Campos para refugiados o la vergüenza de Europa Imprimir
Imperio - Unión Europea
Escrito por Antonio Pérez Tapias   
Miércoles, 27 de Junio de 2018 04:36
La responsabilidad colectiva a la que estamos llamados obliga a ser conscientes de que aquí y ahora o todos nos salvamos o todos nos hundimos

De nuevo Europa se sitúa al borde del abismo. Su fondo negro, aquel cuya visión no pudo resistir en su día el hoy tan citado Stefan Zweig, asoma de nuevo. El ministro de Interior de Italia, el fascista Salvini, se encarga de hacerlo aflorar con dosis de cinismo que otrora no hubiéramos imaginado. Será inolvidable su voz gritando “victoria” cuando el gobierno español decidió acoger a los 629 refugiados e inmigrantes rescatados por el Aquarius; y quedará para los anales de de la xenofobia más inhumana su discurso refiriéndose a los rescatados por otro barco frente a las costas de Libia como “carne humana”. Es cierto que tan deshumanizado desprecio a personas que están sufriendo la tragedia de un éxodo inimaginable trae los peores recuerdos sobre la negación de su humanidad que se practicó respecto a quienes fueron sacrificados en campos de exterminio.

Describir así los hechos no es caer en lo que los arrogantes defensores del más burdo pragmatismo consideran discurso “buenista”. Es poner ante nosotros, europeos, un espejo resistente a la interesada deformación ideológica de la propia imagen. Y, sin duda, es hacer eso a la vez que se activa la memoria, no meramente para recordar el pasado, sino para recordar lo que del pasado una y otra vez se quiere borrar. El filósofo Adorno habló del imperativo que se desprendió de la barbarie nazi: “que Auschwitz no se repita”. El caso es que no es difícil olvidarlo pensando ingenuamente que la barbarie ya no se dará entre nosotros. Hemos comprobado que no es así, por lo que hay que remachar una y otra vez ese imperativo formulado por quien constató que el antisemitismo es “el rumor sobre los judíos”. El rumor cobró fuerza, los prejuicios se asentaron con discursos de la más grosera xenofobia, se puso en marcha la malévola estrategia de señalar un chivo expiatorio, se activó la maquinaria asesina de Estados totalitarios llevando su violencia al extremo… Y los campos de exterminio funcionaron a todo gas. Hoy presenciamos cómo se extiende el “rumor sobre los inmigrantes” –cobra fuerza hasta señalarlos como parásitos, delincuentes o terroristas–, marcados como chivo expiatorio de los males propios de una Europa dividida y en regresión que ella misma no es capaz ni siquiera de afrontar.

Son más que incómodos quienes “avisan del fuego”, como decía Walter Benjamin en los años treinta del siglo pasado. Hay figuras socráticas a las que muchos quisieran suministrar sobredosis de cicuta para que dejaran de retorcer el aguijón de la crítica en la endurecida piel de Europa –podemos hablar de Occidente–. Cabe traer a colación, una vez más, precisamente al italiano Giorgio Agamben. Se ha dicho hasta la saciedad que es infundada hipérbole su prognosis de que el “campo” es la prefiguración de hacia dónde van nuestras sociedades. No, no es diagnóstico desmedido. Así lo constatamos cuando al día de hoy los gobiernos europeos, incluso esos que quieren ser cabalmente democráticos explicitando que no comparten el populismo xenófobo del fascismo actual, sin embargo se avienen a poner paños calientes pensando que así evitan que no se extienda a todos lo que se incuba con el “huevo de la serpiente”. La inanidad de Europa se evidencia en las propuestas que suponen concesiones injustificables a la barbarie. Vemos cómo ganan la partida los fuerzas xenófobas que, desde los gobiernos que ocupan, hacen que hasta la canciller alemana busque componendas con ellas para frenar la expansión del populismo ultranacionalista que, trufado de racismo, es lo que de verdad invade Europa. Parece que no aprendimos nada. Cualquier concesión es alimento para la bestia.

Es impresentable la propuesta de levantar “campos para refugiados e inmigrantes” extramuros de Europa. Es lamentablemente asombroso que ello se presente aludiendo a la experiencia previa de “externalización” de los servicios de deportación que se contrataron con la Turquía de Erdogan de la manera más desaprensiva. O que se apoye la idea de los campos invocando los acuerdos de Italia con Libia para contener allí la inmigración, cuando de todos es sabido cómo las personas son maltratadas, esclavizadas y violadas en territorio libio, zona de Estado inexistente como tal. No deja de sorprender que el ministro español de Exteriores, después del encomiable gesto de acoger a los náufragos salvados por el Aquarius, ensalce la dimensión simbólica del hecho, revulsivo para que la Unión Europea aborde todo lo que la inmigración plantea, para recortar su alcance destacando las supuestas ventajas de la propuestas de unos campos que –eufemismos aparte– serán campos de concentración. En nuestro caso, desde España, la memoria histórica debe servir para no olvidar los campos en los fueron “recibidos” en Francia los refugiados españoles cuando al final de la Guerra civil emprendieron el camino del exilio.

Europa, como anuncia Agamben, será un gran campo si accede a construir campos de concentración para refugiados e inmigrantes –por cierto, tratando de establecer entre ellos una diferenciación insostenible, habida cuenta de los criterios con los que se pretende operar–. No es viable un espacio democrático de libertad, igualdad y justicia como aún dice Europa que quiere ser rodeada de campos para retener, clasificar y, en su caso, deportar a la “carne humana” que en ellos se almacene. Sólo falta que a alguna mente perversa se le ocurra dar carnés de apátridas para estamparlos en la frente de estos nuevos “condenados de la Tierra” –Fanon estaría certificando el engaño de lo que se impuso como modelo de desarrollo– sobre cuya situación el imperialismo y colonialismo europeo generó responsabilidades de las que no nos podemos desentender los europeos de este siglo XXI.

Europa no sólo ha de pensarse bajo un nuevo paradigma que le aleje de la nefasta e inútil pretensión de ser fortaleza –misión para la que de hecho se inventó Frontex, la Agencia europea de control de fronteras–, sino que ha de promoverlo con agilidad, lucidez y ese mínimo ético de una política decente, en estos momentos inexistente en cuanto a política de inmigración. Además de verdaderas políticas comunes de acogida e integración, son necesarias nuevas formas de relación con los países de donde afluyen refugiados e inmigrantes para los que, por otra parte, ya no valen maleadas formas de lo que fue pretendida cooperación al desarrollo, hoy obsoletas y, es más, invalidadas por el uso mercantilista que con frecuencia se ha hecho de ellas. La responsabilidad colectiva a la que está llamada Europa obliga a ser conscientes de que aquí y ahora o todos nos salvamos o todos nos hundimos –nos permitimos parafrasear el título de una de las impactantes obras de Primo Levi, aquel otro italiano que padeció los campos y luchó contra la desmemoria–. Si gana el fascismo, Europa se hunde dejando naufragar a refugiados e inmigrantes o “extra-limitándose” al encerrarlos en campos de concentración. Debemos saberlo: o dignidad o vergüenza. 

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Fuente: CTXT