Méjico insurgente (aún) PDF Imprimir E-mail
Cultura - Libros / Literatura
Miércoles, 13 de Octubre de 2010 17:53

“Los del Istmo dan sus pasitos; traen la música por dentro.”
“Tuve hambre y frío, sentí que ningún fuego, ningún abrazo me calentarían, pero sé que si un solo hombre lucha y no se deja morir, la vida vale la pena”
(El tren pasa primero. Elena Poniatowska)

Hace falta haber comido mucho chile, muchos tamales, mucho mole, mucho camote, cayote y fríjol; es preciso haber padecido el frío de las largas duermevelas en los duros y poco acogedores bancos de las estaciones ferroviarias, en espera del tren que te llevará a tu destino; es preciso haber acumulado mucho cansancio, mucha rabia ante la injusticia, mucha afrenta; es necesario haber escuchado durante muy largas horas el largo inventario de humillaciones de estas gentes; hace falta amar mucho a este pueblo, estos hombres de ciudad y de las remotas aldeas del Méjico profundo, estas mujeres con un dolor eterno oculto bajo el rebozo;  hace falta haber

acumulado mucha solidaridad para con estos hijos de Quetzalcoatl, de Rulfo, Siqueiros, Orozco, de Madero, de Frida Khalo, de Rivera, de Coatzacoalcos, de Itepec, Tlalneplantla, Ciudad Méjico, Querétaro, Cárdenas, Pachuca, Romero, Mogoñé, Nizanda, Torreón, Tapachula, San Luís Potosí, Chihuahua…; hace falta haber comido las frías sopas y haber bebido el pulque de las poco hospitalarias cantinas, en las frías madrugadas, en los inevitables, largos y tediosos empalmes; es preciso amar mucho esos campos de milpa donde, de tarde en tarde, una placa anuncia que llegamos a Tabasco, a Chiapas, Veracruz, Nacozari, Tamaulipas…; es preciso hacer un gran despliegue de solidaridad para con tantas luchas de sindicalistas -cien veces traicionados-, para con esos movimientos de campesinos -otras tantas vendidos y traicionados-; es preciso sentirse heredero directo de las antiguas luchas contra los que llegaron desde la cruel y lejana Castilla, los que aventaron su heroísmo y sus canciones por igual para combatir al “gringo”, que con una mano se robó Tejas, que se lleva a diario el petróleo, los minerales, las cosechas…, y con la otra cierra herméticamente sus fronteras a los desheredados hijos de Benito Juárez; es necesario haber viajado muchas horas sobre los vagones de estos trenes que a diario son arrastrados por las poderosas locomotoras; haber contemplado largamente a estos hombres de overol de dril, con su pañuelo anudado al cuello, que enjuga un sudor de siglos, con sus sueños todos y sus lealtades a cuestas, para poder escribir un libro tan hermoso como éste, una balada, un canto épico -que tanto nos recuerda a las mejores páginas de nuestro más cercano Ignacio Aldecoa- donde están presentes todos los desheredados de Emiliano Zapata, de  Francisco Villa, de John Reed. 

Estos son los libros que se salvarán de la gran hoguera que el tiempo hará mañana con todo ese rimero innumerable de hojas inútiles que a diario llega hasta las librerías, los kioscos, las bibliotecas, los lectores.

Desconozco la suerte que habrá corrido este libro entre los lectores españoles (para mí en particular fue una auténtica sorpresa descubrirlo, cinco años después de aparecer). Pero considero que sus páginas son imprescindibles para todo aquel que a diario dedica un tiempo para la transformación de este planeta en un lugar menos inhóspito.

Es francamente conmovedor ver como, las luchas de ayer, los hombres y las mujeres que escriben para nosotros con plumas valientes y solidarias, se mantienen incorruptibles, puras, inasequibles al desaliento; ofreciéndonos el ejemplo de sus personajes, también inquebrantables al peso del castigo de un sistema cruel e inhumano.  

Compañera Elena Poniatowska, es poco probable que le alcancen estas líneas allá en su lejano Méjico, pero si se obra el prodigio; larga vida para seguir escribiendo libros tan bellos y formidables como éste.