En la muerte de Pedro Costa Imprimir
Cultura - Cultura / Cine
Escrito por Pepe Gutiérrez-Álvarez   
Martes, 14 de Junio de 2016 03:56

Es lamentable que la muerte del periodista y cineasta catalán Pedro Costa Musté (Barcelona, 1941-Madrid, 2016), haya pasado poco menos que desapercibida. Que casi nadie haya contado nada de su período como periodista “desentierramierda” que es como llamaban en los Estados Unidos a los que, como Lincoln Steffens, destapaban las miserias sociales establecidas. También es verdad que Pedro no fue un artista detrás la cámara, pero su protagonismo como productor y director en la serie “La huella del crimen” se cuenta entre lo más importante que desde el telefilme y el cine se ha hecho por estos andurriales.

 

Diplomado en la Escuela Oficial de Cinematografía, y curtido en el lado más crudo del periodismo de sucesos en el semanario El Caso, sin duda el más emblemático de la historia del país, un documento involuntario de lo que era el país y el paisanaje en la época más cruda del franquismo. Había que probarlo, pero creo que leyéndola boca abajo nos permitiría entrar de plano en la otra historia, en la sucesos que conmovieron a una opinión pública forjada en el espanto. En El Caso se contó durante semanas la historia de la mayor de las niñas de una familia numerosa premiada desde el régimen, y que, para poder jugar como los demás niño,s descubrió que podía librarse de sus hermanitos recién nacidos dosificándole un poco de un polvo (matarratas), como pasó con el célebre “crimen de Mazarrón” sobre el que Fernando Fernán-Gómez realizó (con la ayuda inapreciable del guionista Pedro Beltrán), una de sus obras maestras, El extraño viaje (1964), sin duda uno de los referentes para el proyecto de “La huella del crimen”. El periodista-estrella del siniestro semanario fue Enrique Rubio, un fascista integral sobre el que los historiadores del maquis hablan largo y tendido por cómo presentaba las andanzas de Sabater o Facerías, dos héroes legendarios del maquis urbano.

Con una preocupación constante por temas sociales y políticos, Pedro fue de los primeros periodistas de El Caso con problemas con la censura, concretamente en 1970, por sus crónicas sobre el Proceso de Burgos. Luego, los volvió a tener realizando crónicas políticas de actualidad para Cambio 16 y Posible pero sobre todo para el Interviú de la primera época, donde junto con otros “desentierramierda” como Xavier Vinader o nuestro Dionisio Giménez metieron la nariz más allá de donde los límites de la Transición permitían. Convengo con Dionisio que esta es una historia que está por escribir, una aventura que Pedro trasladó al medio televisivo primero y al cine después.

Costa había estudiado Económicas mientras dirigía el grupo teatral de esa Facultad, y tras haber cursado estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía, en la que se diplomó en 1968, optó por abandonar el cine. Dadas las dificultades que determinaba la censura que impedía hacer “un cine libre e independiente de cualquier grupo político o burocrático", como él pretendía, se metió en lo del periodismo siguiendo sus criterios de detective con pluma. Cuando la censura se abrió, encontró la oportunidad de regresar al cine. Debutó como director tomando el camino difícil en El caso Almería (1983) con la ayuda cómplice de actores de la talla de Agustín González, Fernando Guillén y un bisoño Antonio Banderas. Con muy pocos medios, el film narraba un auténtico caso de torturas y asesinatos cometido por agentes de la Guardia Civil contra tres jóvenes acusados (falsamente) de ser miembros de ETA. No hay que decir que la película sufrió amenazas y atentados por parte de los “galindistas”, ya que se metía en un terreno de las cloacas del Estado, un territorio comanche todavía, como lo demuestra el vacío que se ha creado alrededor de Lasa y Zabala (Pedro Malo, 2014), pretextando un diagnóstico de poca calidad que encuentro cuanto menos discutible. Costa volvió a las andadas dirigiendo Redondela (1986): fue un trabajo accidentado (que incluyó la desaparición voluntaria durante días del actor británico Patrick Newell), ya que abordaba un turbio caso de corrupción y muerte en el que anduvieron implicados familiares de Francisco Franco. Lástima que en este caso la falta de medios y de oficio sí resultó evidente, como lo era la voluntad del poder de no menear estas cosas. De ahí el poco interés que nuestro cine ha mostrado por contar tramas que molestan (¿cuántas películas dignas se han hecho sobre el GAL o sobre Roldán?) que tanto ilustran sobre las verdades ocultas de este país.

Pedro fue el alma mater en los 80 de La huella del crimen, una serie que partía de la premisa volteriana según la cual la historia de la humanidad era la historia de sus crímenes. A pesar de la nueva censura (la económica, la del ninguneo), la serie fue emitida en tres temporadas entre los años 1985 y 2010 por RTVE con un enorme éxito/1. La primera temporada consta de seis episodios: El caso de las envenenadas de Valencia, dirigido por Pedro Olea; El crimen del capitán Sánchez, de Vicente Aranda; El caso del procurador enamorado, del propio, Pedro Costa; Jarabo (uno de los asesinos en serie más incardinado con la moral del régimen) de Juan Antonio Bardem; El crimen de la calle Fuencarral, de Angelino Fons y El caso del cadáver descuartizado, de Ricardo Franco. La segunda etapa de la serie, producida en 1990, consta de cinco episodios: El crimen de las estanqueras, la mejor aportación de Ricardo Franco a la serie, retrata la sórdida Sevilla del cardenal Segura de principios de los cincuenta, todo un ejemplo fehaciente de cómo la policía, el obispado y la prensa crean un culpable, “El Tarta”, un perdedor; Costa se reservó el guión y dirección de El caso de Carmen Broto, un buen testimonio de un caso de la posguerra barcelonesa con mujeres convertidas en “fulanas” por el hambre y con conexiones con el maquis; El crimen de Don Benito de A. Drove, El crimen del Expreso de Andalucía de I. Uribe, El crimen de Perpignan de R. Moleón y Amantes de V. Aranda completan esta segunda etapa. En la tercera temporada Costa codirigió con L. Oliveros El secuestro de Anabel y conF. Cámara tanto el episodio El asesino fuera del círculo como El crimen de los marqueses de Urquijo.

Pedro costa ha destacado siempre por su sobriedad narrativa y economía de medios. Con un talento que se aprecia en sus mejores películas, en Una casa en las afueras (1995) y en El crimen del cine Oriente (1996), dos títulos a tener muy en cuenta por cuanto ofrecen buenos retratos de entonos y situaciones sociales desde los detalles de “casos” policíacos.

Me parece que en el documental Los que quisieron matar a Franco (2006), Costa - junto con José Ramón da Cruz- desaprovechó una ocasión de ofrecer un cuadro de una suma de casos por los que se pierde, no dedicando el tiempo que merecían las tentativas más “ejemplares” y con un epílogo tomado de Max Aub que desentonó del resto. Entre sus últimos trabajos como productor vale la pena señalar la simpática y combativa Pídele cuentas al rey (José Antonio Quirós, 1999) y Las trece rosas (Emilio Martínez Lázaro, 2007), al menos por su interés didáctico. Su último trabajo, antes de fallecer después de una larga lucha contra el cáncer, es la revisión de Los últimos de Filipinas, que se está rodando entre Guinea y Canarias, con los gallegos Luis Tosar y Javier Gutiérrez en el reparto y que a buen seguro permitirá destapar las mentiras de la famosa versión de exaltación patriotera realizada bajo el franquismo.

No tardará en llegar un día en el que desde las filmotecas de barrio o de pueblo se puedan organizar jornadas sobre autores que dejaron huella como Pedro Costa: él lo hizo como periodista, productor, guionista y director creando un cuadro biográfico que se sitúa entre los más combativos y creativos del último cine español, por lo general más bien alelado.

 

Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor 

 

1/ La huella del crimen está disponible gratuitamente en: http://www.rtve.es/alacarta/videos/la-huella-del-crimen/ y en http://www.rtve.es/television/la-huella-del-crimen/

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Fuente: Viento Sur