Ruanda: el horror en francés PDF Imprimir E-mail
Imperio - África
Escrito por Juan Montero   
Martes, 08 de Abril de 2014 04:46

“Es deber de todo ser humano intentar comprender el encadenamiento de los hechos que han desembocado en este drama”. (Boubacar Boris Diop: “L’Afrique au-delà du miroir”)

Hace ya mucho tiempo que pienso en el genocidio en Ruanda. Hace ya mucho tiempo que intento, con temor, acercarme a él y tratar de comprender cómo es posible que algo tan atroz se haya producido. ¿Pertenece a lo humano lo que allí sucedió?; o más bien se traspasaron todos los límites y no hay palabra capaz de hacernos entender esa orgía de sangre.

 

 

No hay duda de que el mal es una dimensión de lo humano, pero el mal por sí sólo no explica lo que allí sucedió. Cierto es que el genocidio forma parte de la historia de la humanidad pero eso no lo vuelve más comprensible. Sé de lo imposible de esta tarea, sé que las palabras no bastan, de ahí el temor, sé que me harían falta años frecuentando la pesadilla para tal vez poder ir encontrando algunas claves que pudiesen volver entendible el proceso que, no sólo en Ruanda, desencadena tanto desprecio y tanta muerte.

El lenguaje no basta, pero es lo único que tenemos. Creo sin embargo que hay que serprofundamente cuidadoso en su uso, de ahí también el temor a escribir, por eso hablo delgenocidio en Ruanda y no del genocidio de Ruanda, ignoro si acierto pero procuro resaltar cómo la pesadilla elige un lugar en donde reproducirse pero que, en ningún caso, es algo propio de ese lugar. No es peor el criminal ruandés que el de la Alemania nazi, la Rusia de Stalin, la China de Mao, la Camboya de Pol Pot, la Turquía de Armenia, los EE.UU. de tantos frentes, bástenos nombrar Hiroshima y Nagasaky, o, sin necesidad de mirar tan lejos, la España de Franco. Tal vez, la diferencia principal sea que Ruanda es un escenario africano y, tal y como nos portamos habitualmente con ese continente, corre mucho más riesgo que los otros de ser despreciado y caer en el olvido. Por eso quiero hablar hoy de Ruanda, por eso y por la frase de Boubacar Boris Diop que encabeza este artículo. Los tres artículos dedicados al
genocidio en su libro “L’Afrique au-delà du miroir” (África más allá del espejo), me sirven de hilo conductor para transmitirles unos datos que conviene que no caigan en el olvido.

Ruanda, tarde del 6 de abril de 1994, el avión del presidente hutu Juvenal Habyarimana, aliado del gobierno francés de François Mitterrand, cae abatido por un misil en las proximidades de Kigali (capital de Ruanda). En el mismo atentado moría el presidente de Burundi, el también hutu Cyprien Ntaryamira. Treinta minutos después son colocadas las primeras barreras, los líderes políticos hutus moderados son liquidados a partir de listas preestablecidas, inmediatamente después empieza la matanza de Tutsis. Según la ONU, entre abril y junio de
1994, se produjeron entre 500.000 y 800.000 asesinatos. Según las autoridades ruandesas, las víctimas mortales pasaron del millón, diez mil muertos diarios sin interrupción durante tres meses.

Boubacar Boris Diop afirma: “... el genocidio de 1994 no fue el brusco despertar de una atávica sed de sangre, sino el resultado de varios decenios de una puesta a punto metódica...” (1). Hagamos pues un poco de historia y, sobre todo, tengamos en todo momento presente que los términos Hutu y Tutsi no remiten a dos etnias en el sentido estricto del término y que jamás hubo, antes del período colonial, ninguna matanza entre ellos. Antes bien, convivían sin graves problemas: aquí es donde aparecen los aprendices de brujo europeos.

Estamos a finales del siglo XIX, en la conferencia de Berlín de 1885 en la que, algunas naciones europeas, se reparten África a escuadra y cartabón generando toda una serie de estados de complicada viabilidad que conforman todavía hoy el mapa político de África. Ruanda queda entonces en el área de influencia alemana. La etnología colonial vigente entonces en occidente aplica, sin ningún pudor, sus criterios raciales entre la población
ruandesa. Para ella los Hutus, de origen bantú, y los Twa, de origen pigmeo, son consideradas las razas autóctonas, los dos grupos negroides: de baja estatura, piel oscura e inteligencia más  bien corta. Frente a ellos, los Tutsis, de rasgos finos, piel clara, más altos y por lo tanto, para los europeos, más apuestos, son considerados más próximos, en la línea evolutiva, a los blancos y, por lo mismo, poseedores de una inteligencia superior y de unas innatas dotes de mando.

De delirio en delirio se abren paso -en el intento trágicamente frecuente de inventar una historia no africana para un país africano (ya lo hacían los árabes y los propios reyes o emperadores negros islamizados cuando, buscando prestigio, trataban de ligar sus dinastías a alguna de las ramas familiares del profeta en una ridícula operación conocida con el nombre de cherifismo)- todo tipo de especulaciones que buscan encumbrar, de manera falsa, a los Tutsis dentro de la comunidad ruandesa. Son presentados como un pueblo camita, llegado desde Egipto remontando el Nilo, como un pueblo originario de Etiopía o incluso como judíos o caucasianos. Tal vez, se dice de ellos, se trate de una antigua población de raza blanca perdida, desde mucho tiempo atrás, en la región de los Grandes Lagos.

Cuando los belgas, por mandato de Naciones Unidas, se hacen con la administración del territorio desde finales de la Primera Guerra Mundial hasta su independencia formal el 1 de julio de 1962, se toman todas estas supercherías muy en serio y tras diversas medidas antropométricas, estudios genéticos y de grupos sanguíneos, declaran la superioridad genética de los Tutsis. Así, tal y como destaca el propio Boubacar Boris Diop (en adelante BBD), en un país como Ruanda donde no existía antes de la colonización europea etnia en el sentido preciso del término “... la etnología colonial, convertida en ideología dominante, ha llevado a los ruandeses a percibirse como razas totalmente diferentes las unas de las otras...” (2). Y no contentos con eso los belgas, a lo largo de su estadía y, sobre todo, del proceso de descolonización, se preocuparon en dejarlos profundamente enfrentados creando un conflicto étnico allí donde, antes, no existía siquiera consideraciones de este tipo.

Indagando en los porqués de las matanzas, BBD, añade: “... Incluso aunque no podamos pretender desbrozar todos los mecanismos, nos hemos visto obligados a admitir que la violencia política bajo una forma tan masiva fue, en Ruanda, de origen colonial. Bélgica no tiene nada que ver con los acontecimientos de 1994 pero éstos resultan, históricamente, de su gestión de Ruanda y sobre todo de su voluntad de enconar étnicamente, en contra del buen
sentido, el proceso de acceso del país a la independencia
...” (3).

Y Francia, ¿cuál ha sido el papel de Francia en el genocidio?. Partamos de una afirmación categórica de BBD, él nos dice que aunque todavía queda mucho por hacer y tal vez lo más importante que será lo que escriban los hijos y los nietos de aquellos ruandeses implicados en las matanzas, se ha escrito mucho a fecha de hoy sobre el genocidio en Ruanda. Pues bien, añade: “... no existe ninguna obra por imparcial que pretenda ser que no aporte pruebas, a veces sorprendentes, de la implicación activa y decidida de Francia en el genocidio ruandés...”(4).

Se trató de un genocidio minuciosamente preparado: “... Un Estado muy centralizado puso su ejército, sus fuerzas paramilitares, los Interhamwe, creadas para la ocasión (BBD traduce este nombre como “los que marchan juntos”, en alguna otra obra o artículo lo he visto traducido como “los que matan juntos”, en realidad tendría una lógica siniestra juntar ambas interpretaciones y traducirlo como “los que marchan matando juntos”, aquellos, en definitiva, a los que une el crimen) y toda su administración al servicio de la eliminación de una parte de la
población ruandesa elegida en función de su pertenencia a una “etnia”
...” (5).

Así lo escribe BBD. Pues bien, Francia no sólo armó, en los años previos y durante el genocidio, a las FAR (Fuerzas Armadas Ruandesas), ejército de su gobierno aliado presidido por Juvenal Habyarimana a quién había llevado al poder con un golpe de Estado en julio de 1973. Un golpe de esos que tanto practica Francia en sus colonias aún cuando Ruanda nunca había pertenecido a su patio trasero. No sólo armó a ese ejército que preparaba sin ningún complejo la masacre, sino que armó también y preparó con sus propios instructores militares a las fuerzas paramilitares Interhamwe, ejecutores directos, e incluso, algunos militares franceses
sobre el terreno, en plena barbarie genocida, actuaron como “hermanos de armas” de las FAR y de los Interhamwe, revelándoles el escondite de no pocos Tutsis.

Francia hizo todo esto a sabiendas de las intenciones asesinas de su gobierno aliado que, desde hacía tiempo, no sólo no las ocultaba sino que las jaleaba durante meses, día tras día, a través de las ondas de la Radio de las Mil Colinas, esas mismas colinas que rodean Kigali y que iban a ser sembradas de cadáveres tutsis en una solución final que no distinguiría entre edades ni sexos. François Mitterrand no sólo era el presidente mejor informado en ese momento de lo que se fraguaba en Ruanda sino, como deja bien claro BBD en uno de sus
artículos, una orden suya al gobierno ruandés habría impedido o detenido el genocidio. No sólo no lo hizo sino que se permitió ironías y frases ingeniosas en torno a los hechos. Bástenos ahora una frase de quién, en el momento de las matanzas, era su ministro del interior en el gobierno de su entonces primer ministro Édouard Balladur, el delincuente Charles Pasqua, condenado hoy, a sus ochenta y tres años, como rúbrica de toda una vida dedicada a las cloacas del Hexágono, a sólo un año de prisión, pena esta exenta de cumplimiento como corresponde a un venerable representante de esta derecha europea que considera que la caja pública le pertenece bien por cuna, bien por derecho divino.

Implicado en varios delitos de malversación de fondos el último de los cuales, recientemente sentenciado, le condena por haber recibido jugosas comisiones de Sofremi, empresa estatal de exportación de armas dependiente, cómo no, del Ministerio del Interior, Charles Pasqua es hoy senador por el partido gobernante UMP del presidente Nicolas Sarkozy de quien fue testigo, el 23 de septiembre de 1982, en su boda con Marie Dominique Culioli. Como vemos la mierda se hereda entre presidentes de nuestra vecina república, da igual que sean socialistas impostores a lo Mitterrand o fascistas sin complejos como Sarkozy. Cuestión de Estado le llaman, nada
que no conozcamos en profundidad aquí en nuestro país donde premiar al delincuente de guante blanco es algo más que un deporte nacional. Curiosamente entre “los nuestros” se usa también eso de hacerlos testigos de sus convenientes bodas principescas.

Pues bien el inefable Pasqua siendo como acabo de decir ministro del interior francés entre 1993 y 1995, perfectamente informado de lo que estaba sucediendo en Ruanda, dijo al periodista que le entrevistaba, a fines de junio de 1994 en el momento álgido y final de la masacre, en el telediario de las 20.00h. de máxima audiencia en Francia y sin que aparentemente conmoviese a nadie a juzgar por cómo salió del plató, relajado y orgulloso, por
su propio pie y sin las muñecas esposadas, lo siguiente: “Sabe usted, hay que comprender que para esta gente el carácter horrible de lo sucedido no tiene en absoluto la misma consideración que para nosotros”. Pasqua sólo traducía lo que su presidente, su gobierno, la clase política francesa con aspiraciones de Elíseo y buena parte de la sociedad civil francesa pensaba. Sólo eso. África, ya se sabe, es otra historia.

En cualquier caso conviene saber que Francia pudo actuar así gracias a la complicidad de los organismos internacionales. Una vez más, el papel subalterno de la ONU fue repugnante. A este respecto BBD nos cuenta en relación con uno de los informes titulado “Ruanda: el genocidio evitable”, encargado por La Organización de la Unión Africana a una comisión de investigación integrada por distintas personalidades internacionales nada sospechosas de parcialidad, lo siguiente:

“... En el curso de la presentación de los resultados de este trabajo a la prensa, el 10 de julio de 2000, Stephen Lewis (antiguo embajador y representante de Canadá ante la ONU y antiguo director general adjunto de Unicef), uno de sus miembros (de la comisión), ha sido particularmente duro con Madeleine Albright, entonces representante americana en la ONU: “El papel de los Estados Unidos en este affaire ruandés [...] ha sido una vergüenza incomprensible. No sé cómo Madeleine Albright consigue vivir con la conciencia de ello”,  declaró de forma incontestable. El diplomático canadiense ponía de esta forma el acento en el hecho de que Mme Albright hizo lo imposible por evitar una eventual acción de la ONU en Ruanda. Era vital para los EEUU impedir la utilización de la palabra “genocidio” que habría vuelto obligatoria una intervención militar en virtud de la Convención de Ginebra de 1948. La razón de esta prudencia, hela aquí: menos de un año antes –el 3 de octubre de 1993- los cadáveres mutilados de diecinueve marines habían sido arrastrados por las calles de
Mogadiscio por una multitud de Somalíes indignados. El choque había sido inmenso y América no tenía ningún deseo de enviar a sus “boys” a África. La situación se puede resumir así: para proteger la vida de algunos soldados profesionales, la administración Clinton dejó morir sin piedad a centenares de miles de ruandeses...” (6).

Roméo Dallaire, general canadiense encargado de la devaluada y torpedeada misión Minuar (Misión de las Naciones Unidas para la Asistencia a Ruanda), un hombre en tratamiento psiquiátrico desde entonces y con varios intentos de suicidio en su haber, un hombre que, según sus propias palabras, no puede soportar el silencio porque la cabeza se le llena de imágenes de un genocidio al que asistió con las manos atadas por los acuerdos
internacionales, muchos años después, cuando pudo, escribió un libro titulado “J’ai serré la main du Diable” (Yo he estrechado la mano del Diablo) en el que, con meridiana claridad, dice:

“... Muchas veces en este libro, he hecho la pregunta: “¿Somos todos nosotros seres humanos o algunos de entre nosotros son más humanos que otros?”. Nosotros que vivimos en países desarrollados, actuamos como si nuestra vida tuviese más valor que la de otros ciudadanos del planeta. Un oficial americano ni siquiera se inmutó al decirme que la vida de ochocientos mil  ruandeses no vale arriesgar la vida de más de diez soldados americanos; tras haber perdido diez soldados, los belgas declararon que la vida de los ruandeses no justificaba arriesgar la
vida de un sólo soldado belga más...” (7).

La Operación Turquoise, que así se llamó la cínica operación humanitaria que, con consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU, Francia monta a fines de junio de 1994 cuando, con amarga ironía, muchos comentadores dicen que ya no quedaba nadie a quién salvar, se hace única y exclusivamente para salvaguardar los intereses de Francia en la zona. Como nos cuenta BBD en su libro, el pánico corrió entre los estrategas parisinos cuando el
primer presidente democráticamente elegido en Sudáfrica, Nelson Mandela, ante la pasividad internacional, comunica su decisión de enviar tropas para detener las matanzas. ¡Francia no podía admitir la presencia del enemigo anglosajón en su patio trasero!. No podemos olvidar que la frontera de Ruanda con la República Democrática del Congo es el lago Kivu, con dos puntos terrestres de contacto, Goma y Bukavu. Ruanda es un país pequeño y sin recursos, pero no es ese el caso de la RDC, y menos aún el territorio del Congo que linda con esa
frontera, rico en todo tipo de minerales codiciados por nuestras multinacionales y, muy especialmente, el coltán, sin el cual nuestros adorados móviles no funcionarían así como buena parte de nuestro material informático. Probablemente el último i-pod tenga más valor que la vida de un ruandés o un congoleño... A Francia no le interesaba particularmente Ruanda, sino su posición estratégica en el tablero continental africano y, cómo no, su prestigio como gran metrópoli colonial, a fin de cuenta se trata de su África y ellos han sabido siempre cómo manejarse.

Pues bien, Francia, en pleno genocidio, siguió armando a las Fuerzas Armadas Ruandesas y a los Interhamwe a través del aeropuerto de Kigali y del punto fronterizo de Goma y, cuando el avance desde Uganda, excolonia británica, del anglófilo y anglófono FPR, Frente Patriótico Ruandés, del tutsi Paul Kagame, actual presidente de Ruanda, hizo evidente la derrota hutu, Francia dio cobertura a los genocidas, gobierno y tropas, en su repliegue hacia Goma. La República Democrática del Congo, con una interminable guerra de la codicia, sigue hoy sufriendo las consecuencias de la presencia de estas y otras bandas de asesinos en su territorio con un saldo, en estos últimos años, aparte de desplazados, de cinco millones de muertos. Un genocidio más del que apenas hablamos.

Y sin embargo ni podemos ni debemos olvidar. Como dice la frase que encabeza este artículo, es deber de todo ser humano intentar comprender el encadenamiento de los hechos que han desembocado en este drama. En éste y en cualquier otro drama de magnitud parecida, de igual intención, genocida. Porque como nos dice Boubacar Boris Diop en un momento de su lúcida disertación:

“... Para impedir que un acontecimiento se reproduzca, es esencial tener un conocimiento del mismo lo más preciso posible. Pues, si es verdad que la palabra “Ruanda” tiene todavía una cierta resonancia, la huella de esos Cien Días en las mentes no es tal vez tan profunda como debería. Por esto es tan importante que continuemos hablando. El simple hecho de recordar un genocidio –incluso de la forma más neutra- es un reconocimiento de la dignidad humana de las víctimas y participa de una lógica de prevención. Las ambigüedades sostenidas por la
ignorancia hacen sobre todo el juego a los negacionistas. El deber de memoria es también la reconstitución banal de los hechos...” (8).

Esto se llama Memoria Histórica y nosotros también, como pueblo, tenemos una cita pendiente con ella que dignifique a las auténticas víctimas de nuestro drama. Todas aquellas que entre 1936 y más allá incluso de 1977, fueron víctimas no sólo de Franco y de los franquistas, sino también de nuestro cobarde olvido, de un pacto de silencio que pretendió borrar de nuestras mentes la línea precisa que separa y separará siempre al verdugo de la víctima. Porque en un genocidio, detestados verdugos, no existe la equivalencia.

(7) Roméo Dallaire: “J’ai serré la main du Diable” (“Yo he estrechado la mano del Diablo”) Outrement, Éditions Libre Expression, 2003.

Del (1) al (8) Boubacar Boris Diop: “L’Afrique au-delà du miroir” (“África más allá del espejo”) Éditions Philippe Rey, 2007.

 

 

 

 

Juan Montero es Coordinador del Área de África Centro Unesco Gran Canaria

 

---------------------------

Fuente:  Guin Guin Bali. Una ventana a África