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Imperio - Globalización económica |
Escrito por Ignacio Ramonet |
Domingo, 07 de Febrero de 2016 00:00 |
En nuestra vida cotidiana dejamos constantemente rastros que entregan nuestra identidad, dejan ver nuestras relaciones, reconstruyen nuestros desplazamientos, identifican nuestras ideas, desvelan nuestros gustos, nuestras elecciones y nuestras pasiones. Incluso, las más secretas. A lo largo del planeta múltiples redes de control masivo no paran de vigilarnos. En todas partes, alguien nos observa a través de nuevas cerraduras digitales.
El desarrollo del Internet de las cosas (Internet of things) y la proliferación de aparatos conectados multiplican la cantidad de chivatos de todo tipo que nos cercan. En Estados Unidos, por ejemplo, la empresa de electrónica Vizio, instalada en Irvine, California, principal fabricante de televisores inteligentes conectados a Internet, ha revelado recientemente que sus televisores espiaban a los usuarios por medio de tecnologías incorporadas en el aparato.
Los televisores graban todo lo que los espectadores consumen en materia de programas audiovisuales, tanto los programas de las cadenas por cable como DVD, paquetes de acceso a Internet o consolas de videojuegos. Por tanto, Vizio puede saber todo sobre las selecciones que sus clientes prefieren en materia de ocio audiovisual. Y, consecuentemente, puede vender esa información a empresas publicitarias que, gracias al análisis de los datos acopiados, conocerán con precisión los gustos de los usuarios y estarán en mejor situación para tenerlos en el punto de mira. Esta no es, en sí misma, una estrategia diferente de la que, por ejemplo, Facebook y Google utilizan habitualmente para conocer a los internautas y ofrecerles publicidad adaptada a sus supuestos gustos. Recordemos que en la novela de Orwell, 1984, los televisores –obligatorios en cada domicilio– ven a través de la pantalla lo que hace la gente ( Si lo juzgamos por la denuncia interpuesta en agosto de 2015 por el diputado californiano Mike Gatto contra la empresa sudcoreana Samsung, parece que no. La compañía era acusada de equipar sus nuevos televisores con un micro oculto, capaz de grabar las conversaciones de los telespectadores sin que éstos lo supieran y transmitirlas a terceros… Mike Gatto, quien preside la Comisión de Protección del Consumidor y de la Vida Privada del Congreso de California, presentó incluso una iniciativa de ley para prohibir que los televisores pudieran espiar a la gente. Por el contrario, Jim Dempsey, director del centro Derecho y Tecnologías, de la Universidad de California en Berkeley, piensa que los televisores chivatos van a proliferar: Repartidos un poco por todas partes, los detectores de nuestros actos y gestos abundan alrededor de nosotros; incluso, como acabamos de ver, en nuestro televisor: sensores que registran la velocidad de nuestros desplazamientos o itinerarios; tecnologías de reconocimiento facial que memorizan la impronta de nuestro rostro y crean, sin que lo sepamos, bases de datos biométricos de cada uno de nosotros. Por no hablar de los nuevos chips de identificación por radiofrecuencia (Rfid), que descubren automáticamente nuestro perfil de consumidor, como hacen ya las Ya no estamos solos frente a la pantalla de nuestro ordenador. ¿Quién ignora a estas alturas que son examinados y filtrados los mensajes electrónicos, las consultas en la red, los intercambios en las redes sociales? Cada clic, cada uso del teléfono, cada utilización de la tarjeta de crédito y cada navegación en Internet suministra excelentes informaciones sobre cada uno de nosotros, que se apresura a analizar un imperio en la sombra al servicio de corporaciones comerciales, empresas publicitarias, entidades financieras, partidos políticos y autoridades gubernamentales. El necesario equilibrio entre libertad y seguridad corre, por tanto, el peligro de romperse. En la película de Michael Radford, 1984, basada en la novela de George Orwell, el presidente supremo, llamado Big Brother, define así su doctrina: Y más teniendo en cuenta que la crisis económica aviva el descontento social que, aquí o allí, podría adoptar la forma de motines ciudadanos, levantamientos campesinos o revueltas en los suburbios. Más sofisticadas que las porras y las mangueras de las fuerzas del orden, las nuevas armas de vigilancia permiten identificar mejor a los líderes y ponerlos anticipadamente fuera de juego.
Hoy día el sistema panóptico se ha reforzado con una particularidad nueva en relación con las anteriores sociedades de control que confinaban a las personas consideradas antisociales, marginales, rebeldes o enemigas en lugares de privación de libertad cerrados: prisiones, reformatorios, manicomios, asilos, campos de concentración… Sin embargo, nuestras sociedades contemporáneas de control dejan en libertad aparente a los sospechosos (o sea, a todos los ciudadanos), aunque los mantienen bajo vigilancia electrónica permanente. La contención digital ha sucedido a la contención física. A veces, esta vigilancia constante también se lleva a cabo con ayuda de chivatos tecnológicos que la gente adquiere libremente: ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, abonos de transporte, tarjetas bancarias inteligentes, tarjetas comerciales de fidelidad, localizadores GPS, etcétera. Por ejemplo, el portal Yahoo!, que consultan regular y voluntariamente unos 800 millones de personas, captura una media de 2 mil 500 rutinas al mes de cada uno de sus usuarios. En cuanto a Google, cuyo número de usuarios sobrepasa los mil millones, dispone de un impresionante número de sensores para espiar el comportamiento de cada usuario: el motor Google Search, por ejemplo, permite saber dónde se encuentra el internauta, lo que busca y en qué momento. El navegador Google Chrome, megachivato, envía directamente a Alphabet (empresa matriz de Google) todo lo que hace el usuario en materia de navegación. Google Analytics elabora estadísticas muy precisas de las consultas de los internautas en la red. Google Plus recoge información complementaria y la mezcla. Gmail analiza la correspondencia intercambiada, lo cual revela mucho sobre el emisor y sus contactos. El servicio DNS (Domain Name System, o Sistema de Nombres de Dominio), de Google, analiza los sitios visitados. YouTube, el servicio de videos más consultado del mundo, que pertenece también a Google y, por tanto, a Alphabet, registra todo lo que hacemos en él. Google Maps identifica el lugar en que nos encontramos, adónde vamos, cuándo y por qué itinerario… AdWords sabe lo que queremos vender o promocionar. Y desde el momento en que encendemos un smartphone con Android, Google sabe inmediatamente dónde estamos y qué estamos haciendo. Nadie nos obliga a recurrir a Google, pero cuando lo hacemos la empresa sabe todo de nosotros. Y, según Julian Assange, inmediatamente informa de ello a las autoridades estadunidenses… En otras ocasiones, los que espían y rastrean nuestros movimientos son sistemas disimulados o camuflados, semejantes a los radares de carretera, los drones o las cámaras de vigilancia (llamadas también de videoprotección). Este tipo de cámaras ha proliferado tanto que, por ejemplo, en Reino Unido, donde hay más de 4 millones de ellas (una por cada 15 habitantes), un peatón puede ser filmado en Londres hasta 300 veces cada día. Y las cámaras de última generación, como la Gigapan, de altísima definición –más de mil millones de pixeles–, permiten obtener, con una sola fotografía y mediante un vertiginoso zoomdentro de la propia imagen, la ficha biométrica del rostro de cada una de las miles de personas presentes en un estadio, una manifestación o un mitin político . A pesar de que hay estudios serios que han demostrado la débil eficacia de la videovigilancia en materia de seguridad, esta técnica sigue siendo refrendada por los grandes medios de comunicación. Incluso parte de la opinión pública ha terminado por aceptar la restricción de sus libertades: 63 por ciento de franceses se declaran dispuestos a una Ello demuestra que el margen de progreso en materia de sumisión es todavía considerable...
* Ignacio Ramonet acaba de publicar El imperio de la vigilancia, editorial Clave Intelectual, Madrid, 2016. ---------------- Fuente: La Jornada |