"Aunque nos tiren el puente y también la pasarela..." PDF Imprimir E-mail
III República - III República
Escrito por Ángel Escarpa Sanz / UCR   
Jueves, 07 de Abril de 2011 00:00

Camiseta Republicana La libertad, la democracia, la decencia y la dignad no son bienes que un rey, heredero de aquella sangrienta y criminal dictadura, pueda conferir a su pueblo. 

Hace un tiempo y con motivo de celebrar el Instituto Cervantes una encuesta para conocer cuál es la palabra favorita de los hispanohablantes, recibí un correo animándome para que votase por REPÚBLICA, que en ese momento iba en segundo lugar.

 

Probablemente haya varios cientos de palabras en nuestro idioma que gozarán de ese privilegio, pues cada una de ellas tiene el poder de remitirnos a un momento quizás crucial de nuestras vidas: quizás un paisaje que fue borrado por una autopista, el valle que fue anegado para siempre por las aguas, la desaparición de la línea ferroviaria que pasaba a un centenar de metros de la casa de los padres y que marcaba con sus pitidos y el rumor de su paso las horas y la rutina de nuestras tareas diarias, el trozo de cielo que nos hurtó una inmobiliaria cuando ésta construyó una torre enfrente de casa. Palabras que nombran cosas y hechos que fueron verdaderamente importantes en el pasado y que encierran el vigor necesario para evocarnos el viejo color de los días del pasado y de las más o menos felices jornadas.

Para mí particularmente, boina, alcoba, alacena, hogaza, pradera, por solo citar cinco, tienen el poder de devolverme, aunque solo sea por unos minutos, las estancias, los lugares y los rostros de seres amados, hace mucho tiempo desaparecidos. Frescas y oscuras estancias donde me adentraba en busca del cantero de pan y la onza de chocolate a la salida del colegio en aquellos duros y largos años de la posguerra; la figura del padre recortándose en el marco de la puerta de la casa cuando regresaba derrengado de palear carbón en la fábrica; mis primas tendiendo las sábanas sobre los juncos, al pie del arroyo, para que se secaran después del lavado.

Es francamente conmovedor observar el poder que conservan las palabras con el correr de los años para hacernos evocar una película, un color, un libro, el ruido que produce un animal al ocultarse en la espesura, o el llanto de la criatura que reclama su alimento, desde un amasijo de ropas, en la sencilla casa campesina.

Dentro de ese sinnúmero de palabras en castellano, estoy seguro de que hay al menos una que tiene el vigor de unirnos a generaciones tan distantes entre sí como aquella que, tras múltiples vicisitudes, en el siglo XIX, proclamó la I República, en 1873; la que vitoreo en calles y plazas el advenimiento de la II República, aquel 14 de abril de 1931; y ésta de hoy, que, inasequible al desaliento, saca a la calle millares de banderas tricolores demandando el regreso de una auténtica democracia.

Con todo el respeto que me merecen el resto de las lenguas que se hablan dentro del Estado Español, me es particularmente amada esta lengua nuestra que, cuando deletreas este viejo vocablo que con otros caracteres viajó en el tiempo desde los antiguos griegos, esta estancia donde hoy escribo estas líneas se llena de muchedumbres caminando, gozosas y reivindicativas, sobre los históricos adoquines de las viejas ciudades de estas tierras, tan sedientas hoy como ayer de JUSTICIA, TRABAJO Y LIBERTAD, que es de lo que se trata.

Porque, en este país, y por mucho que se empeñen otros en negarlo, decir REPÚBLICA es decir ILUSIÓN, DECENCIA, es hablar de las utopías realizables, es hablar de sueños que pudieron ser realizados, aunque solo fuera por un breve periodo de tiempo, y defendidos hasta la exageración por aquellos que los materializaron, hasta la extenuación.

Por todo esto, esta estancia donde ahora desgrano estas letras que hablan de sueños –no confundir con quimeras, aunque sean palabras sinónimas-, se llena de nombres de generales honestos, de mujeres que cosían banderas para la causa de la libertad, que no dudaron, en el momento en que su derecho al voto corría peligro de extinción, en tomar las armas. Nombran a hombres de ciencia que creyeron una vez en el pueblo, por encima de los intereses de las grandes multinacionales; hablan de poetas, de panaderos, músicos, farmacéuticos, tranviarios, fotógrafos y periodistas que siguieron a los fieles soldados hasta los campos de concentración con que la Europa "democrática" recibía a los bravos defensores de una democracia "incómoda". Escultores, hojalateros que fueron a morir un día en el que a lo mejor el sol rajaba las piedras, parapetados quizás tras una roca y defendiendo una tierra que ya definitivamente nunca sería suya: ¡¡Proletarios del mundo, acudid a España!! Ésta no es cruzada donde conquistar tierras ni trofeos: os espera una tumba segura, y la gloria de haber combatido por la libertad junto a la raza que lleva, "...como el toro, el orgullo en las astas."

Puede resultar reiterativo y todo lo que ustedes quieran pero, ¿qué sería de éste y otros países sin esos centenares de miles, millones de personas: jóvenes, veteranos, bregados en las profundidades de las minas, modestísimos arrieros con el mapa de los caminos y carreteras de la región en sus cabezas, lampistas y conductores de las poderosas locomotoras que surcaban los aires y los caminos de hierro de la Península Ibérica? ¿Qué sería de estos pueblos sin la memoria de los días en que los poetas más poderosos y comprometidos con la causa de la libertad hicieron tronar un día su voz contra los que pretendían someter de nuevo a los pueblos bajo el ronzal del ejército y de la romana Iglesia, y todos bendecidos por benévola sonrisa del despreciable Monarca, que ponía a disposición de los golpistas el capital que había puesto a buen recaudo antes de ser expulsado de la patria por traidor e indeseable?

Sí, puedo resultar cansino, pero, con esos centenares de miles, millones, sé que la verdad no se encuentra sobre el espléndido césped de los campos de fútbol, ni en el interior de las pantallas de la televisión; tampoco en esos periódicos de cuantiosas tiradas, ni pasta en las lujosas mansiones de esta Monarquía corrupta, tampoco sobre los pasillos del Palacio del Congreso, ni en las estancias del Palacio Presidencial. La verdad verdadera se encuentra haciendo cola en las oficinas del paro, en esas palabras airadas que los ciudadanos más honestos de este país lanzan, como piedras, contra sus políticos y contra las fachadas de las soberbias sedes de los ministerios: exigiendo un compromiso con el pueblo saharaui, exigiendo una rotunda condena de los crímenes de Israel para con el pueblo palestino. Menos fórmulas para quedar bien con el "amigo americano" -condenando la "falta de democracia" en Cuba, mientras exportamos armas para masacrar a los pueblos que combaten con piedras al fascismo emergente-, y más respeto para aquel régimen que, con sus defectos y virtudes, aguarda ser restablecido. La historia y el pueblo así lo demandan.