15 años de invasión en Afganistán Imprimir
Imperio - Las Guerras USA
Escrito por Tica Font   
Jueves, 10 de Diciembre de 2015 05:32

La primera guerra contra el terrorismo comportó la invasión de Afganistán (2001-2014), incorporando en la agenda política la necesidad de redefinir la política de seguridad, ampliando dicho concepto con elementos de desarrollo, de acción humanitaria y construcción de paz. La intervención militar dirigida por la OTAN llamada ISAF (Fuerza internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán), estuvo acompañada de programas de reconstrucción, los llamados Equipos de Reconstrucción Provincial (PRT sus siglas en inglés), que se conforman a través de tres pilares, el de seguridad (recae en militares), el de Gobernabilidad (PRT civil y militar) y el de Desarrollo social y económico (PRT civiles).

 

Respecto de la seguridad y hasta donde disponemos de resultados, el balance no es positivo, estudios de periodos parciales muestran periodos de descenso y periodos de incremento del número de víctimas y de atentados; la insurgencia continúa actuando por todo el territorio y la inmadurez de las Fuerzas de Seguridad Afganas, que no acaban de ser capaces de controlar el territorio, hace que a seguridad y la estabilidad sigan siendo un problema no resuelto que comportará que tanto EEUU como la OTan sigan presentes en el territorio.

La corrupción sigue siendo otro gran problema en términos de seguridad, de credibilidad y de legitimidad del gobierno afgano, además del problema que representa para el desarrollo económico y de lucha contra la pobreza. Según información reunida por la Alta Oficina Afgana para Vigilancia y Lucha contra la Corrupción (HOOAC, por sus siglas en inglés) y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), la mitad de los ciudadanos pagaron “mordidas”, comisiones o sobornos a funcionarios públicos cuando realizaron cualquier tramitación. Afganistán es considerado el país más corrupto del mundo. La corrupción es un problema muy grave es este país, ya que puede impedir la creación de un Estado estable en tanto que deslegitima y debilita al gobierno y fortalece a los grupos insurgentes que pueden mostrarse ante los ciudadanos como “limpiadores” de una administración corrupta.

Estados Unidos durante el periodo de combates para arrebatar el poder a los talibanes se sirvió de la ayuda de los Señores de la Guerra, hizo una alianza con la Alianza del Norte (grupo que se enfrentaba a los talibanes) y una vez los talibanes abandonan el poder, estos Señores aprovechan el vacío para afianzar su poder territorial para establecer redes clientelares y redes delictivas (de diversos tráficos ilegales). Con el primer gobierno pos talibán, muchos de estos Señores de la Guerra pasaron a tener cartera ministerial, lo que les dio potestad para nombrar cargos de gobernador o alcaldes, lo que les permitió afianzar su dominio territorial al mismo tiempo que desviaban recursos hacia sus territorios. La combinación de estos dos factores poder y dinero en manos de los señores de la guerra ha fomentado la creación de redes que entremezclan poder y beneficios económicos legales e ilegales, todo ello bajo el amparo de su poder político. En definitiva, el primer presidente Karzai, en tanto que nombró ministros y gobernadores sobre los que había fundadas sospechas de participación en crímenes de guerra y actividades ilícitas como el narcotráfico, acabó conformando un gobierno que controlaba las tramas corruptas y delictivas.

 En la medida que la presencia de fuerzas militares internacionales crecía, aumentaban los retos logísticos y aumentaba la necesidad de transportar material militar a lo largo de todo el país; las fuerzas militares, especialmente las norteamericanas, recurrieron a empresas afganas tanto para el transporte como para la seguridad de los convoyes. Aunque el transporte del material militar estuviera contratado con una Empresa de Seguridad Militar Privada norteamericana, ésta subcontrataba a empresas afganas el transporte y la seguridad. Estos contratos eran elevados, solo en el 2010 el Departamento de Defensa norteamericano destinó 2.160 millones de dólares en transporte de carretera, las empresas adjudicatarias algunas no tenían camiones y los subcontrataban y no tenían experiencia en logística. La seguridad de estos transportes no la llevaban a cabo las propias fuerzas armadas, con lo cual estas empresas la contrataban a milicias privadas, generalmente controladas por señores de la guerra, además algunos estudios afirman que tanto las empresas de transporte como las de seguridad, pagaban a los talibanes para no ser atacados. Con lo cual una buena parte del presupuesto de la operación militar acabó financiando la insurgencia y a los propios talibanes. Al mismo tiempo que las contrataciones militares han contribuido a fomentar y consolidar las redes de economía ilegal de los señores de la guerra.

La decisión de aliarse con los Señores de la Guerra, priorizando los objetivos militares sin tener presente las consecuencias de esas alianzas ha sido la base de la construcción de un sistema político estructuralmente corrupto. Tengamos presente que el presupuesto que Estados Unidos ha destinado en un año en Afganistán supera el presupuesto anual del gobierno afgano.

Desde el momento que se permite la formación de un gobierno débil y corrupto y unos señores de la guerra muy poderosos con capacidad de controlar el poder central y fuertemente implicados en la corrupción y el narcotráfico, hace muy difícil, por no decir imposible que Afganistán pueda transformarse en un Estado de Derecho liberal, en un estado estable y seguro.

Con casi toda seguridad podemos afirmar que la operación en Afganistán ha sido un fracaso. Una vez finalizada la intervención tenemos un estado con un grado de inseguridad ciudadana superior a la de antes de la intervención, el modelo de gobernanza implantado tiene unos cimientos basados en la corrupción, la superficie de opio cultivada, es superior al periodo anterior al año 2000 y los indicadores de desarrollo social no presentan mejoras.

Toda una lección de lo que no hay que hacer en Siria

 

Tica Font,  es directora del Instituto Catalán Internacional por la Paz y miembro del Centre Delàs d’Estudis per la Pau

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Fuente:  Público