Libia y la miserable elección entre la tiranía y la liberación de la ocupación PDF Imprimir E-mail
Imperio - África
Escrito por Talal Salman / Tlaxcala   
Miércoles, 24 de Agosto de 2011 00:00

GadafiEra de esperar un final tan trágico, horrible y humillante, y el derrumbamiento de la historia que improvisó el joven coronel Muammar Gaddafi para ponerse por encima de toda la humanidad, emperadores, reyes y presidentes, otorgándose una misión que le acercaba a los profetas.

 

Muammar Gaddafi vivió muchísimo tiempo fuera de lugar. Se inventó para sí mismo una historia y se la impuso a su pueblo. Cambió los principios y decidió que la muerte del profeta árabe, y no su peregrinación de la Meca a Medina, fuera el punto de partida para la era islámica. Y entre las dos fechas se encontró para sí mismo el papel de renovador del mensaje y su traductor moderno a través de su Libro Verde y su Tercera Teoría Universal que escribió y presentó como la nueva religión. Puso a su país y a los meses del año nombres diferentes y estableció un régimen de gobierno a su medida donde desaparecía el Estado, sus instituciones y sus administraciones. Un régimen donde proliferaban las comisiones para que el poder, la fortuna y las armas solo estuvieran en sus manos, en las de él, que no es ni presidente ni rey, pero que está por encima de todos los gobernantes por ser el «líder» inventor de la nueva historia de la humanidad.

El círculo se cierra de nuevo: el líder de la revolución que siempre se jactó de haber expulsado a los tres ocupantes de su país, un país pobre hasta que su tierra hizo explotar ríos de oro, provoca ahora la vuelta de las fuerzas de ocupación unidas para ocupar Libia tras destruirla habitación por habitación, calle por calle, casa por casa, pueblo por pueblo, tribu por tribu…. Solo quedarán a salvo los yacimientos de petróleo que durante mucho tiempo fueron la razón de la prepotencia de Gaddafi, de su singularidad y de su poder excepcional que le sirvió para mantenerse en su sitio, y que ahora se han convertido en su tumba y en una fuente de miseria para el pueblo libio que oía de las riquezas, pero nunca se ha beneficiado de ellas para construir un mañana mejor, y ahora condenan el futuro de las próximas generaciones ante sus «libertadores» de la OTAN y sus socios árabes ricos en petróleo que estos días están poniéndose el uniforme de líderes libertadores del ciudadano árabe de los «tiranos» republicanos.

Esto no exculpa a los «rebeldes» ni les convierte forzosamente en «libertadores». Tampoco da a la OTAN el adjetivo de «aliados de los pueblos» ni la convierte en la «salvadora» que no quiso aceptar la humillación de la dignidad del ser humano en Libia y se apresuró a mover sus buques para aplastar las ciudades y los pueblos, y cometer masacres. El pueblo libio es una víctima de todos los asesinos: la OTAN con sus cazas y las tropas de Gaddafi con sus proyectiles, misiles y tanques.

La elección ha sido miserable. La invitación del nuevo ocupante a liberar el país de la tiranía no es un avance hacia la libertad y la recuperación de la dignidad del ser humano perdida hace décadas, en vísperas del cuadragésimo tercer aniversario de la revolución que les llegó a los libios con la foto y las palabras de Gamal Abdel Nasser, prometiendo llevar a ese país rico, parte del pueblo árabe, y su petróleo a la batalla de la liberación y la construcción de un futuro mejor bajo el mando de Abdel Nasser.

El líder de la Revolución del 1 de Septiembre asesinó su revolución al cabo de su primer año. Después de la marcha de Gamal Abdel Nasser, Gaddafi se auto otorgó el derecho a liderar la Umma (la nación árabe), y luego aprovechó el vacío para difundir su pensamiento revolucionario a todos los musulmanes y después al mundo entero. «El arma del petróleo» le permitió comprar partidos y organizaciones, Estados pequeños y grandes, e incluso irrumpir en la mismísima casa de las potencias mundiales a las que obligó a cambiar las leyes y reglas del trato entre países: llevó a sus camellos a los parques de los palacios presidenciales de las capitales más importantes y obligó a algunos de los ocupantes de Libia y asesinos de su pueblo a pedir disculpas, como fue el caso de Italia. Tampoco sería descabellado decir que invadió países africanos pobres para que le nombraran rey de reyes en África.

Se hablará mucho de este «líder» que ocupó el mundo durante cuatro décadas, que empezó como revolucionario y acabó como tirano, aunque su mayor defecto fue el desprecio a su pueblo. Por eso no se terminaba de creer que se hubieran rebelado en su contra porque para él los libios no son humanos, sino solo un rebaño que necesita un pastor fuerte que les enseñe cómo casarse, cómo comer, qué aprender, cómo jugar al fútbol, qué ver en la única tele y qué leer en el único periódico.

La gente olvidará las primeras posturas del «coronel» cuando apoyaba los movimientos de independencia a los que luego convirtió en «esclavos», aprovechando la fragilidad de sus líderes y su necesidad de dinero, e incluso llegó a emplearlos para cosas que se contradecían sus lemas.

El horizonte no es esperanzador ni augura una mañana como la que sueñan esos «rebeldes» que permanecieron pasivos durante mucho tiempo ante la dictadura de Gaddafi y que ahora han aceptado combatirle bajo la protección de la OTAN y con la bandera de la época monárquica, una época que debería recordarle que no debe derramar la sangre de su pueblo ni robar sus riquezas. Pero fue débil, de cortas miras para someterse ante quien ha repuesto un trono frágil en un país divido: cada región con su ocupante (el estadounidense en Trípoli, el británico en Tobruk y los restos de la hegemonía francesa en el sur, Fezzán)… Las riquezas petroleras son el objeto de la batalla, no los derechos del pueblo libio a tener acceso a las riquezas de su tierra y a un futuro mejor dentro de su rica patria.

La pérdida de Libia es mayor de lo imaginable y la vuelta de la colonización con el uniforme de libertador es más peligrosa de lo que se calcula…

Si es injusto calificar a los «rebeldes libios» de «traidores», también es injusto para toda la Umma, y en particular para Libia, considerar que lo que ha sucedido y está sucediendo allí es una «revolución», una «liberación» y un avance hacia un futuro de orgullo, dignidad nacional y gloria de la arabidad.

La amarga experiencia se repite otra vez: al igual que la tiranía de Saddam condujo a la ocupación estadounidense de un Iraq destruido con un pueblo dividido étnica, religiosa y sectariamente, hoy la tiranía de Gaddafi ha atraído al ocupante, en el papel de liberador, a una Libia rota con un pueblo amenazado con volver al sistema tribal que estaba a punto de abandonar para vivir en unidad nacional.

¡Vaya elección miserable la que imponen los tiranos a los pueblos de esta Umma! O anular su existencia, olvidarse de sus derechos y aceptar vivir sin dignidad o la vuelta del colonialismo decorado con lemas de liberación; es decir, el fin de la tiranía y devolver el país a su gente a cambio de privarles de su capacidad de decisión, de sus riquezas y de su identidad específica para volver otra vez a vivir bajo la hegemonía extranjera como ente liberador.

Muammar Gaddafi se cargó la revolución al acabar con la libertad del país y de su pueblo, y ahora el cuadragésimo tercer aniversario de la Revolución del 1 de Septiembre llega manchado con la sangre, con la tierra de Libia y sus riquezas a tiro de quienes la han liberado de la tiranía para heredarla en nombre de la liberación.

La tragedia tiene otros capítulos y todavía sigue abierta a nivel árabe.

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Fuente: Tlaxcala. Traducido por  Al Fanar Traductores