¡Todos los zapatos al aire! Imprimir
Imperio - Estados Unidos
Escrito por Ángel Escarpa Sanz / UCR   
Sábado, 05 de Marzo de 2011 06:00

Unas horas como las que hemos vivido todos en estos esperanzados 18 días de la plaza Tahrir, de Egipto, bien valen volver una y otra vez para explicarse cosas que nos ayuden a entender y a seguir avanzando en los procesos.

 

  Más allá de la tenacidad y la obstinación de las gentes de esa plaza y de aquellas que en esos mismos momentos, en otros lugares, desafiaban también al régimen de Mubarak; más allá de los zapatos en ristre, a mí particularmente, de las últimas horas, me ha llamado la atención el paternalismo del discurso del ya expresidente: Aquello de expresar su comprensión y su cariño, especialmente hacia los jóvenes y sus peticiones, como tratando de dividir aún a la sociedad egipcia; precisamente cuando ya un miserable sepulcro se abría para todo aquello que él ha representado en esos 30 años de sufrimientos y de sacrificios para su pueblo, aunque una considerable fortuna le esperase a él y a los suyos al otro lado de la frontera -¿dónde te custodian a ti tus caudales, Borbón, bribón?-.

Otra cosa que me extrañó, bien avanzado ya el discurso, fue la respetuosa paciencia de ese pueblo ante unas palabras tan fuera de lugar: ¿cómo se puede dejar que termine sus palabras un déspota que, solo en estos 18 días de protesta pacífica, le ha costado al pueblo – si hemos de creer las cifras que se nos dan- alrededor de 300 vidas, y que además ya no era el dueño de los destinos de su propio país, como era visible?

  Si en algún momento se me representó el viejo general en su entrañable balcón de la Plaza de Oriente fue cuando Mubarak afirmó que no cedería a presiones que sabía venían de fuera –el zagal de El Ferrol hubiera citado aquí expresamente a la "pérfida Albión" y al "inagotable oro de Moscú", que tanto juego le dieron otrora-.
 
 También dijo que "castigaría a los culpables": desconozco a estas horas si se refería al joven que nos convocó a todos en aquella plaza vía Internet y a los que de una forma u otra la llenábamos, o por el contrario a los que han llevado a ese pueblo a la desesperación y a buscar alternativas de vida en Occidente. ¿Castigaría a los que, como siempre, se enriquecieron con el turismo y con la política y la corrupción? ¿Nos estaba anunciando que se iba a abrir las venas en un acto de reconciliación con su propio pueblo, o nos iba poner a todos a barrer el jodido desierto?

  Inefable también la señora esa que salió en TV para felicitar a Mubarak por su decisión de abandonar el poder. Si no fuese porque era extranjera, yo hubiera pensado que era la portavoz del PSOE, con su camisita y su canesú. A quién se le ocurre, felicitar a un déspota que deja tras de sí tan crecido número de victimas, en tan pocos días. Si hay que felicitar a alguien es a ese sufrido pueblo, que hasta ahora no ha puesto del revés las famosas Pirámides y haya invertido el curso del Nilo. 
 
También hubo un momento de especial emotividad, y éste fue cuando su vice nos anunció a todos que el "rais" abandonaba el poder: Aquella cara compungida no podía ser otra que la de El Carnicerito de Málaga -Arias Navarro, para los nacidos ayer-, invitándonos a todos a la fiesta por la muerte del Patascortas, en la mañana de aquel 20N. Esperemos que no se instale indefinidamente aquel "apasionante e ingenioso Espíritu del 12 de febrero" de marras, ahora en el país de Naguib Mahfuz.  Pero me quiero detener especialmente en una de las numerosas frases que hemos tenido ocasión de oír en esos días, y que subraya el espíritu que reinaba en esa plaza en esas horas que "conmovieron al mundo árabe", y por qué no, al mundo occidental: "si él es un necio, nosotros también somos necios. Estamos listos para morir," decía uno de los encerrados en la plaza. 

  Y –cómo callarlo- estas horas, esta plaza, a muchos españoles nos han traído a la memoria otro momento, en el que, entre la alegría y la ilusión pintadas en el rostro y gritos de ¡¡viva la República!!, este mi pueblo despedía a otro déspota, otro traidor a la Patria, hace ochenta años, sin tropezarle la ropa, a pesar de dejar tras de sí un generoso río de sangre también.

 Si es caso, en estas horas de espera, por lo que pueda acontecer en el mismo Egipto, en Jordania, en Marruecos, en Yemen, en Argelia y en el resto de los países de la región, es que, por unos esperanzadores minutos históricos, hemos tenido ocasión de asistir al emotivo espectáculo de ver asomarse el careto del Hítler derrotado de aquellas últimas horas de su búnker de Berlín; el otrora despótico gesto de un Mussolini, ahora camino de la humillación; al general Franco enfermo de Parkinson dirigiendo sus últimas palabras a sus incondicionales fans; al infame Pinochet, vencido por el peso de la "púrpura" y por verse sentado en el banquillo de los acusados, mientras los portadores de las rojas banderas ocupaban las calles de Santiago nuevamente.

 Que la losa eterna del olvido, que no la del perdón de sus propios pueblos, caiga sobre todos ellos y los que aquí no menciono, desde ahora y para siempre.

Si Alá realmente existiera, le pediríamos que iluminara a éste y a todos los pueblos, para que en esta hora sepan encontrar, en medio de la confusión, la senda que les conduzca por el camino de la prosperidad y la paz. Pero como esto es muy poco probable, le pedimos a Carlos Marx que eche una manita. Inshalá