Una Republica participativa y sostenible Imprimir
III República - III República
Escrito por Ramiro Alvarez Hernandez / UCR   
Miércoles, 09 de Noviembre de 2016 00:00

La democracia participativa es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son de obra suya, actúa por sí mismo siempre que le es posible, y por sus representantes cuando no puede obrar por sí mismo.

Es, pues, en los principios del gobierno democrático donde debemos buscar las reglas de conducta política.

Pero para fundar y consolidar entre nosotros la democracia, para llegar al reinado apacible de las leyes constitucionales, es preciso terminar la guerra de la libertad contra el absolutismo político de éste sistema monárquico “parlamentario” y atravesar con éxito las tormentas de la crisis; tal es el fin del sistema político que se ha organizado. Debemos aún regir nuestra conducta según las tormentosas circunstancias en que se encuentra el país, y el plan de nuestra conducta debe ser el resultado del espíritu de todos los ciudadanos combinado con los principios generales de la democracia.

Pero ¿cuál es el principio fundamental de un  gobierno democrático o popular, es decir, el resorte esencial que lo sostiene y que le hace moverse? Es la virtud. Hablo de la virtud pública, que obró tantos prodigios en Grecia y Roma, y que produjo otros aún más asombrosos en la Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el amor a la Patria y a sus buenas leyes.

Pero como la esencia del estado o la democracia es la igualdad, el amor a la patria incluye necesariamente el amor a la igualdad.

En verdad, ese sentimiento sublime supone la preferencia del interés público ante todos los intereses particulares, de lo que resulta que el amor a la patria supone también o produce todas las virtudes, pues ¿acaso son éstas otra cosa sino la fuerza del alma, que se vuelve capaz de tales sacrificios? ¿Y cómo podría el esclavo de la avaricia o de la ambición, por ejemplo, inmolar su ídolo a la Patria?

No sólo es la virtud el alma de la democracia, sino que, además, solamente puede existir con este tipo de gobierno. En la monarquía, sólo conozco un individuo que pueda amar a la Patria, y que para ello no necesita siquiera virtud: el monarca. La causa de ello es que, de todos los habitantes de sus estados, el monarca es el único que tiene una patria. ¿Acaso no es el soberano, al menos de hecho. ¿No está en el lugar del Pueblo? ¿Y qué es la Patria sino el país del que se es ciudadano y partícipe de la soberanía?

Por una consecuencia del mismo principio, en los Estados monárquicos, la palabra «patria» sólo tiene algún significado para quienes han acaparado la soberanía.

Sólo en la democracia real y participativa es el Estado verdaderamente la Patria de todos los individuos que lo componen, y puede contar con tantos defensores interesados en su causa como ciudadanos tenga. Si Atenas y Esparta triunfaron de los tiranos de Asia y los suizos de los tiranos de Austria y España, no hay que buscar otra causa que ésta. Pero la República ha sido el primer sistema del mundo que estableció una verdadera democracia, llamando a todos los hombres a la igualdad y a la plenitud de los derechos de ciudadanía; ésta es, a mi juicio, la verdadera razón por la cual todos los tiranos coaligados contra la República deberían ser vencidos.

Es el momento de sacar grandes consecuencias de los principios que acabamos de exponer. Puesto que el alma de la República es la virtud, la igualdad, y nuestra finalidad es fundar y consolidar la democracia participativa, la primera regla de nuestra conducta política debe ser encaminar todas las medidas al mantenimiento de la igualdad y al desarrollo de la virtud, pues el primer cuidado del legislador debe ser el fortalecimiento del principio del gobierno. Así, todo aquello que sirva para excitar el amor a la patria, purificar las costumbres, elevar los espíritus, dirigir las pasiones del corazón humano hacia el interés público, debe ser adoptado o establecido por nosotros; todo lo que tiende a concentrarlas en la abyección del yo personal, a despertar el gusto por las pequeñas cosas y el desprecio de las grandes, debemos eliminarlo o reprimirlo. En el sistema democrático y participativo, lo que es inmoral es impolítico, lo que es corruptor es contrarrevolucionario. La debilidad, los vicios, los prejuicios y la corrupción son el camino de éste sistema monárquico parlamentario y su gobierno.