El adiós al hombre que parecía saberlo todo Imprimir
Cultura - Libros / Literatura
Escrito por Silvina Friera   
Domingo, 21 de Febrero de 2016 05:33

La congoja percute las sílabas de un nombre y apellido entrañable, una de las voces más importantes de la semiótica del siglo XX, el paradigma de un modelo de erudición enciclopédica que se extingue irremediablemente. “La lectura de los periódicos, como decía Hegel, es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior.

 

Como mucho, me leo un editorial o un artículo de opinión. Esta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!” Esto comentaba Umberto Eco el año pasado, cuando se publicó la que sería su última novela: Número cero, la trama de la preparación de “Domani”, un diario que entre abril y junio de 1992 nunca saldrá a la calle, pero que condensa las peores prácticas del periodismo de un modo tan brutal que a veces parece una parodia de cabo a rabo. El gran escritor, filósofo y semiólogo italiano, autor de una voluminosa obra compuesta por 42 libros de ensayos y 7 novelas, entre los que se destacan El nombre de la rosa, que ha vendido 50 millones de ejemplares en el mundo desde su publicación en 1980, murió ayer a los 84 años en su casa de Milán como consecuencia de un cáncer que lo había mantenido alejado de la vida pública en los últimos meses.

Eco nació en la ciudad de Alessandria, en la región italiana de Piamonte, el 5 de enero de 1932. A pesar de la Segunda Guerra Mundial, de las noches que pasó en los refugios, en un sótano oscuro y húmedo desde donde escuchaba las bombas, tuvo una infancia que evocaba como agradable, más allá de que, reconocía, podría haber muerto en esos años. La marca de la educación salesiana que recibió se prolongaría en varias de sus novelas. En 1954 se doctoró en Filosofía en la Universidad de Turín con una tesis que versó sobre El problema estético de Santo Tomás de Aquino, ensayo que publicaría dos años después. Ese interés por la filosofía tomista y la cultura medieval se explicitó en El nombre de la rosa, novela ambientada en el siglo XIV que narra la meticulosa investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk en torno de una serie de crímenes que ocurren en una abadía. Por esta novela que fue reeditada en numerosas ocasiones y fue adaptada al cine en 1986 por el cineasta francés Jean-Jacques Annaud, Eco recibió el Premio Strega (1981) y el Premio Medicis en Francia. En la década del 60 fue profesor agregado de Estética en las universidades de Turín y de Milán, durante años fue catedrático de Filosofía en la Universidad de Bolonia, donde puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos. El preludio de su vida académica empezó en el neovanguardista Grupo 63 de intelectuales, colaboró en la mítica Tel Quel y durante 35 años trabajó en la editorial Bompiani. Publicó el clásico Apocalípticos e integrados (1964), sobre cultura de masas y medios de comunicación; La estructura ausente (1968), Tratado de semiótica general (1975), El super-hombre de masas (1976), Desde la periferia al imperio (1977), Lector in fabula (1979), Semiótica y filosofía del lenguaje (1984), Los límites de la interpretación (1990), Seis paseos por los bosques narrativos (1990), Kant y el ornitorrinco (1997) y Cinco escritos morales (1998), entre tantos otros ensayos.

Como escritor de narrativa, estaba convencido de que la realidad es más novelesca que la ficción. Eco publicó las novelas El péndulo de Foucault (1988), acerca de una conspiración secreta entre sabios en torno a temas esotéricos; La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) y El cementerio de Praga (2010). Entre los premios que recibió se destacan la Legión de Honor de Francia, el premio austríaco de Literatura Europea, el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, además de que acumuló la impactante cifra de 38 Doctor Honoris Causa de universidades de todo el mundo. El único premio que se le resistió, como a muchos otros escritores, fue el Nobel de Literatura. En Nadie acabará con los libros mantuvo un valioso contrapunto con el dramaturgo y guionista Jean-Claude Carrière. “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor. No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara. El libro ha superado la prueba del tiempo. Quizás evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es”, afirmaba el escritor y filósofo italiano que profesaba una admiración mayúscula por Jorge Luis Borges desde temprana edad.

“Recuerdo que tenía 22 o 23 años cuando se publicó por primera vez Ficciones. Se habían hecho una 500 copias, prácticamente nadie se había dado cuenta. Entonces vino un poeta italiano (¿Sergio Sogni?), que me dijo: ‘Lea este libro. Es de un argentino que nadie conoce aquí’. Me enloqueció. Me pasaba noche y noches leyéndoselo a mis amigos. Me reconocí de inmediato en Borges. Fue un amor a primera vista”, recordaba Eco en una entrevista que le hizo Jorge Halperin en 1992 y reconocía que había un homenaje al escritor argentino en El nombre de la rosa a través de un personaje: el ciego ex bibliotecario Jorge de Burgos. Un periodista español le dijo que Número cero, su última novela, no parecía escrita por él. “Mis novelas anteriores eran sinfonías, ésta es un solo de Charlie Parker. Lo mejor fue la llamada de mi editor francés, que me hizo mucha ilusión: ‘Umberto, ¡esta novela parece escrita por un jovencito!’. Mis novelas anteriores me tomaron al menos seis años de trabajo cada una, pero ésta se basa en experiencias personales, en noticias políticas fáciles de encontrar y sólo me ha ocupado durante un año”, explicaba el escritor, el hombre que parecía saberlo todo, un intelectual luminoso y detectivesco, una especie de Sherlock Holmes con anclaje en el Medioevo, que escribía acompañado por el eco de los 35 mil volúmenes de su excepcional biblioteca.

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Fuente: Página 12