski tuvo que comparecer frente al Congreso por un pedido de vacancia presidencial, la suerte del anciano mandatario parecía echada. Presentado sorpresivamente por el partido de izquierda Frente Amplio, que fungía en este caso de pez piloto de los fujimoristas, el pedido de vacancia se basaba en algunas revelaciones de Marcelo Odebrecht, quien acababa de confesar desde Curitiba ciertas relaciones de negocio con Kuczynski antes de que fuera presidente. Aunque el antiguo lobista de Wall Street se ha esmerado en demostrar su probidad absoluta –los contratos serían por unas inocentes consultorías realmente efectuadas– a la platea de los congresistas vampiros, dispuestos a beber la sangre del chivo presidente, parece no temblarle la mano. (El fantasma de Odebrecht recorre por estos días toda América Latina, desde México hasta Chile, a comprobar lo podrido que están las estructuras de la administración pública y sus intríngulis con el gran dinero. En Perú la corrupción no empezó con la dictadura de Alberto Fujimori (1992-2000), pero es cierto que permeó irreversiblemente la sociedad, gracias al hecho de que el autócrata japonés y su siniestro consejero, Vladimiro Montesinos, se dedicaban a comprar consciencias e incondicionalidades. Luego del gobierno transitorio de Valentín Paniagua, muy bien recordado por su honestidad y sentido de la justicia, que duró solamente ocho meses, los tres gobiernos sucesivos –Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011), Ollanta Humala (2011-2016)–, lejos de devolver a sus electores la tan ansiada democracia, consolidaron un sistema, copia provinciana del neoliberalismo global, en el cual los grandes ricos y los políticos compravotos intercambian favores y papeles a través de la llamada Regresando al jueves negro de Kuczynski, cuando está a punto de cumplirse el sueño máximo de Keiko Fujimori –la decapitación política del hombre que ella considera usurpador y que no ha parado de humillar y someter– es su hermano Kenji, quien impide la realización de lo que ya se está llamando Más que la defensa de un Kuczynski que se mostraba nebuloso y poco confiable en sus explicaciones frente al Congreso, ha sido la arenga de su abogado, Alberto Borea, la que debe haber convencido unos indecisos. En esos momentos salvar al viejo Kuczynski de la decapitación política significaba sobre todo impedir que los fujimoristas, en su expansionismo violento, se apoderaran también del Poder Ejecutivo. Nadie imaginaba, ni su abogado, que Kuczynski hubiera canjeado secretamente la liberación de Alberto Fujimori con su propia permanencia en el cargo. Ni que habría definido los crímenes del dictador Mientras los hijos y devotos del ex dictador festejan la concesión del indulto, al que se suma una gracia que anula un proceso actualmente en curso por la matanza de Pativilca (enero 1992), crecen las protestas nacionales e internacionales en contra de un acto que, más que de conciliación, parece ser de impunidad y sustracción a la justicia. En una palabra, de complicidad. Después de esta última sumisión al clan nipón, son muchos los observadores que consideran a Kuczynski un presidente con las horas contadas, a menos que no se resigne a ser el mayordomo del fujimorismo hasta 2021. He mencionado las movilizaciones de una sociedad civil atenta, informada y activa, pero no se puede soslayar la existencia de una Kuczynski tiene el hábito chistoso de hacer un bailecito en las presentaciones oficiales. Los últimos pasitos que ha dado, en ocasión de su sobrevivencia política, parecían idénticos a los de Michael Jackson como jefe zombi en Thriller.
* Gianni Proiettis es periodista italiano ___________ Fuente: La Jornada |