Escuchar cualquier testimonio de cualquier torturado es desolador. El último, el de unjoven a quien sometieron a veinte horas de suplicio: sin apenas preguntas, sin otro fin que el de someterle a vejación y sufrimiento. Lo que resultó más barriobajero: el recurso al asfixiamiento con una bolsa de plástico. Días después, todavía quedan magulladuras en su boca provocadas por el esfuerzo de querer, y no poder, respirar.

 
Unos cuantos miembros de las fuerzas de "seguridad" te detienen un día, te llevan a comisaría y te hacen la ficha. Después te trasladan a Madrid y, muchas veces en el trayecto, te aplican el tercer grado: golpes, amenazas, bolsa de plástico... O otras veces con el silencio que no cesa, que hace más solitaria y cruel la tortura.
 
En pleno siglo XXI y en un estado que se dice democrático que los casos de tortura se prodiguen y que se ponga sobre ellos una sordina generalizada es como para echarse a temblar. Cualquier día le puede pasar a cualquiera de tus hijos, a cualquier familiar, a tu mejor amigo o a tu esposa o a tu marido. La impotencia y la rabia sin fin están aseguradas y la reacción ante un estado tan cruel, también. ¿Se extrañaban de la crueldad de la lucha armada? ¿Y qué es la tortura?
 
¿Dónde queda la dignidad humana? ¿Dónde queda la dignidad y la legitimidad de un gobierno que permite la tortura a sus administrados? ¿Dónde la dignidad judicial que ve y calla? La Audiencia Nacional (antiguo TOP) va a investigar ¡ahora! unas torturas denunciadas hace más de dos años. Una vergüenza.
 
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
 
(De Miguel Hernández en "El rayo que no cesa")

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Fuente: http://www.izaronews.info/euskadi/2011/opinion/desde-mi-baserri/4399