Bebés robados: será mágico y maravilloso PDF Imprimir E-mail
Derechos y Libertades - Derechos Humanos
Escrito por Ruth Toledano   
Lunes, 11 de Agosto de 2014 05:29

Crecimos viendo a unas señoras que daban vueltas a una plaza con un pañuelo blanco en la cabeza. Era una llamada de atención silenciosa y escalofriante: cada una de esas mujeres maduras portaba una foto, en blanco y negro, de una chica o un chico, muy jóvenes. Eran las caras de sus hijas e hijos desaparecidos: secuestrados, torturados y asesinados por los milicos argentinos. Y ellas eran las Madres de Plaza de Mayo, que clamaban, desesperadas e incansables, por la aparición de esos más de 30.000 hijos que les arrebató en Argentina la dictadura militar de Videla.

 

Tenían las caras curtidas por el dolor más profundo. Muchas veces las vimos abrazarse, llorar. Otras, recibir golpes de policías a caballo. Algunas Madres de Plaza de Mayo desaparecieron también: fueron secuestradas. Pero el resto no desfalleció. Y las Madres de Plaza de Mayo se convirtieron para siempre (más allá de sus diferencias ideológicas o estratégicas, más allá de sus divisiones, más allá de cualquier cuestión que haya surgido en su trayectoria) en un símbolo, pacífico y tenaz, de resistencia. “La única lucha que se pierde es la que se abandona”, fue una de sus consignas.

 

De entre esas Madres surgió el grupo Abuelas de Plaza de Mayo. Entre 1976 y 1983, alrededor de 500 bebés, hijos de desaparecidas que habían nacido en cautividad, fueron a su vez secuestrados y entregados a familias adoptivas afines al régimen militar. Las Abuelas, que empezaron reuniéndose en la clandestinidad y han llegado a ser nominadas al Premio Nobel de la Paz, han buscado a sus nietos desde entonces, recuperando la identidad de 114 de ellos. Hace pocos días, apareció el 114: era el nieto de Estela Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, Ignacio Hurban (Guido para ella). Ella llevaba 36 años buscándolo. Él ha dicho: “Me parece mágico y maravilloso todo esto”.

 

Lo es. Mágico y maravilloso. Por muchas razones (tienen la misma nariz, la misma sonrisa…). Porque Estela y Guido (o Ignacio) se han encontrado, se han conocido, han podido empezar a cerrar el capítulo más trágico, probablemente, de sus biografías. También porque este encuentro hace justicia a los padres de Guido (o Ignacio), y a todos los jóvenes que, como ellos, fueron cruelmente asesinados por aquellos sádicos milicos. Pero también porque la aparición de Guido y de los otros 113 nietos ha sido posible, sigue siéndolo, gracias a las lucha sin descanso de las madres y abuelas argentinas.

 

El secuestro de los bebés argentinos, de su identidad, tuvo, como el asesinato de sus padres, una enorme carga ideológica. No se trató solo de robárselos para entregarlos a familias que no podían tener hijos. También, como explicó Ramón Camps, Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, para encontrarles nuevos padres “porque los subversivos educan a sus hijos en la subversión. Por ello esto debía detenerse”. En 1978, la jueza Delia Pons lo espetó sin sonrojo a las Abuelas de Plaza de Mayo: “Estoy convencida de que sus hijos eran terroristas, y terrorista es sinónimo de asesino. A los asesinos yo no pienso devolverles los hijos porque no sería justo hacerlo. No tienen derecho a criarlos. Tampoco me voy a pronunciar por la devolución de los niños a ustedes. Es ilógico perturbar a esas criaturas que están en manos de familias decentes que sabrán educarlos como no supieron hacer ustedes con sus hijos. Sólo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños”.

 

Familias decentes. El mismo tipo de decencia que, se supone, contemplaban los ladrones de bebés en España (según los especialistas, 180.000 entre los años 40 y 90). Aquí secuestraron bebés en las clínicas donde sus madres daban a luz. Muchas de ellas, solteras con o sin pareja, viudas que se quedaban embarazadas, prostitutas, o, simplemente, mujeres con pocos recursos, quienes a monjas como sor María Gómez Valbuena, siniestra Hija de la Caridad, debían de parecerles poco decentes para ser madres de sus propios hijos. Y, de paso, las caritativas hermanitas hacían su asqueroso negocio: sor Pilar Hoyos, que trabajaba en la Casa Cuna de Teis (Vigo) cuando en 1987 nació Noemí Lima, ha confesado que cobró 104.000 pesetas por venderla.

 

La Clínica Santa Cristina de Madrid fue durante años la sede delictiva de sor María. Presuntamente. La Clínica San Ramón, la sede del ultra católico doctor Eduardo Vela, que presuntamente robaba bebés con la ayuda de uno o varios sacerdotes. Simularon embarazos y partos, redactaron partidas de nacimiento falsas, mintieron a las madres diciéndoles que sus hijos habían nacido muertos o habían fallecido nada más nacer, dieron bebés ajenos en adopción a cambio de grandes cantidades de dinero. Una banda que robó bebés en España por pasta pero, principalmente, como sostiene el periodista Jesús Duva en su libro Vidas robadas, por ideología: la iglesia católica y el Opus Dei gestionaron esta herencia del franquismo, que ya había robado sus hijos a muchas mujeres presas (rojas: las terroristas a las que se refería la jueza fascista argentina).

 

Son miles los casos que quedan por resolver en España. Entre otros motivos (la desinformación, el desinterés institucional), porque el análisis de ADN no es gratuito (como se ha logrado que sea en Argentina) y no está al alcance de todo el mundo. También porque las causas se archivan por falta de pruebas. ¿O es por falta de voluntad judicial? Desde que se presentó la primera denuncia en 2011 no ha habido ni una sola condena y la lentitud de los procesos es exasperante para los interesados.

 

Así que la aparición de Guido es mágica y maravillosa, una noticia que pone una sonrisa en la ajada cara de la lucha. Demuestra que si, como las Abuelas de Plaza de Mayo, no se pierden la esperanza y la fuerza, se puede conseguir justicia. Aunque la Justicia se empeñe en minar las fuerzas. Y el día que se consiga desmontar la trama de los bebés robados en España también será mágico y maravilloso.

 

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Fuente: El Diario / Zona Crítica