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III República - Libros / República
Escrito por Borja Contreras   
Domingo, 29 de Junio de 2014 06:08

Vamos con el tema estrella de los últimos tiempos. Acostumbrados a dar saltos de cuestión en cuestión, abonados a la vorágine que la actualidad nos sirve, solemos caer en la tentación constante de saltar de asunto en asunto. De olvidar que muchas veces están todos conectados y que los saltos son mera apariencia, una ilusión óptica que en ocasiones oculta el fino hilo conductor. Intentaré señalar alguno de estos hilos a pesar de que voy a caer, sin duda, en obviedades que resultarán irritantes pero que hay que decir una y otra vez para que el sentido último no se diluya.

 

La abdicación del Rey y el apresurado proceso que ha seguido a la misma y que nos ha llevado a una proclamación de nuevo Jefe de Estado, y a un proceso acelerado para blindar jurídicamente al abdicatario y su familia, han generado una respuesta que hace unos años parecía improbable. La idea republicana ha ganado adeptos paso a paso, especialmente en una generación joven que, por haber crecido en una situación política normalizada, no parecía la indicada para darle nuevos bríos. Hace treinta años, el republicanismo se reducía a un grupo de personas que quedábamos como raros al manifestar nuestra adscripción y a un grupo de señores bastante mayores que no estaban dispuestos a dejar apagarse la llama de sus ideales de siempre, por los que en muchos casos lucharon y hubieron de sufrir la amargura de la derrota y la violencia de la represión.

Pero la crisis global de esta nueva restauración borbónica, acentuada por la crisis económica y la toma de conciencia de la corrupción generalizada en la que se mueve, ha arrastrado consigo a la institución monárquica, que se encuentra en sus horas más bajas desde la famosa Transición. Lo ocurrido en los últimos años ha acelerado enormemente un proceso que, en otras circunstancias, habría tardado mucho más en tomar cuerpo. Por eso, la crisis de la monarquía ha de encuadrarse en la crisis global del sistema político que tenemos —o nos tiene— desde la Constitución del 78.

Los motivos para defender el sistema republicano no necesitan demasiadas explicaciones. Una Jefatura del Estado en manos de una familia por herencia es algo tan medieval, tan irracional, que resulta extremadamente difícil sostenerlo desde un discurso ideológico moderno. Hemos de buscar en motivos de corte estético, en apelaciones a la tradición, en ponderación de la estabilidad del sistema durante casi cuarenta años, esto es, en motivos ajenos a la naturaleza de la institución misma. Ese famoso “ser juancarlista pero no monárquico pone de manifiesto el carácter para muchos meramente coyuntural de la monarquía. Y pone también de manifiesto las dificultades que entraña avanzar hacia un cambio sosegado de modelo y con aspiración de permanencia. Si un gesto del Rey aumenta en minutos el número de personas que se declaran monárquicas y una metedura de pata eleva el número de quienes se declaran republicanos, es que estamos en un asunto más de vísceras que de racionalidad, con lo que su resolución se antoja difícil.

Por otro lado, es cierto que, si bien es un atentado contra la racionalidad del sistema, la monarquía no es incompatible con la democracia. Ejemplos tenemos alrededor que lo demuestran desde hace siglos y en nuestro propio país, por más que con un modelo imperfecto, democracia es lo que tenemos. Por eso pienso que el referéndum sobre la República no es lo más urgente. Agarrarse a la coyuntura de la abdicación para reclamarlo no me parece mal en tanto que llamada de atención, pero creo que habría que empezar por algo más elemental aunque más profundo y necesario: ¿qué democracia queremos?

Mejorar la democracia, reformar la Constitución para que los partidos pierdan su poder omnímodo y su impunidad, es decir, procurar una efectiva separación de poderes que impida el manejo partidario de la Justicia, y una transparencia en los procesos que elimine las terribles connivencias entre los partidos y el capital. Una reforma de la ley electoral que limite las ventajas de los grandes y favorezca la representación de más ciudadanos en las instituciones, una reforma de la organización territorial, que debe ser discutida antes de que se convierta en un problema insoluble —si es que no lo es ya— y la supresión de privilegios a eso que se llama “la casta”, concepto popularizado por Podemos pero que no es, ni mucho menos, invento suyo.

Es imprescindible abrir ese debate en el que tiene que aparecer, por supuesto, la cuestión de la monarquía, pero como un tema más, ya que, de ser abordado en solitario, podría actuar de distracción frente a las otras cuestiones fundamentales.

Se ha hablado mucho de la ceremonia de proclamación. Sin embargo, poco se ha dicho de la represión de cualquier manifestación de republicanismo en el democrático Madrid de Botella y Cifuentes, síntoma inequívoco de la falta de normalidad democrática en el momento de la cacareada normalidad en el relevo del Jefe de Estado.

Se ha comentado su sobriedad y la ausencia, por primera vez, de símbolos religiosos. La monarquía se moderniza, pero como saben bien los más acérrimos defensores de la institución, que nos ilustran desde la prensa más rancia y han lamentado la falta de pompa, la modernización de una institución que no es moderna puede darle fuelle una temporada, pero la aboca a su desaparición por pura contradicción.

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Fuente: La Columnata