¿Qué es la Historia? ¿Quiénes entran en ella? Imprimir
Cultura - Pensamiento
Escrito por Ángel Escarpa Sanz /UCR   
Lunes, 13 de Enero de 2014 00:00

La Historia, en sí, no es solo una sucesión de batallas. 

La historia, la hacen todos y cada uno. B P Galdós, leo en las losetas del pavimento de una calle, de esta isla donde nació el genial novelista canario.

Sin ánimo de sentar cátedra aquí de nada, me pregunto qué cosa es eso de la Historia y quiénes, con mayor o menor mérito, ingresan en las filas de ésta.

 

Para empezar, mi concepto de la Historia parte de la idea de que ésta no sería posible sin el hombre: éste, como tal, hace historia desde el mismo momento en que se relaciona entre sí con los otros seres que pueblan la Tierra, así como con el entorno que lo rodea, pero para transformarla y, como hará con el resto de seres que la pueblan, para domesticarla y hacer de ella su hogar. El resto de los animales que le acompañan en la aventura de la vida no hacen historia porque se instalan definitivamente en el pasivo papel de alimentarse y fornicar.

Desde mi punto de vista, el hombre se hace acreedor a sujeto de la Historia desde el momento mismo en que desciende del árbol y se impone a las otras especies; descubre el fuego para calentarse y cocinar los alimentos y siente la necesidad de comunicar ideas, más allá de la caza, el placer animal y la prolongación de la especie.
Evidentemente, y como estamos hablando de la Historia, que no de la historia del Planeta solo, partimos del principio de que no habría Historia sin el hombre; pues en caso contrario tendríamos que hablar aquí de una sucesión de hechos que no habrían contribuido a la transformación del Planeta, tal y como lo conocemos hoy.

Dejo en manos de los historiadores, así como en las de los científicos, decidir en qué minuto de la vida de este homínido comienza realmente la Historia. Pero la vasta aventura de este ser que desciende de los árboles, que renuncia a caminar sobre sus cuatro extremidades, para erigirse en señor del medio, empieza en el preciso momento en que, tras observar que el fuego le es necesario, siente la necesidad de generar ideas, así como dejar constancia de su superioridad sobre el resto de los seres vivos, dejando unas anotaciones en las cuevas que habita que y que hoy nos permiten aproximarnos un poco más a él, así como a su inquietud por dejar testimonio de su paso por la Tierra.

La Historia en sí no es solo una sucesión de guerras de exterminio entre tribus por conquistar territorios y para esclavizar a los hombres y a los pueblos; es también un afán del hombre por superarse, por transformar el hierro, la madera, el barro, los sonidos, la materia misma, en arte, para cubrir sus necesidades, para disfrute propio, para goce de los demás y para manifestar su superioridad sobre el resto de los seres vivos, así como para proclamar una imposible inmortalidad, expresada en tallas y bellos dibujos grabados en las cuevas y asentamientos de origen.
Hacia mediados del Siglo XIX se descubre que la historia del hombre se puede resumir en la lucha de las clases sociales, sin la cual, quizás, muchos de nosotros estaríamos todavía pastoreando cochinos y ovejas y arañando la tierra con un rudimentario arado.
Una vez sentado y aceptado este principio, el hombre deja de ser visto como el sujeto pasivo al servicio de las clases dominantes para transformarse en sujeto activo de la Historia; es el momento en el que éste rompe sus vínculos con el amo para escribir su propia historia: la historia de la clase trabajadora, irrumpiendo en la Historia desde el sindicato, la huelga, el partido y las movilizaciones obreras.
Desde aquellos ya lejanos días de la clandestinidad, el trabajador por cuenta ajena ha hecho un importante recorrido: construyendo sus propias organizaciones de clase -tantas veces apoyados por intelectuales que vinieron a hacer causa común con ellos, bien fueran éstos del propio país o de lejanas tierras-, creando vehículos de propaganda, desarrollando importantes campañas para liberar de la cárcel o de la silla eléctrica a luchadores de otros países, para internacionalizar la lucha y la solidaridad.
Pero como la finalidad de este artículo no es volver a repetir lo que Marx, Dolleans, Garrido, Tuñón de Lara y tantos otros escribieron en su día sobre ese colectivo, me limitaré a plantear aquí una sola pregunta: ¿quién con derecho propio es acreedor a hacerse un hueco, por pequeño que éste sea, en eso que se ha dado en llamar la Historia?
Obviados los grandes científicos, los grandes pensadores y estadistas, los reyes -grandes o chicos-, los grandes guerreros y conquistadores; a más de los grandes magnates de la industria y la banca, nos planteamos si el gesto de un hombre, una mujer, que se planta en medio de una avenida de una ciudad para detener a pedrada limpia la tiranía de los mercados; un estudiante que arriesga su propia vida en las calles, desde la inmunidad que le presta un pasamontañas, es digno de figurar en las páginas de la Historia. Son multitud los casos de obreros, poetas, universitarios, soldados, gentes del pensamiento, que dejaron sus vidas en causas nobles y al servicio de la Humanidad, aunque no siempre merecieron un espacio en la Historia.
Hoy se nos repite aquí y allá que la Historia ha concluido.
Uno, en su infinita fe en el hombre, no puede dar por concluida la Historia en tanto un solo tirano y un hombre decente convivan en el mismo siglo, independientemente de si comparten idioma o territorio. El hombre, independientemente de su extracción social, de su religión, de su lengua y de su mismo sexo; por sus orígenes y por su condición de tal es impulsado desde sus mismos orígenes a hacer historia, aunque ese destello de generosidad hacia los demás, que no solo hacia los de su misma especie, le lleve a la misma muerte.
La Historia, hasta hace no mucho, parecía patrimonio de los reyes, de los generales; perdieran o ganaran éstos una batalla. Antesdeayer mismo, como quién dice, las clases populares, al margen de las guerras en las que perecían por conquistar territorios para los emperadores y príncipes, no figuraban en los libros más que como masa, reses camino del matadero. Hoy han conquistado por derecho propio un espacio más que generoso en la Historia. Y seguirán haciendo Historia en tanto haya una causa justa por la que combatir. Desde la Comuna de 1871 no ha abandonado el hombre el carro de la utopía que le lleva, caída tras caída, hasta la conquista de aquellos principios de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. El mapa de las luchas es tan dilatado como la historia del hombre mismo, y los nombres, bosque: las innumerables batallas por la independencia en los países americanos y en África, la lucha por la igualdad del hombre negro, las luchas de la mujer por el derecho al voto y por la equiparación de derechos con respecto al hombre mismo; las innumerables batallas del Ebro: en Nicaragua, en las montañas de Sierra Maestra, con las montañas del país de Mao; en Vietnam, en Grecia, en Méjico, en la Italia fascista, en la Europa ocupada por aquel loco muniqués...; Sacco y Vanzetti, Ferrer Guardia, Marcos Ana, Miguel Hernández, Mandela, las mujeres de la fábrica de algodón carbonizadas vivas en EE.UU; Camilo Torres, ese antifascista al que la policía franquista, al ser detenido y torturado, no logra sacarle nada más que aquel escueto: Mi nombre es Julián Grimau y soy miembro del Partido Comunista de España, dan buena cuenta de ello.

Hay la Historia y la otra historia; la que no se escribe necesariamente con mayúscula; aquella por la que se cuelan los héroes, casi desde el más sencillo anonimato. Como es el caso de esa mujer negra que se niega a abandonar el asiento del hombre blanco en el autobús estadounidense, hasta el ejemplo de dignidad y de coraje de se internacional que viene a combatir por la República a la España de Pasionaria; desde el gesto de ese hombre que se inmola a lo bonzo por una causa justa, hasta esa joven que exhibe sus senos desnudos para manifestar su más firme rechazo por una ley del aborto, por la incursión de la más intolerante Iglesia en la vida sexual de los ciudadanos libres, en la Rusia de Putin y en el Congreso de los Diputados de este Borbón de hoy, que hace fortuna en la España posfranquista, en tanto la gente se hacina en los comedores de la caridad y salta por el balcón cuando le vienen a notificar que debe abandonar la vivienda por impago de la hipoteca.

También es cierto que son millones esos que, aquí y allá, no son más absurdas cifras en las estadísticas: estas Navidades se vendieron tantas unidades de iPhone en España, descendió en un diez por ciento el número de inmigrantes que saltaron las vallas de Ceuta y Melilla, se incrementó en un diez por ciento el número de niños fallecidos en el mundo por hambre, descendieron las cifras de consumo de libros pero se incrementó la producción de receptores de televisión; se cerraron tantos cines pero el español medio viaja más al extranjero y pasa más días en alojamientos rurales; el español esquía más que nunca, descendió un 4'1 el consumo de la Lotería Nacional...
Tan difícil como confirmar qué es cultura y qué no lo es, resulta imposible afirmar dónde empieza la anécdota, el mero suceso, y dónde empieza la Historia, propiamente dicha. Lo que sí resulta cierto de todo esto es que serán millones los que, tras votar y marchar al tajo, o a la casa, sin otro compromiso con la sociedad que prolongar indefinidamente esta cadena de estupidez, no tienen sitio en ninguna página, como no sea en la de la no historia.

Cayó el muro, los regímenes comunistas de Yugoslavia y Albania; rodaron por el suelo las utopías del siglo pasado, derrotadas por la indiferencia, la brutal desideologización de las masas trabajadoras, el gimnasio y el consumismo -lo que no está claro es si habrá red bull para las próximas cosechas de hombres y mujeres, si seguirá habiendo soma y chucherías electrónicas en generosas cantidades, como las hubo hasta hoy-, pero los ojos de millones de personas que sobrevivieron a los sueños del fascismo y del socialismo del pasado siglo aún miran con veneración el cartel de la mítica figura de aquel heroico guerrillero, mitad argentino mitad cubano, que sí hizo Historia, por allí donde pasó. Y ese hombre seguirá viviendo en los sueños de millones de sencillos campesinos de Mongolia, de Andalucía; del Sáhara ocupado por Marruecos; del altiplano boliviano y de la miserable choza coreana.

Si hay algo más triste que morirse uno, es resumir la vida de un obrero (La clase obrera es revolucionaria. C Marx) en un lacónico: crió y educó a tres hijos, trabajó toda su vida como un mulo, pagó un piso, tres coches, amuebló su casa, votó religiosamente, cada vez que se lo pidieron; jamás pisó una comisaría, no se le conocen antecedentes penales, si no fue para hacerse el DNI; compraba todos los días su periódico, se jactaba de que no había leído en su vida otro libro que 1080 recetas de cocina, paseaba todas las tardes a su perro, aprendió inglés para viajar a Disneyworld, conocer las Cataratas del Niagara y subir a la Estatua de la Libertad...; ah, tenía un retrato del Rey en el salón y no se perdía un partido del Real Madrid.

Pero, por muy altos que otros eleven los muros ante los sueños de igualdad y la miseria; por mucha serpentina de acero y muchos muros de hormigón que se eleven entre los pueblos; por muchas réplicas que tenga aquella carnicería de hace 100 años; el hombre seguirá haciendo Historia: para impedir que la estupidez se instale definitivamente en nuestra sociedad, para impedir que el guerrero amordace definitivamente al poeta, para impedir que se tale el último árbol, para que el hombre no se quede solo en un páramo llamado Tierra, donde la paloma y el delfín no sean más que mitológicas figuras en los libros escolares; para no caer en la barbarie.

La inmensa mayoría de los que acudimos a estos espacios descartamos de antemano hacer historia, pero al menos nos llena de orgullo y satisfacción -que dijo el cazador de mujeres y de elefantes- el haber escapado del rebaño y del infierno orwÁngel Escarpa Sanzeliano, aunque solo sea a través de la rebeldía.