Monarquía, democracia y República PDF Imprimir E-mail
III República - III República
Escrito por Alejandro Pacheco   
Martes, 26 de Febrero de 2019 06:45

Defender racionalmente la idea de Monarquía y hacerla compatible con la de Democracia es algo muy difícil, en términos teóricos, en cualquier país. En términos más concretos, en España es sencillamente imposible.

Cuesta defender que la jefatura de cualquier Estado esté ocupada por alguien no elegido democráticamente, sino fruto de una carrera de espermatozoides, a veces con dudosos orígenes.¿A quién puede interesar ese modelo tan anacrónico? Solo a aquellos que vean en él la mejor forma de defender sus nada anacrónicos intereses y privilegios.

En general, es una forma de bloquear la entrada del pueblo como soberano máximo en la política de un país; es como decirle:“Cuidado, por encima de vosotros, está el Estado y, en la cúpula del Estado, una figura: el rey, heredero de una ancestral estirpe de nobles elegidos por la Historia”. Claro, si ya lo ha elegido la Historia, qué vamos a elegir nosotros. Si hay alguien por encima, los de abajo saben que están abajo. La mentalidad del vasallo, del resignado o del sumiso se alimenta de formas sutiles. Hacerle saber el sitio que ocupa es una de ellas.

Otra variante, muy utilizada por los defensores de la monarquía en España, es la de exaltarla como una figura necesaria de contención y templanza entre bloques sociales objetivamente a la gresca: por un lado, la oligarquía instalada en el poder, que sí lo sabe y lo disimula, y, por otro, la mayoría social, que no se acaba de enterar del todo. Y también viene a sugerir que esa mayoría de ciudadanos del Estado no están capacitados para tomar sus decisiones democráticamente sin darse de hostias, como niños salvajes. De ahí la concepción española del rey como “poli de guardería”, tan traída de la mano por una de las creaciones patrias más sui generis: la de los republicanos monárquicos…

Para estos, la república es una entelequia moralmente vistosa, pero el rey es, en España, incuestionablemente necesario para la convivencia. Defienden que hay monarquías democráticas, como las norteeuropeas, y repúblicas tiránicas. ¡Vaya descubrimiento! Claro que hay repúblicas –generalmente militarizadas– que se mantienen por el uso exclusivo de la fuerza y la amenaza, y que prohíben expresamente –¿nos suena de algo?– el derecho a decidir y a elegir en libertad representantes y formas de organización social y política. Como hay mujeres que se llaman Paloma y que no vuelan. Estamos hablando de otra cosa, de otra república y de ESTA monarquía: el que se tropezó con un elefante fue el rey de España, no el de Noruega; el que se ha lucrado con comisiones ilegales es el de España, no el de Dinamarca; el que se ha pagado las putas con cargo a los fondos públicos es el de España, no el de Holanda; el que heredó y juró lealtad a un dictador fue el rey de España, no el de Bélgica; el que alentó el “a por ellos” frente a la reclamación de referéndum fue el rey de España, no el de Reino Unido (por cierto, bastante escarmentado este porque también uno de sus antepasados fue decapitado por enfrentarse al Parlamento)… Los republicanos monárquicos soslayan que Franco fue el que decidió que SU España debería ser un Reino y, a título de rey, designó al emérito, quien, fiel a su borbonidad, se mostró amante del puterío, del dinero corrupto y la vida regalada. Cuarenta y tres años después, seguimos borbonizados.

Bueno, bien, vale, pero la República ¿será mejor? Eso depende de quién la gane, la construya y la defienda. Y de quién acometa con más fuerza y perspectiva la necesaria fase actual de derribo y desescombro del edificio monárquico, o régimen del 78, con sus podridas pero fortísimas estructuras de impunidad franquista, servidumbre internacional, explotación económica, intoxicación mediática y cultural, y represión social. ¿Y después qué? Después veremos; después toca construir. Ya ahora se está construyendo a partir del rechazo a la monarquía, y del afán por resolver los problemas sociales y políticos que esta ha generado y alimentado o, simplemente, perpetuado. Si la perspectiva republicana es capaz de consolidarse como opción verosímil superadora de ese sistema, llegará a ser. Si no, quedará como un residuo folklórico, una idea en sepia o una liturgia de paseo anual por las calles, cargada de canas.

No me gusta hablar de “la Tercera”, porque el número no define nada más que un orden, que remite a las dos anteriores y puede sonar a nostalgia o reedición. Si se rasca la superficie de algunos “terceristas” no se alcanza a ver más que los colores ajados de la Segunda, y unos anacrónicos contenidos que suenan más a Segunda bis que a siglo XXI.

Prefiero concebir nuestra República como una república de repúblicas, y no sólo o no tanto en el espacio territorial, sino en el de sectores, colectivos y movimientos sociales que participen en ella: república de la educación, república de las mujeres, de la sanidad, de la cultura, de los trabajadores, del arte, del urbanismo… Cada una con sus dinámicas y hojas de ruta propias, sustentando un entramado de redes diversas e interdependientes con equilibrios y prelaciones flexibles entre sí en función de los intereses del marco común de convivencia acordado y las exigencias variables de las distintas coyunturas. Encontrar ese patrimonio y marco común global, ese sentido profundo de comunidad de convivencia será, creo, lo esencial para construir República.

Puede que este planteamiento no parezca muy operativo. Y tal vez no lo sea, pero me gusta tenerlo bien presente como contrapeso a la recurrente idea –¡tan “lógica”!– de la centralización –política y orgánica– que no creo que sea lo más conveniente en una sociedad en la que el poder y la riqueza están centralizados, mientras que el conocimiento y la iniciativa social están cada vez más diversificados, como corresponde a su nivel de desarrollo. La centralización piramidal parece ofrecer ventajas ejecutivas a corto plazo, pero creo que, hoy, eso es algo bastante dudoso, y tal vez más limitador que generador de nuevas energías. La permanente tendencia a crear una estructura única en la que todo esté organizado, planificado y previsto, es fruto de un racionalismo mecanicista ya trasnochado, pero de poderosa inercia. Esa razón tiende a ser muy binaria y sus cálculos rigurosos suelen derivar en monstruosidades que violentan la realidad y abocan al fracaso.

Toca alentar los movimientos sociales, en ellos está el contenido de la futura República que será o no será. La sociedad civil organizada y activa, en clave de horizontalidad, diversidad, pluralidad e inclusión, eso, mucho más que un programa detallado y totalizador, es lo que definirá nuestro futuro republicano. Incluso el inmediato.

 

 Alejandro Pacheco es miembro de la Asamblea de Redacción de LoQueSomos

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Fuente: LoQueSomos