El testimonio del éxodo de Said (Relato) Imprimir
Cultura - Libros / Literatura
Escrito por Paco Arenas / UCR   
Domingo, 17 de Abril de 2016 00:00

A ellos, a los refugiados de Siria, de Irak, de cualquier guerra.
Advertencia: este texto podría herir sensibilidades y alterar conciencias, de quien las tenga.

Mi nombre es Said, tengo catorce años.  Aunque bien podría llamarme Mohamed, Amat; pero también Pedro, José; incluso Samuel o Moisés. Sí, soy un niño sirio. Un peligroso niño musulmán, cristiano o judío. Porque aunque mucha gente de Europa no lo sepa, en Siria vivíamos en relativa armonía musulmanes de todas las ramas: sunitas, chiitas y la minoría gobernante, impuesta por los ingleses y americanos hace setenta años, los alauitas, una mezcla entre musulmanes y cristianos, que celebran la Navidad, la Epifanía o Noche de Reyes y la Pascua cristianas, y representan tan solo el 10% de la población siria.
Hay también cristianos ortodoxos sirios, cristianos armenios, católicos y por último, también estamos nosotros, los drusos, seguidores de un solo Dios. Somos diferentes a todos y de todos tenemos un poco. Nos basamos en la teología judeo-cristiana y greco-romana, podríamos decir que en cierto modo somos cristianos.  El pueblo druso, es el que junto es quien en más alto pone a la mujer, ya que consideramos que están especialmente adecuadas por Dios, para ser “uqqal” o intelectuales.  Mi madre es “uqqal”, maestra de escuela que daba enseñanzas a mujeres y chicas de distintas religiones, en Palmira.  Como ya dije, a pesar de esta gran diversidad vivíamos con relativa armonía. Eso sí, antes de que los americanos y europeos ambicionasen el petróleo de mi país y crearán una oposición armada al régimen sirio compuesta por sunitas salafistas.  Si ya sé que el Régimen sirio tampoco son santos, pero vivíamos en paz. Y en Damasco las grandes ciudades las mujeres que lo deseaban   vestían a la europea, a la musulmana o como querían.
 
Nuestro problema, era que nuestro petróleo no lo controlaban las grandes compañías internacionales. Entonces inventaron el ISIS, financiaron y dieron armas a los más fanáticos sunitas salafistas y resentidos contra el régimen sirio, a cambio de derrocar al presidente Bashar al-Asad, (que tampoco es ningún santo).
 
Sembraron la semilla del odio entre todas las minorías y los más fuertes, fanáticos y ahora bien armados, que como ya he dicho eran y son los sunitas salafistas, comenzaron a controlar los pozos de petróleo, al tiempo que su fanatismo y crueldad crecía por partes iguales. Comenzaron los asesinatos y violaciones, mientras Occidente seguía suministrándoles armas y comprando su petróleo manchado de sangre inocente. Porque claro, sólo mataban sirios y se habían comprometido a derrocar Bashar al-Asad.
 
Las grandes compañías internacionales de tráfico de armas y petróleo, con la ayuda de sus respectivos gobiernos se flotaban las manos y cada día incrementarán sus beneficios en paraísos fiscales, mientras mi país se convertía en un infierno...
 
Hombres jóvenes reclutados, como terroristas ingresaban en ISIS, guarniciones enteras del ejército sirio e iraquí ingresaban en el ejército terrorista del califato, con buenos sueldos y esclavas sexuales. Porque las mujeres eran y son convertidas en esposas de los terroristas, eso sí siempre que fuesen musulmanas y vírgenes.  Si por el contrario no eran vírgenes o eran de cualquier etnia musulmana distinta, cristiana, drusa o judía, hay cambiaba la cosa, pasaban directamente a ser esclavas sexuales y de todo tipo. El mundo vivía de espaldas a nosotros, mirando para otro lado. En ninguna parte pasaba nada; sólo en Siria. En dónde se continuaba matando, violando mujeres y niñas, y a los niños que caían en manos de los terroristas convertían en nuevos terroristas.
 
Los traficantes de armas y petróleo seguían llenando sus cuentas en paraísos fiscales y los pueblos de Occidente celebraban la bajada del precio de la gasolina por la saturación del mercado, con ese petróleo ensangrentado. Eso a pesar de que estaban siendo estafados, a pesar de esa bajada, antes de la guerra, pongamos de ejemplo España, el barril de petróleo se pagaba a 135$ y el litro de gasolina se vendía a 1,35 €. Ahora se paga el barril de petróleo ensangrentado o no, a 35 $ y se continúa vendiendo el litro de gasolina por encima de 1,00 €.  Ya controlan el petróleo sirio que compran a ISIS a través de Turquía y Arabia Saudí entre otros países amigos de occidente y lo pagan con armas que van para los terroristas. Todo beneficio. Pero no pasaba nada, todo pasaba en Siria, en tierra de "moros".
 
En mayo del año pasado los terroristas entraron en Palmira, desde entonces estamos vagando por el desierto, por las ciudades bombardeadas, por la indiferencia de unos, el odio de otros y la indiferencia de la mayoría.  Como ya he dicho madre era “uqqal” y padre “ŷuhhaly” (pueblo) aunque él sí sabía leer, también mis hermanas y yo, porque yo con el tiempo también hubiese sido “uqqal”.   Vivíamos en Palmira, la joya del desierto. Antes de que entrasen los terroristas yihadistas, nos vimos obligados a salir. Mi padre era guía turístico y mi madre, como ya he dicho, maestra de la escuela drusa. Sabíamos que si nos quedábamos a mis hermanas las casarían con muyahidines, en el mejor de los casos, porque al no ser sunitas se convertirían directamente en esclavas y sería vendidas en el mercado de esclavos o entregadas para satisfacer a los terroristas. A mi pronto me harían cambiar de religión en la madraza y me adiestrarían para matar.  A mi padre le obligarían a unirse a ellos, en el mejor de los casos, al ser druso lo más posible fuese que lo matasen. 
 
 No podíamos esperar, y nos marchamos, con otros muchos. Después de varios meses llegamos al puerto de Lataquia; pero no todos.  Llegando a Hama, sedientos y hambrientos, nos acercamos a la ciudad, sabíamos que no debíamos hacerlo, pero era tanta el hambre que teníamos. Tanta la sed. Tantas llagas en los pies y en el alma, que nos encomendamos a Dios. Y entramos, sufrimos una emboscada a pesar de que íbamos indefensos no tuvieron piedad de nosotros. Mataron a muchos, sobre todo hombres, y se llevaron las mujeres jóvenes y niñas, que eran lo que buscaban, entre ellas a mis hermanas Amira y Anisa, tenían ocho y doce años. Jamás sabremos si están vivas o muertas, lo que sí suponemos es el destino que les aguardaba, sólo Dios sabe lo que habrá sido de ellas.   Mis padres rezaron todas las noches de su vida para que muriesen pronto. Quedamos, por tanto, tan sólo mi hermana Fátima de tres años y yo, entonces de trece. 
 
En Lataquia, nos fiamos de unos turcos, porque tampoco nos quedaba otra opción.  Nos dijeron que nos llevarían a Alemania, cambio de dólares, aunque también aceptaban libras sirias, y las joyas de mi madre, el trabajo de mi padre le había dado acceso a los dólares que no quiso dejar en Palmira, se quedaron con todo, pero, el sol soplaba ahora a favor…
 
  Embarcamos en un pesquero, donde no había sitio para sentarse.   Viajamos amontonados todos unos contra otros, como sardinas en escabeche.  Cerca de Lesbos naufragó la embarcación. En realidad la hundieron los turcos cuando vieron acercarse a los guardacostas griegos, porque ellos escaparon en una lancha hacía aguas turcas. A mi hermana la cogió mi padre y yo me agarré para ayudar a mi madre.  Antes de que terminase de hundirse el pesquero estaban los guardacostas y bomberos de Al-Ándalus, que demostraron gran valentía y salvaron a la mayoría de morir ahogados.  Por fin llegamos a Europa.  Ya todo había pasado. Eso creíamos. 
 
Los habitantes de la Isla nos trataron muy bien, las ONG’s lo mismo, nos dieron mantas, ropa, calzado alimentos y algunos incluso nos acogieron en sus casas.  Sólo teníamos que esperar nuestro turno para viajar a Europa. Bueno, en realidad estábamos en Europa. Pero hacinados en un campamento isla de Lesbos. Cada día se acercaba un poco más a nuestra marcha.  Una tarde del mes pasado, nos dijeron que muy pronto subiríamos en un barco que nos llevaría a Atenas   y de allí a Alemania, Suecia o España. Nos extrañó cuando comenzaron a poner alambradas y cuchillas. Y comenzaron a llegar guardias armados por todos lados, echando a las ONG´s. Sin embargo, pronto comenzaron a sacar familias, para llevarlas al Continente, nos dijeron.  En nuestro campamento no hubo disturbios, en otros sí.  Parecía que nos podíamos fiar de las autoridades europeas, se acababa la pesadilla. Llegó nuestro turno. Estábamos muy contentos, por fin saldríamos de allí. Nos dijeron que iríamos a España, el país que habíamos pedido. Salimos por la tarde-noche.   Nada más salir mi madre dijo:
 
—Al-Ándalus está hacia el oeste. Vamos en dirección contraria.      
       
Mi madre dudó, mi padre, como la mayoría confío en los guardias griegos. Terminamos desembarcado en Turquía, donde nos llevaron a otro campo de concentración. Allí todo el mundo estaba muy alterado al darse cuenta del engaño. Las personas comenzaron a protestar. Los turcos entonces comenzaron a disparar indiscriminadamente. Dicen que murieron once personas, de los cuales al menos cuatro eran niños. Mi padre se puso furioso y le dieron un golpe en la cabeza, y se lo llevaron detenido. Salimos en el primer contingente de vuelta a Siria, hundidos y sin ganas de vivir, todas las ilusiones de escapar de la guerra se diluían como el azúcar en el té.
 
Nos llevaron escoltados más allá de la frontera. Íbamos andado, a pesar de que nos acompañaban cinco camiones. No supimos que transportaban aquellos camiones hasta que llegaron otros camiones cisterna desde Siria. En esos camiones, sí sabíamos que llevaban petróleo. Cuando pararon los camiones cisterna, se bajaron los muyahidines y comprobaron la mercancía que transportaban aquellos otros camiones que llegaban desde Turquía. Bajaron   varias cajas al azar y las abrieron, eran armas de todo tipo, en cajas de madera y plástico duro, las cuales llevaban etiquetas de diversos países europeos, incluidos del Al-Ándalus, donde soñábamos con ir, también de EE.UU. y Rusia.  Una vez comprobada la mercancía, nos encadenaron por separado, hombres y niños por un lado y mujeres y niñas por otro.  Intercambiaron los camiones y las cisternas marcharon en dirección a Turquía y nosotros con las armas en dirección a Siria, nuestra tierra, de la que habíamos intentado huir unos meses antes.
 
La semana pasada me obligaron a pegarle un tiro en la cabeza a mi padre.
 
Nos llevaron hasta la ciudad de Qabasin, allí de nuevo nos agruparon por familias. Lo que jamás me podría imaginar es para qué.
 
Pusieron a varios padres en fila, de rodillas, les obligaron a jurar lealtad al Califato. Mi padre no juró, era un hombre de honor. Fueron otros muchos quienes no quisieron jurar. El padre de mi amigo Ahmed no juró. Le dieron una pistola a mi amigo y le dijeron que le disparase en la cabeza a su padre. Se negó. De inmediato dos muyahidines degollaron a la madre, de Ahmed, se volvió a negar y degollaron a su hermano, continuó negándose y lo degollaron a él, que calló a los pies de su padre. Entonces me dieron la pistola ensangrentada de las manos de Ahmed y me dijeron que matase a su padre, miré a mi madre y hermanas y mi madre, horrorizada, me dijo que no lo hiciera. Entonces dos muyahidines pusieron un cuchillo en el cuello a mi madre y hermana, y yo disparé matando al padre de Ahmed. Después me dijeron que debía matar a mi padre. Volví a mirar a mi madre y hermana. Mi padre me suplicó que lo matase y lo maté.  
 
Durante unas semanas me entrenaron para matar, me hicieron convertirme al Islam, renuncié de mi Dios, que espero que algún día me perdone.  Mi madre y mi hermana están en las granjas, donde las utilizan como esclavas sexuales, donde hay muchas europeas, que llegaron a la llamada del Califato para ser esposas de los muyahidines, pero que no eran vírgenes. Las dedicaron a ser madres de los futuros muyahidines, siempre están embarazadas, siempre sin saber cuál bastardo las engendró.  
Desde ayer, estoy en Ayn Issa. De madrugada llegó un ejército de mujeres valientes, y atacaron a los muyahidines, que huían como cobardes. Porque si mueren en combate a manos de una mujer no los admite Ala en el paraíso. Yo, me quedé sin huir, todavía estoy horrorizado por todo lo pasado y lo que he sido capaz de hacer.  Esas mujeres forman parte del ejército kurdo, yo no sabía que existía tal pueblo. Nos llevaron prisioneros a muchos, niños y muyahidines. A los niños nos interrogaron, después de darnos un vaso de leche caliente.  Ahora, con mis catorce años, estoy esperando que me dejen participar en la lucha al lado de ellas. Quiero vengar la muerte de mi padre y si es posible, rescatar algún día a mi madre y hermana…
 
 
Advertencia: Este texto no corresponde a una situación real, los personajes y situaciones son ficticios, la realidad es mucho peor.
 
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